martes, 24 de junio de 2014

A nuestra Hermana Charo

Nuestra Hermana Charo Carnicero, tras una noche oscura vivida con gran testimonio y paz, fue al encuentro de Nuestro Señor, el pasado 23 de junio, al día siguiente de la fiesta de Corpus.

Fue nuestra querida Charo una verdadera hermana, cómplice en todos los proyectos de la Orden, inquieta como Teresa en nuevas iniciativas, muy comprensiva, conversable amiga y llena de buen sentido del humor. Ahora, es cierto, todas esas cualidades, van a seguir viéndose desde su apoyo en el Cielo. Por la Orden Seglar, que tanto ha querido.


El Señor me abrió la Puerta del Carmelo

Opinión publicada en Portal Carmelitano. 6 de enero de 2011





Mi primer encuentro con Santa Teresa ocurrió cuando yo tenía alrededor de 15 años, No sé de qué manera apareció en mi casa el Libro de la Vida. Mi hermana mayor y yo lo leímos con sorpresa y admiración. Aquello lectura se me quedó grabada para toda la vida, y de alguna forma me ha acompañado a lo largo de ella.

A los 17 años proyectaban en mi pueblo la película de Juan de Orduña, Teresa de Jesús. No puedo explicar qué pasó en mí, pero sentí la necesidad urgente de ser carmelita, y pensé en marchar a un convento, cerca de mi pueblo, donde la Santa había fundado una comunidad de monjas Descalzas.

Por aquella época y, sin experiencia, acepté lo que mi director espiritual me aconsejaba: Dejar la idea de momento y estudiar, cosa que me agradaba, ya que antes no había podido llevar a cabo ese deseo.
Pasaron muchos años: estudios, profesión, matrimonio, hijos. Mi vida fue por unos caminos diferentes de los que soñé a los 17 años. Y así una vida entera. No obstante siempre me mantuve dentro de la Iglesia. Tal vez el hecho de ser profesora de Religión, me condicionaba a tratar de vivir algo de lo que enseñaba a los adolescentes. Poco y mal, siempre rezaba algo. Salvando la distancia entre ambas podría decir con Santa Teresa:“Por estar arrimada a esta fuerte columna de la oración, pasé este mar tempestuoso”(V 8,2)
A los 57 años quedé viuda inesperadamente. La vida se me desmoronó. Sin mi marido no encontraba sentido a mi vida.
Recuerdo que oraba a Dios pidiéndole que me abriera alguna puerta, porque no encontraba consuelo ni ganas de vivir.
Entonces pude experimentar en mi vida lo que bien reza el salmo “cuando el afligido invoca al Señor, Él lo escucha y lo salva de sus angustias” (Sal 34,7) Y el Señor me abrió la Puerta del Carmelo.” Poderoso es para libraros de todo, que una vez que mandó hacer el mundo, fue hecho: su querer es obrar” (C.P 16,10)
Fui invitada a participar en un Retiro de la Orden Seglar del Carmelo Descalzo. Allí me encontré de nuevo con Santa Teresa. Me envolvía y fascinaba su doctrina, su camino, su carisma y sentí que era la misma adolescente y con el mismo deseo insatisfecho que había sentido cuarenta años atrás:”… un día es ante Dios, como mil años, y mil años como un día” 2 Pe 3,8
Me entusiasma seguir este camino que marca Teresa a sus hijas: esta vez en el mundo, pues mis cargas familiares y mi edad no me permiten entrar en un convento.
Leo con ardor y devoción sus obras; me apasionan, me siento acompañada y guiada por ella en este camino incipiente de la oración. Me gustan las condiciones para que ésta sea auténtica: “La una es amor unas con otras, desasimiento de todo lo creado; la otra verdadera humildad” (C.P. 4,4 ) Y aunque me siento muy lejos, ella misma me anima a intentarlo día a día con tesón y con paz. “Porque lo que mucho conviene para este camino que comenzamos es paz y sosiego en el alma” (C.P. 20, 5)
Voy recibiendo acompañamiento espiritual y formación. Participo en la Comunidad Seglar, que existe en la ciudad donde vivo, y cada vez me apasiona más esta vida y este caminar teniendo como centro a Jesús.
Después de cinco años de formación he podido hacer mis promesas definitivas en la Orden Seglar a la que ya pertenezco. ¡Al fin soy carmelita! Hoy soy feliz viviendo mi vocación en el mundo como obsequio a Jesucristo. Con San Pablo veo que no es que lo tenga ya conseguido o que sea perfecta, sino que continúo mi carrera por si consigo alcanzarlo, habiendo sido yo misma alcanzada por Cristo Jesús… Una cosa hago: olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante, corriendo hacia la meta. (Cf. Flp 3, 12 y ss).
Veo que en mi vida, Dios siempre me ha estado acompañando, amando, persiguiendo… y que Él me quería en su Iglesia como carmelita; no como yo lo imaginé de joven, sino como Él lo soñó para mí desde la eternidad.
Con mi madre Teresa puedo decir: PARA VOS NACÍ.
Rosario Carnicero Cicuéndez OCDS

