lunes, 30 de marzo de 2015

¡Feliz cumpleaños, Teresa!

Mensaje del P. General
P. Saverio Cannistrà.-

¡Feliz cumpleaños, Teresa! Te lo desean de corazón todos los que te han conocido y que por eso te aman: tus hijas y tus hijos, tu familia numerosa, que te reconoce como madre y maestra; los cristianos a los que tú les has hecho descubrir «qué buen amigo es
Jesús» y cómo nos cambia la vida el hecho de aprender a estar con él, con sencillez y amor, limitándonos a mirarlo a él, que nos mira. Te lo desean tantos creyentes de diversas religiones a los cuales has enseñado la fuerza y el valor universal de la oración, hecha con humildad por un mundo que sufre. Y te lo desean, por último, tantos hombres y mujeres que de ti han aprendido las dimensiones inexploradas de su humanidad y su corazón se ha dilatado, su alma
ha respirado.

La vida que el Señor te ha dado no la has conservado para ti. Has aprendido día a día a entregarla totalmente en sus manos, para que El la hiciese suya, su don a la Iglesia y al mundo.
Cuando menos te pertenecías, más te pertenecía él, cuando más te dabas a El tanto más Él te hacía partícipe de su vida, de su relación con el Padre y de su ofrenda por el mundo.
¡Gracias Teresa, por el don de esta vida gastada por nosotros! Gracias porque continúas acompañándonos con tu enseñanza y con tu discernimiento. Nadie como tú sabe lo fácil que es engañarse en la vida espiritual, hacerse falsas ilusiones. 
Gracias por «desengañarnos», por liberarnos de nuestros caminos tortuosos, que giran siempre en torno a nosotros mismos y nos cierran a los demás.

¡Gracias porque enciendes de nuevo y continuamente en nosotros la esperanza! A veces también nosotros, como Nicodemo, decimos: «¿Cómo puede nacer un hombre siendo viejo?» ¿Cómo es posible que el Señor nos transforme, nos renueve? Tú no has perdido nunca
la esperanza y nos has enseñado a no perderla, porque Dios no deja a mitad de camino los que están dispuestos a llegar a la meta, hasta la fuente de agua viva: «Es también necesario comenzar con seguridad de que, si no nos dejamos vencer, saldremos con la empresa; esto sin ninguna duda, que por poca ganancia que saquen, saldrán muy ricos. No hayáis miedo os deje morir de sed el Señor que nos llama a que bebamos de esta fuente. Esto queda ya dicho, y
querríalo decir muchas veces, porque acobarda mucho a personas que aún no conocen del todo la bondad del Señor por experiencia, aunque le conocen por fe. Mas es gran cosa haber experimentado con la amistad y regalo que trata a los que van por este camino, y cómo casi les hace toda la costa» (C 23,5).

Gracias, por último, porque nos has enseñado a reírnos de nosotros mismos, a no ¡tomarnos demasiado en serio! Gracias por tu buen humor, que nos devuelve a la verdadera proporción entre nuestra pequeñez y miseria y la inmensa grandeza de Dios! Contigo cantaremos eternamente las misericordias infinitas de Dios.

martes, 24 de marzo de 2015

Recital teresiano en Burriana

Organizado por  

Mari Carmen Enrique,OCDS y el P. Alfredo Saiz OCD, Prior 

Con motivo del V Centenario del Nacimiento de Santa Teresa, en Burriana (Castellón) se ofreció un recital de poesía teresiana, organizado por Mari Carmen Enrique, OCDS y el P. Alfredo Saiz OCD, Prior de la comunidad de Burriana. Tuvo lugar en e l salón de la Caja Rural de dicha localidad.
Presentado por Joan Llidó, periodista, y con Mari Carmen Enrique al piano, fueron recitados varios poemas de la Santa por tres Carmelitas Descalzas de Alquerías del Niño Perdido, una religiosa Carmelita MT del Desierto de Las Palmas y una Misionera Dominica del Rosario. Fueron cantadas por la joven Pili Fandos cuatro poemas.
El Intermedio corrió a cargo del P. Pedro Cárceles, OCD, que distendió al público con el humor y el anecdotario teresiano, y las palabras finales fueron dirigidas por el P. Alfredo Saiz.
Aunque con lluvia intensa la tarde de ayer, Domingo, el salón se llenó y disfrutaron todos de las delicias que música y poesía ofrecen siempre.