jueves, 5 de junio de 2014

Intervención del P. Alzinir -Delegado Gral OCDS- en la Asamblea de Navarra

LA COMUNIÓN FRATERNA OCDS EN LA ALEGRÍA DEL EVANGELIO

OCDS – Provincia S. Joaquín de  Navarra - Vitoria, 24 de mayo de 2014


Antes de más, os  agradezco esta ocasión que me ofrecéis de poder estar con vosotros en este día y compartir algo de vuestro camino. Es una ocasión importante para la Provincia del Carmelo Seglar de Navarra: las elecciones del nuevo Consejo Provincial. Es un momento de gracia y de  fraternidad entre las personas y Comunidades, con la misma vocación y que forman la Provincia, y que son responsables por ser señal del Carmelo teresiano en  medio del mundo. Al mismo tiempo, les traigo los saludos en el nombre del P. General, y también de nuestras Hermanas Carmelitas Descalzas, que están unidas espiritualmente a nosotros, bien como de otras Provincias del Carmelo Seglar que me piden que os salude en su nombre (de Italia, Argentina, Venezuela, Peru, Chile, Brasil…).
Que la Luz del Espirito Santo os ilumine y la Virgen Santísima, hoy celebrada como Auxilio de los cristianos, interceda por nosotros en este encuentro. A Ella nos encomendamos: “Dios te salve María…”
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El título elegido para esta charla tiene un doble objetivo:  presentaros el capítulo 3B de las Constituciones de la Orden Seglar sobre la Comunión fraterna  y buscar hacer un puente de éste con la Exhortación apostólica Evangelii Gaudium (= EG) de papa Francisco (24.11.2013), para resaltar la importancia y la necesidad de vivir la fe cristiana en Comunidad, como ayuda mutua para “hacerse espaldas” y ofrecer así sustento para ejercer la misión en  medio del mundo.
Creo que ésta es la gran llamada que la Iglesia nos hace hoy: el testimonio de amor fraterno en las comunidades cristianas siempre atrajo otras personas a vivir el mismo ideal, pues fuimos creados para la Comunión:  “El misterio mismo de la Trinidad nos recuerda que fuimos hechos a imagen de esa comunión divina, por lo cual no podemos realizarnos ni salvarnos solos” (EG 178). Del mismo modo, cada uno está  llamado a vivir su misma vocación y misión: “yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo. Hay que reconocerse a sí mismo como marcado a fuego para esa misión de iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar, liberar. Allí aparece la enfermera de alma, el docente del alma, el político del alma, esos que han decidido a fondo ser con los demás y para los demás” (EG 273).
Así, el testimonio de comunión fraterna de cada Comunidad es ya proclamación del Evangelio, como nos recuerda CfL 32 y el n. 24d de las Constituciones.


1.  La comunión fraterna en la Orden Seglar
La vocación cristiana es un hecho personal que empuja a vivir con los otros, llamados a la misma vocación. El fundamento de su identidad es la imagen del Dios-Trinidad en la persona, ser social por naturaleza, llamado a vivir y servir en sociedad con otros seres humanos[1].
En éste sentido dice Papa Francisco:  “… una persona … conserva su peculiaridad personal y no esconde su identidad, cuando integra cordialmente una comunidad, no se anula sino que recibe siempre nuevos estímulos para su propio desarrollo” (EG 235)
Desde nuestras leyes, la inserción de un fiel cristiano en la vida de una Comunidad de la Orden seglar requiere un proceso gradual de unos 6 años. La Comunidad, mediante sus responsables, acoge y forma los nuevos miembros (cf. Ratio ocds 28). Éstos poco a poco van siendo inseridos en la vida de la misma. Para esto es necesario la confianza, la apertura, la capacidad de diálogo y otras cualidades humanas que son fundamentales para una vida en común con otros, aunque solo se encuentren por algunas horas de 1 a 4 veces en el mes. Durante esos encuentros se trata de vivir la propia verdad y a manifestar ante los otros la pobreza y las cualidades,  los  límites y las fuerzas…  Y esto no es fácil…  Pero son  justamente las debilidades las que nos hacen capaces de compartir.  Y donde existe el amor es posible compartir lo que uno es y tiene.  Lo contrario sería una búsqueda ascética y egoísta de la perfección.  Por eso,  más que compartir cosas, la Comunidad es donde comparto mis debilidades con los hermanos/as y sigo “llevando el peso unos de los otros” (Gál 6,2) y con ellos puedo llorar y también alegrarme.  Sólo en la comunión con los otros a la luz de la fe en Cristo uno se humaniza; y es esto lo que abre al futuro…
El Definitorio de la OCD de Ariccia (Italia) del mes de septiembre del 2011, en su mensaje final decía que uno de los retos que tenemos en nuestras comunidades, tanto Frailes, como Monjas y Seglares es el “formar comunidades teresianas que sean lugares de auténtico crecimiento cristiano y espiritual y de irradiación de la verdad y la belleza que en ellas se experimentan”.  Y como medio para esto, recuerda las virtudes basilares para la oración de Santa Teresa, vividas en concreto: la humildad, el desasimiento y el amor fraterno. Son las que permiten  centrar la vida de cada uno y de todos en la persona de Jesucristo, único fundamento de la Comunidad.

Las Constituciones de la  OCDS, en el capítulo III – B, hablan de “La comunión fraterna”. El texto fue aprobado en 7 enero 2014 por la CIVCSVA. El texto, como sabemos, es el resultado de las reflexiones de Comunidades y Provincias en el primer semestre de 2013, que fueron aprobados por el Definitorio General de septiembre de 2013 y enviados a la Congregación de los Religiosos para aprobación. Es una respuesta a la necesidad del tema de la comunidad en las Constituciones OCDS y también una respuesta a la eclesiología del magisterio post conciliar según la espiritualidad de S. Teresa: al fundar el nuevo Carmelo, quería que las hermanas se ayudaran  mutuamente para servir mejor y ser agradables a Dios y apoyarse unas a otras en la búsqueda de Dios al servicio de la Iglesia.
Seguiremos ahora el texto del capítulo 3B de las Constituciones, haciendo algunas referencias a los textos de las notas a pie de página con algunos comentarios.

III – B - LA COMUNIÓN FRATERNA

24-a) La Iglesia, familia de Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, es misterio de comunión[2]. De hecho, Jesús ha venido entre nosotros para revelarnos el amor trinitario y la vocación a participar en la comunión de amor con la SS. Trinidad, a la cuál es llamada cada persona humana creada a Su imagen y semejanza (cf.: Gn 1,26-27). En la luz de este misterio se revela la verdadera identidad y dignidad de la persona en general, y en particular de la vocación de cada uno de los cristianos en la Iglesia[3]. De naturaleza espiritual, la persona humana se realiza y madura en el ser en  relación auténtica con Dios y también con otras personas[4].
Por lo tanto, la Comunidad local de la Orden Seglar del Carmelo Teresiano, señal visible de la Iglesia y de la Orden[5], es un ámbito para vivir y promover la comunión personal y comunitaria con Dios en Cristo en el Espíritu y con los otros hermanos (cf.: Rm 8,29) según el  carisma teresiano. La persona de Cristo es el centro de la Comunidad. Los miembros se reúnen periódicamente en su nombre (cf.: Mt 18,20),  inspirándose en el grupo formado por Él y los doce Apóstoles (Cf. Mc 3,14-16.34-35)[6] y en las primeras Comunidades cristianas (cf.: Hch 2,42; 4, 32-35). Buscan vivir en la unidad pedida por Jesús (Jn 17,20-23) y en su mandamiento de amar como Él les ama (Jn 13,34). Prometen tender a la perfección evangélica[7], en el espíritu de los consejos evangélicos, de las bienaventuranzas (Mt 5,1-12) y de las virtudes cristianas (cf.: Col 3,12-17; Flp 2,1-5), conscientes que esta realidad de comunión es parte integrante de la espiritualidad carmelitana.
24-b) S. Teresa de Jesús comienza un nuevo modelo de vida en Comunidad. Su ideal de vida comunitaria se basa en la certeza de fe que Jesús Resucitado está en medio a la Comunidad y que esa vive bajo la protección de la Virgen María[8]. Es consciente que ella y sus monjas  están juntas para ayudar a la Iglesia y colaborar con su  misión. Las relaciones fraternas están marcadas por las virtudes del amor verdadero, gratuito, libre, desinteresado; del desasimiento y de la humildad. Son virtudes fundamentales para la vida espiritual que traen  la paz interior y exteriormente[9].
Teresa es consciente  de la importancia de la ayuda mutua en el camino de la oración y de la importancia de  la amistad con otros en la búsqueda común de Dios[10]. Para la vida en fraternidad considera también fundamental la cultura, las  virtudes humanas, la dulzura, la empatía, la prudencia, la discreción, la sencillez, la afabilidad, la alegría, la disponibilidad y el andar “en verdad delante Dios y de las gentes”[11].
La doctrina de S. Juan de la Cruz apunta a la unión con Dios por medio de las virtudes teologales[12]. Partiendo de este principio, el Santo ve el efecto purificador y unificador de las virtudes teologales también en la vida fraterna. En particular el amor activo para con los demás: «Adonde no hay amor ponga amor y sacarás amor», porque así hace el Señor con nosotros: ama y capacita para amar[13].
24- c) El fiel cristiano comienza a formar parte de la Orden Seglar por medio de la promesa hecha a la Comunidad ante el Superior de la Orden[14]. Con la promesa se compromete a vivir en  comunión con la Iglesia, con la Orden, con la Provincia sobre todo con aquellos que forman parte de la Comunidad, amándolos y estimulándolos en la práctica de las virtudes[15]. En las  Comunidades más pequeñas[16] es posible establecer una verdadera y profunda relación de amistad humana y espiritual, de apoyo mutuo en la  caridad y humildad.
S. Teresa de Jesús valora la ayuda del otro en la vida espiritual: la caridad crece con un diálogo respetuoso, cuya finalidad es la de conocerse mejor para ser agradable a Dios[17]. Los encuentros de la Comunidad se desarrollan  en un clima fraterno de diálogo y de intercambio[18]. La plegaria, la formación y el ambiente alegre son fundamentales para profundizar las relaciones de amistad y garantizar a todos el soporte mutuo en el vivir cotidianamente la vocación laical del Carmelo Teresiano en la familia, trabajo y otras realidades sociales. Por eso es necesaria una participación asidua y activa en la vida y encuentros de Comunidad. Las  ausencias son admitidas solo por motivos serios y justos, evaluados y concordados con los responsables. Los Estatutos particulares establecerán el tiempo de ausencia injustificada, más allá del cual un miembro será considerado  inactivo y pasible de dimisión de la Comunidad.
24-d) La responsabilidad formativa de la Comunidad y de cada cual[19] requiere que cada uno de los miembros se comprometa en la comunión fraterna, en la convicción que la espiritualidad de la comunión[20] desempeña un papel esencial en la profundización de la vida espiritual y en el proceso educativo de los miembros. La vida eucarística y de fe[21], la escucha de la Palabra de Dios[22] hacen crecer y sustentan la comunión.
La autoridad local de la Comunidad cumpla  su servicio en la fe, caridad y humildad (Cf. Mt 20,28; Mc 10,43-45; Jn 13,14). Favorezca la convivencia familiar y el crecimiento humano y espiritual de todos los miembros. Empuje al dialogo, al sacrificio personal, al perdón y la reconciliación. Evite cualquier apego al poder y personalismo en el desarrollo de su cargo.
La oración de unos por otros, la solicitud fraterna, también en el caso de necesidad material, el contacto con los miembros que están lejos, la visita a los enfermos, los que sufren, los ancianos y la oración por los difuntos son signos también de fraternidad.
El Carmelo Seglar también realiza y expresa la comunión fraterna a través del encuentro y la solidaridad con las otras Comunidades, especialmente en el interior de la misma Provincia o Circunscripción, así como mediante la comunicación y colaboración con toda la Orden y la familia del Carmelo Teresiano.
Así, con su testimonio de comunión fraterna según el carisma teresiano, la Comunidad del Carmelo Seglar coopera con la  misión evangelizadora de la Iglesia en el mundo[23].
24-e) Una Comunidad que con devoción busca a Dios, encontrará equilibrio entre los derechos individuales y el bien de toda la Comunidad. Por lo tanto los derechos y las exigencias de cada uno de los miembros deben de ser salvaguardados y respetados a según de las leyes de la Iglesia[24]; pero del mismo modo los miembros deben cumplir fielmente los deberes que se refieren a la Comunidad, según las  normativas de las  Constituciones.
Para poder despedir[25] un miembro por los motivos establecidos en el  Código de Derecho   Canónico (rechazo público de la fe católica, apartarse de la comunión eclesiástica o estar bajo excomunión impuesta o declarada[26]) u otros previstos en los Estatutos particulares, el Consejo de la Comunidad debe de observar el siguiente procedimiento: 1) verificar la certeza de los hechos; 2) amonestar  al miembro por escrito o ante dos testigos; 3) dejar un tiempo razonable para el arrepentimiento. Y se después de todo no hay ningún cambio, se puede proceder al despido, una vez consultado el Provincial. En todos los casos, el miembro tiene derecho de recurrir a la autoridad eclesiástica competente[27].
En el caso que un miembro, después de una seria evaluación y discernimiento del  Consejo de la Comunidad llegue a la decisión de salir voluntariamente de la Comunidad, deberá hacer la petición por escrito a la autoridad competente de la Comunidad, con la cual se comprometió a través de las promesas[28]. De todo eso se informe al  Provincial.


2. La exhortación apostólica Evangelii Gaudium (= EG, del 24.11.2013)

El Papa Francisco recoge en la EG las propuestas del Sínodo de los Obispos del 2012 (7 al 28 de octubre), sobre el tema La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana. En la EG él expresa las preocupaciones de los Obispos por la obra evangelizadora de la Iglesia, y presenta 7 líneas para alentar y orientar una nueva etapa evangelizadora, llena de fervor y dinamismo.

Éstas líneas son:

a) La reforma de la Iglesia en salida misionera.
b) Las tentaciones de los agentes pastorales.
c) La Iglesia entendida como la totalidad del Pueblo de Dios que evangeliza.
d) La homilía y su preparación.
e) La inclusión social de los pobres.
f) La paz y el diálogo social.
g) Las motivaciones espirituales para la tarea misionera.
(EG 17)
Son temas que deben de perfilar un estilo evangelizador en todas las tareas de la Iglesia y en todas sus actividades. Todas deben estar marcadas por la alegría.  En el mismo tiempo quieren dirigir la acción evangelizadora en tres ámbitos:  la pastoral ordinaria; las personas bautizadas y que no viven las exigencias del Bautismo; los que no conocen Jesucristo o siempre lo han rechazado (cf. EG 14).
En ésta labor evangelizadora, hay una clara convicción: “todos tienen el derecho de recibir el Evangelio. Los cristianos tienen el deber de anunciarlo sin excluir a nadie, no como quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable. La Iglesia no crece por proselitismo sino “por atracción ( EG 14).
Y en este sentido, dice palabras fuertes más adelante: “No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que termine clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos. Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida. Más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: “¡Dadles vosotros de comer!” (Mc 6,37)” (EG 49).
En esta labor misionera de todos los bautizados, nos recuerda que todos los miembros de la Iglesia somos  “siempre discípulos misioneros” (EG 120), lo que significa “tener la disposición permanente de llevar a otros el amor de Jesús y eso se produce espontáneamente en cualquier lugar: en la calle, en la plaza, en el trabajo, en un camino” (EG 127). En la vocación laical, cuyo lugar teológico es la índole secular (cf. LG 31 y CfL 15), se trata de vivir la unidad entre fe y vida en la luz de la presencia de Dios, cultivada en la oración y las tareas ordinarias de cada día (cf. CfL 16. 59)
La necesidad de evangelizar nace del reconocimiento de ser amado por Cristo, hecho este experimentado en la contemplación: “La primera motivación para evangelizar es el amor de Jesús que hemos recibido, esa experiencia de ser salvados por Él que nos mueve a amarlo siempre más. Pero ¿qué amor es ese que no siente la necesidad de hablar del ser amado, de mostrarlo, de hacerlo conocer? Si no sentimos el intenso deseo de comunicarlo, necesitamos detenernos en oración para pedirle a Él que vuelva a cautivarnos. … La mejor motivación para decidirse a comunicar el Evangelio es contemplarlo con amor, es detenerse en sus páginas y leerlo con el corazón. Si lo abordamos de esa manera, su belleza nos asombra, vuelve a cautivarnos una y otra vez. Para eso urge recobrar un espíritu contemplativo, que nos permita redescubrir cada día que somos depositarios de un bien que humaniza, que ayuda a llevar una vida nueva. No hay nada mejor para transmitir a los demás” (EG 264).
Por otro lado, la importancia de la formación y de la profundización de la misión de cada uno es un proceso en camino.
“Por supuesto que todos estamos llamados a crecer como evangelizadores. Procuramos al mismo tiempo una mejor formación, una profundización de nuestro amor y un testimonio más claro del Evangelio. En ese sentido, todos tenemos que dejar que los demás nos evangelicen constantemente; pero eso no significa que debamos postergar la misión evangelizadora, sino que encontremos el modo de comunicar a Jesús que corresponda a la situación en que nos hallemos. En cualquier caso, todos somos llamados a ofrecer a los demás el testimonio explícito del amor salvífico del Señor, que más allá de nuestras imperfecciones nos ofrece su cercanía, su Palabra, su fuerza, y le da un sentido a nuestra vida. Tu corazón sabe que no es lo mismo la vida sin Él; entonces eso que has descubierto, eso que te ayuda a vivir y que te da una esperanza, eso es lo que necesitas comunicar a los otros. Nuestra imperfección no debe ser una excusa; al contrario, la misión es un estímulo constante para no quedarse en la mediocridad y para seguir creciendo. El testimonio de fe que todo cristiano está llamado a ofrecer implica decir como san Pablo: «No es que lo tenga ya conseguido o que ya sea perfecto, sino que continúo mi carrera [...] y me lanzo a lo que está por delante» (Flp 3,12-13)” (EG 121).
El objetivo de la misión es el de la gloria del Padre: “Si somos misioneros, es ante todo porque Jesús nos ha dicho: «La gloria de mi Padre consiste en que deis fruto abundante» (Jn 15,8). Más allá de que nos convenga o no, nos interese o no, nos sirva o no, más allá de los límites pequeños de nuestros deseos, nuestra comprensión y nuestras motivaciones, evangelizamos para la mayor gloria del Padre que nos ama” (EG 267).
Pero esta consciencia no es claramente asumida por todos. Hay condicionamientos, de los cuales habla en el  capítulo 2 de la EG: vivimos hoy una  crisis del compromiso comunitario.
Empieza hablando de los desafíos de mundo actual en la I parte (nn. 52-75) y en la II parte habla de las tentaciones de los agentes pastoral (nn 76-109). Y dentro de este apartado habla de las relaciones nuevas que genera Jesucristo (87-92) para hacer frente a la mundanidad espiritual (93-97) y decir no a la guerra entre nosotros (98-101), que son algunos de los desafíos eclesiales (102-109). Veamos en primer lugar cuáles son las tentaciones de los misioneros y después algunos números sobre la comunión fraterna en la EG.

2.1. Las tentaciones a la misión
Partiendo del desafío para una espiritualidad misionera (78-80), recuerda los obstáculos  a ella:  la “preocupación exacerbada por los espacios personales de autonomía y de distensión, que lleva a vivir las tareas como un mero apéndice de la vida” hecha de momentos religiosos separados de la identidad de ser “discípulos misioneros”. Estos, que sin embargo no alimentan “el encuentro con los demás, el compromiso en el mundo, la pasión evangelizadora”, descubre-se “en muchos agentes evangelizadores, aunque oren, una acentuación del individualismo, una crisis de identidad y una caída del fervor. Son tres males que se alimentan entre sí”. Además de eso,  “la cultura mediática y algunos ambientes intelectuales a veces transmiten una marcada desconfianza hacia el mensaje de la Iglesia y un cierto desencanto” que lleva a ocultar su identidad cristiana a los demás (79). Como consecuencia  uno desarrolla un “relativismo práctico” que consiste en “actuar como si Dios no existiera, decidir como si los pobres no existieran, soñar como si los demás no existieran, trabajar como si quienes no recibieron el anuncio no existieran” y que “suelen caer en un estilo de vida que los lleva a aferrarse a seguridades económicas, o a espacios de poder y de gloria humana que se procuran por cualquier medio, en lugar de dar la vida por los demás en la misión” (80).
El otro desafío es el de la  acidia egoísta (81-83); afecta a los laicos, sacerdotes u consagrados que preservan celosamente sus espacios personales de autonomía y “resisten a probar hasta el fondo el gusto de la misión” sin captar su sentido más profundo y la alegría de ser una respuesta al amor de Dios que convoca a la misión y “nos vuelve plenos y fecundos”.  Tal acidia tiene su origen en proyectos irrealizables, que no aceptan con paciencia  la evolución de los procesos, en apegos a sueños imaginados por su propia vanidad, en pérdida  de contacto con el pueblo, acentuando más la organización que las personas, en el no saber esperar y caer en “el inmediatismo ansioso” que no tolera contradicciones, aparentes fracasos, críticas o cruces. Todo ello desemboca en el “gris pragmatismo” de la vida de la Iglesia y genera la “psicología de la tumba” y una “tristeza dulzona, sin esperanza” que se apodera del corazón…
De aquí viene otra tentación, la del  pesimismo estéril (84-86), señal de ausencia de la alegría del Evangelio y de falta de confianza en la acción del Espíritu Santo y la gracia divina. Esta si manifiesta en la “conciencia de derrota que nos convierte en pesimistas quejosos y desencantados con cara de vinagre”, que es hermano de la tentación de separar antes de tiempo el trigo de la cizaña, producto de una desconfianza ansiosa y egocéntrica” (85). También en muchos países “se producido una «desertificación» espiritual, fruto del proyecto de sociedades que quieren construirse sin Dios, o que destruyen sus raíces cristianas”. Hay otros países donde  “la resistencia violenta al cristianismo obliga a los cristianos a vivir su fe casi a escondidas en el país que aman. … También la propia familia o el propio lugar de trabajo puede ser ese ambiente árido donde hay que conservar la fe y tratar de irradiarla” (86).
Ante este panorama desértico, es más que nunca necesario ser “personas de fe que, con la propia vida, indiquen el camino hacia la Tierra prometida y de esta forma mantengan viva la esperanza. En todo caso, allí estamos llamados a ser personas-cántaros para dar de beber a los demás. A veces el cántaro se convierte en una pesada cruz, pero fue precisamente en la cruz donde, traspasado, el Señor se nos entregó como fuente de agua viva. ¡No nos dejemos robar la esperanza!” (EG 86).
2.2. La importancia del testimonio de comunión fraterna en la EG
Escribe el Papa Francisco en el n. 99 de la EG: “A los cristianos de todas las comunidades del mundo, quiero pediros especialmente un testimonio de comunión fraterna que se vuelva atractivo y resplandeciente. Que todos puedan admirar cómo os cuidáis unos a otros, cómo os dais aliento mutuamente y cómo os acompañáis: «En esto reconocerán que sois mis discípulos, en el amor que os tengáis unos a otros» (Jn 13,35). Es lo que con tantos deseos pedía Jesús al Padre: «Que sean uno en nosotros […] para que el mundo crea» (Jn 17,21)”.
Un nuevo tipo de relaciones en Jesucristo. Se trata de “descubrir y transmitir la mística de vivir juntos, de mezclarnos, de encontrarnos, de tomarnos de los brazos, de apoyarnos, de participar de esa marea algo caótica que puede convertirse en una verdadera experiencia de fraternidad, en una caravana solidaria, en una santa peregrinación”, donde las  mayores posibilidades comunicación se traduzcan en “más posibilidades de encuentro y de solidaridad entre todos” (87). Pues “el ideal cristiano siempre invitará a superar la sospecha, la desconfianza permanente, el temor a ser invadidos, las actitudes defensivas que nos impone el mundo actual”, tales como “la privacidad cómoda o hacia el reducido círculo de los más íntimos, y renuncian al realismo de la dimensión social del Evangelio” o “un Cristo puramente espiritual, sin carne y sin cruz, también se pretenden relaciones interpersonales sólo mediadas por aparatos sofisticados, por pantallas y sistemas que se puedan encender y apagar a voluntad” (88).
De aquí que la respuesta cristiana impulsa a caminar adelante  y arriesgar un encuentro con los otros:
“… el Evangelio nos invita siempre a correr el riesgo del encuentro con el rostro del otro, con su presencia física que interpela, con su dolor y sus reclamos, con su alegría que contagia en un constante cuerpo a cuerpo. La verdadera fe en el Hijo de Dios hecho carne es inseparable del don de sí, de la pertenencia a la comunidad, del servicio, de la reconciliación con la carne de los otros. El Hijo de Dios, en su encarnación, nos invitó a la revolución de la ternura” (88).
Las soluciones que presenta el  mundo contemporáneo, “el aislamiento” que “puede expresarse en una falsa autonomía que excluye a Dios, pero puede también darse en lo religioso una forma de consumismo espiritual a la medida de su individualismo enfermizo”, la “vuelta a lo sagrado y las búsquedas espirituales que caracterizan a nuestra época son fenómenos ambiguos” (89). El remedio a la sed de Dios está en ofrecer “una espiritualidad que los sane, los libere, los llene de vida y de paz al mismo tiempo que los convoque a la comunión solidaria y a la fecundidad misionera”, a fin de “responder adecuadamente a la sed de Dios de mucha gente”, que está en el encuentro con Jesús y su cruz y en el “compromiso con el otro”.
De aquí que la “solución nunca consistirá en escapar de una relación personal y comprometida con Dios que al mismo tiempo nos comprometa con los otros” (91). Es preciso “reconocer que el único camino consiste en aprender a encontrarse con los demás con la actitud adecuada, que es valorarlos y aceptarlos como compañeros de camino, sin resistencias internas. Mejor todavía, se trata de aprender a descubrir a Jesús en el rostro de los demás, en su voz, en sus reclamos. También es aprender a sufrir en un abrazo con Jesús crucificado cuando recibimos agresiones injustas o ingratitudes, sin cansarnos jamás de optar por la fraternidad”, como lo hizo santa Teresina y que aparece en la nota 69 en este número.
Por eso, menciona la convicción de que una fraternidad mística  es parte fundamental para las personas y para la misión de evangelización: 
“Allí está la verdadera sanación, ya que el modo de relacionarnos con los demás que realmente nos sana en lugar de enfermarnos es una fraternidad mística, contemplativa, que sabe mirar la grandeza sagrada del prójimo, que sabe descubrir a Dios en cada ser humano, que sabe tolerar las molestias de la convivencia aferrándose al amor de Dios, que sabe abrir el corazón al amor divino para buscar la felicidad de los demás como la busca su Padre bueno. Precisamente en esta época, y también allí donde son un «pequeño rebaño» (Lc 12,32), los discípulos del Señor son llamados a vivir como comunidad que sea sal de la tierra y luz del mundo (cf. Mt 5,13-16). Son llamados a dar testimonio de una pertenencia evangelizadora de manera siempre nueva. ¡No nos dejemos robar la comunidad!” (92).
Creo que estos párrafos de la EG son suficientes para nos motivar a hacer una opción clara y decidida sobre el valor de nuestras Comunidades en la vida de cada uno de nosotros y de los más de 25 mil Seglares esparcidos en alrededor de 1.700 Comunidades OCDS en circa de 74 naciones por todo el mundo…
El carisma del Carmelo teresiano es muy actual y vivo. Nos toca a vosotros, aquí en ésta realidad de España, con los desafíos que tienen en las familias, en el trabajo, en la Iglesia y en las mismas Comunidades de seguir adelante. “Es sano acordarse de los primeros cristianos y de tantos hermanos a lo largo de la historia que estuvieron cargados de alegría, llenos de coraje, incansables en el anuncio y capaces de una gran resistencia activa. Hay quienes se consuelan diciendo que hoy es más difícil; sin embargo, reconozcamos que las circunstancias del Imperio romano no eran favorables al anuncio del Evangelio, ni a la lucha por la justicia, ni a la defensa de la dignidad humana. En todos los momentos de la historia están presentes la debilidad humana, la búsqueda enfermiza de sí mismo, el egoísmo cómodo y, en definitiva, la concupiscencia que nos acecha a todos. Eso está siempre, con un ropaje  u otro; viene del límite humano más que de las circunstancias. Entonces, no digamos que hoy es más difícil; es distinto. Pero aprendamos de los santos que nos han precedido y enfrentaron las dificultades propias de su época. Para ello, os propongo que nos detengamos a recuperar algunas motivaciones que nos ayuden a imitarlos hoy” (EG 263).
                               


Concluyendo
Nuestra santa Madre Teresa era muy amiga de la  alegría. Escribe una frase muy significativa sobre su contrario:  “a una monja descontenta yo la temo más que a muchos demonios” (cta 402,9, del 14.7.1581, a Gracián).  Por ello y según su testimonio, su vida de monja fue vivida con alegría (cf.: V 4,2) y a los principiantes  en la vida de oración recomienda  “alegría y libertad”:  “Procúrese a los principios andar con alegría y libertad, que hay algunas personas que parece se les ha de ir la devoción si se descuidan un poco” (V 13,1).
Así sintetiza la vida en comunidad, donde se han de vivir  las virtudes del amor y en  igualdad fraterna: “aquí todas han de ser amigas, todas se han de amar, todas se han de querer, todas se han de ayudar” (C 4,7), una llamada a vivir en un  clima de alegría y afabilidad, según “el estilo de hermandad y recreación que tenemos juntas” (cf.: F 13,5). Esto mismo es lo que ha enseñado a S. Juan de la Cruz y a los frailes y que pienso sirven también para nuestras Comunidades de la Orden Seglar. Aquí  hay que volver siempre, a Aquél que es la Fuente de la Alegría:  Cristo Resucitado. Él es el motivo y la causa de la alegría para cada persona humana.

Así, podríamos leer la vida de la Santa Madre a la luz de lo que dice el Papa Francisco en el principio de la EG:  “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría” (EG 1).  Por eso, la Iglesia capaz de salir de sí misma para llevar el Evangelio, es “comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan” (Cf.: EG 24).

Donde esto ocurre, hay luz y “el testimonio de comunidades auténticamente fraternas y reconciliadas, eso es siempre una luz que atrae” (EG 100). Bajo la ley del amor que nos dejó Jesús y que es la que nos guía, es  la señal  del cristiano en contra de todo; en fin, el bien vence el mal (cf. Rm 12,21) y las antipatías (EG 101).  Sabemos que las “diferencias entre las personas y comunidades a veces son incómodas, pero el Espíritu Santo, que suscita esa diversidad, puede sacar de todo algo bueno y convertirlo en un dinamismo evangelizador que actúa por atracción. La diversidad tiene que ser siempre reconciliada con la ayuda del Espíritu Santo; sólo Él puede suscitar la diversidad, la pluralidad, la multiplicidad y, al mismo tiempo, realizar la unidad” (EG 131).
¿Seremos capaces de responder a los desafíos que nos presenta hoy el mundo, la Iglesia, la Orden y nuestras Comunidades y miembros y así corresponder a nuestra misión y saciar la sed de Verdad y de luz para tantos que la buscan? Según S. Teresa, si hacemos eso poco que está en nuestro alcance, y confiamos en la gracia del Señor, sí….
Confiemos a la Virgen de la Alegría nuestras labor y nuestra vida, pidiendo que ella implore este fruto del Espíritu para nuestras Comunidades para el bien de la Iglesia y del mundo:
“Estrella de la nueva evangelización,
ayúdanos a resplandecer en el testimonio de la comunión,
del servicio, de la fe ardiente y generosa,
de la justicia y el amor a los pobres,
para que la alegría del Evangelio
llegue hasta los confines de la tierra
y ninguna periferia se prive de su luz.
Madre del Evangelio viviente,
manantial de alegría para los pequeños,
ruega por nosotros.
Amén. Aleluya”. (EG 288)


Para el diálogo  -
1. Comparte con los demás lo que más te ha llamado la atención del tema abordado.

2. Cómo sientes el clima de tu Comunidad: ¿es atrayente y corresponde a lo que quería S. Teresa y la EG?

3. Crees que las orientaciones de la EG de papa Francisco pueden ayudar a vivir mejor la comunión fraterna en la Comunidad y en la vida de cada día? ¿De qué modo?

4. Hay alguna otra sugerencia que te gustaría de hacer a los demás o al Consejo Provincial?


¡Gracias por la participación!

Fr. Alzinir Francisco Debastiani OCD




[1] Comisión teológica internacional,  Comunión y servicio: la persona humana creada a  imagen de Dios, en,  http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/cti_documents/rc_con_cfaith_doc_20040723_communion-stewardship_sp.html. 2004, 40-43:  “Las personas creadas a imagen de Dios son seres corpóreos cuya identidad, masculina o femenina, los destina a un tipo especial de comunión con los otros. Como ha enseñado Juan Pablo II, el significado nupcial del cuerpo encuentra su realización en el amor y en la intimidad humana, que reflejan la comunión de la Santísima Trinidad, cuyo mutuo amor se derrama en la creación y en la redención. Esta verdad está en el centro de la antropología cristiana. Los seres humanos están creados a imago Dei precisamente como personas capaces de un conocimiento y de un amor que son personales e interpersonales. En virtud de la imago Dei, estos seres personales son seres relacionales y sociales, dentro de una familia humana cuya unidad está, al mismo tiempo, realizada y prefigurada en la Iglesia.
Cuando se habla de la persona, nos estamos refiriendo tanto a la identidad e interioridad irreductible que constituyen a cada individuo, como a la relación fundamental con los otros que está en el cimiento de la comunidad humana. En el planteamiento cristiano, esta identidad personal, que es también una orientación hacia el otro, se fundamenta esencialmente en la Trinidad de las Personas divinas. Dios no es un ser solitario, sino una comunión entre tres Personas. Constituido por la única naturaleza divina, la identidad del Padre es su paternidad, su relación con el Hijo y con el Espíritu; la identidad del Hijo es su relación con el Padre y con el Espíritu; la identidad del Espíritu es su relación con el Padre y con el Hijo. La revelación cristiana ha llevado a articular el concepto de persona y le ha atribuido un significado divino, cristológico y trinitario. Ninguna persona en cuanto tal está sola en el universo, sino que siempre está constituida con los otros y está llamada a formar con ellos una comunidad.
Se sigue, pues, que los seres personales son también seres sociales. El ser humano es verdaderamente humano en la medida en que actualiza el elemento esencialmente social en su constitución en cuanto persona dentro de los grupos familiares, religiosos, civiles, profesionales y de otro tipo, que en su conjunto forman la sociedad a la que pertenece. Aun afirmando el carácter fundamentalmente social de la existencia humana, la civilización cristiana ha reconocido siempre el valor absoluto de la persona, así como la importancia de los derechos individuales y de la diversidad cultural. En el orden creado siempre se dará una cierta tensión entre la persona individual y las exigencias de la existencia social. En la Santísima Trinidad hay una armonía perfecta entre las Personas que comparten la comunión de una única vida divina”
[2] Cf.: Concilio Vaticano II, Lumen Gentium,  4; Gaudium et spes, 24; cf. Juan Pablo II, Christifideles Laici, 19. Ratio Institutionis OCDS, 25. Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica, Congregavit in uno Christi amor, 8-9.
[3] Juan Pablo II, Christifideles Laici, 8.
[4] Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, 23; Pontificio Consejo de la justicia y de la paz, Compendio de la doctrina social de la Iglesia,  34. Cf.: Benedicto XVI, Caritas in veritate,  54. Cf:. n. 34.
[5] Cf. Constituciones OCDS, 40.
[6] Cf. S. Teresa de Jesús , Camino de perfección , 24,5; 26,1; 27,6. Cf. Camino (Escorial), 20,1.
[7] Cf. Constituciones OCDS, 11.
[8] Cf. S. Teresa de Jesús, Vida, 32,11; Camino de perfección, 17,7; 1,5; 3,1.
[9] S. Teresa, Camino, 4,4.11; 6-7; cf.: Castillo interior, V, 3,7-12.
[10] Cf. S. Teresa de Jesús, Vida, 15,5; 23,4.
[11] S. Teresa de Jesús, Castillo, VI, 10,6; cf. Camino 40,3; 41,7.
[12] Cf. S. Juan de la Cruz, Subida del Monte Carmelo, II, 6,1; Cautelas, 5.
[13] S. Juan de la Cruz, Carta a M. María de la Encarnación, 6 julio 1591; cf.: Carta a una religiosa de Segovia (1591); Subida, III, 23,1; Noche Oscura, I, 2,1; 5,2; 7,1; 12,7-8. Cf. Grados de perfección, 17; Sentencias, 27.
[14] Cf. Constituciones OCDS, 12.
[15] Cf.: S. Teresa, Castillo, VII, 4,14-15.
[16] Cf. Constituciones OCDS, 58g y los Estatutos particulares sobre el número máximo de los miembros de una Comunidad.
[17] Cf.: S. Teresa, Vida, 7,22; 16,7.
[18] Cf.: Constituciones OCDS, 18.
[19] Cf. Ratio OCDS, 28.
[20] Juan Pablo II, Novo millennio ineunte,  43.
[21] Francisco, Lumen fidei, 40.
[22] Benedicto XVI, Verbum Domini, 84-85. Cf. Id., Sacramentum Caritatis, 76. 82. 89.
[23] Concilio Vaticano II, Apostolicam actuositatem, 13.19; Juan Pablo II, Christifideles laici, 31-32; Cf. Benedicto XVI, Deus caritas est, 20.
[24] Cf. Código de  Derecho Canónico, can. 208-223; 224-231.
[25] Cf. Código de Derecho Canónico, can. 308; Cf. Constituciones OCDS, 47-e.
[26] Código de Derecho Canónico, Can. 316§1.
[27] Id., can. 316§2. Cf.: can. 312§2.
[28] Cf. Constituciones OCDS, 12.