lunes, 23 de marzo de 2015

Teresa, mujer y apóstol

Estibalitz Reino Prada, ocd
Aula de teología / Universidad de Cantabria

17 de Marzo de 2015

1.  PRESENTACIÓN DEL TEMA

Al venir hablar de Teresa de Jesús a este foro, vengo a hablar, no de una gran mujer de la historia y literatura de España, que lo es; ni siquiera de una Santa de la Iglesia Universal, que también lo es, sin duda; vengo a hablar de mi Maestra, de mi amiga, de mi Madre, de una mujer que se cruzó en mi camino y me ha enseñado a ser mujer y cristiana, que me ha acogido en su casa y me ha puesto en las manos su obra, que no es otra cosa que la respuesta a Dios por haberla hecho mujer y haberle enseñado a entender su valía unida a Él.
Teresa de Jesús es una figura con mil facetas y un solo mensaje. Es una figura poliédrica y todas sus caras pueden resultar fascinantes: la mujer, la fundadora, la mística, la comunicadora, la doctora de la Iglesia, la escritora. En sí mismas todas apasionantes, aunque parciales. Pues todas ellas convergen y se explican desde el mensaje central, substancial de Teresa. Si al hablar de Teresa, olvidamos este mensaje, perdemos la Teresa más auténtica, más verdadera;  la que le dio su razón de existir y la que ella, sin duda, quiso que transcendiera.
El mensaje de Teresa mujer y de Teresa cristiana es muy simple: Dios te está solicitando continuamente, -a ti, a mí, a cada uno de nosotros- te está pidiendo amistad, está mendigando tu afecto, tu persona. Si te vuelves a Él y le abres la puerta, se transformará tu vida hasta conseguir tu mejor versión, tu plenitud. No perdamos nunca de vista este testamento de Teresa, porque todo en ella se explica desde él y lo que no converge en él, no tiene valor, por bueno que sea.
Teresa de Jesús, la que ha llegado hasta nosotros, no se explica sin su amistad, su compenetración con el Dios que la conquistó para Sí y la hizo grande, la engrandeció con sus dones para darla como don a todos.
Teresa, la gran Teresa, se experimentó a sí misma como una mujer frágil a la que Dios fortaleció y le dio luz de discernimiento, valor y fuerza. Quiero contaros el camino de la mujer de barro, el lado oscuro de Teresa. Ese que ella quería contar y los censores le hacían quitar. Teresa quiso que en su historia reconociéramos no la gran mujer, sino al Dios delas misericordias que tanto la esperó, que le pago sus infidelidades con grandes regalos. Mucho se tuvo que empeñar Dios y muy desgastada tuvo que verse Teresa para comprender que Dios le había regalado el ser mujer y la necesitaba para Sí. Creo que esta frase de la Santa puede alumbrar el camino que pretendemos:
…una merced es dar el Señor la merced, y otra es entender qué merced es y qué gracia, otra es saber decirla y dar a entender cómo es. Y aunque no parece es menester más de la primera, para no andar el alma confusa y medrosa e ir con más ánimo por el camino del Señor llevando debajo de los pies todas las cosas del mundo, es gran provecho entenderlo y merced; que por cada una es razón alabe mucho al Señor quien la tiene y quien no, porque la dio su Majestad a alguno de los que viven para que nos aprovechase a nosotros[1]
Pues la primera merced o favor que Dios le da a Teresa, como a cada uno de nosotros es la vida. Y esta vida se nos da como varón o como mujer. Con este ingrediente va a tomar un sabor u otro la vida. Pero en cualquier caso, no hay que olvidar que es un don, un regalo de Dios. Y a Teresa, como a mí, como a muchas de aquí, nos regaló el ser mujer. Huelga decir que, como regalo de Dios, solo puede ser bueno. Dios regaló a Teresa la gracia de ser mujer y, con su amor y ayuda, llevarla a plenitud.
Pero en tiempos de Teresa era difícil concebir el nacer mujer como una gracia. La sociedad, pensada y gobernada por varones, había hecho de ello casi una desgracia. Teresa también percibe así en algún momento su realidad de mujer. Y en su proceso vital y espiritual irá comprendiendo que esto no es de Dios sino de hombres, que de Dios no podemos recibir más que bienes y son los hombres los que pervierten su valor.

2.  El s. XVI español. Un siglo de oro

Teresa nace el 28 de marzo de 1515 y muere el jueves 4 de octubre de 1582. Ese día justo era el último del calendario juliano y le sucedía el viernes 15 de octubre del calendario gregoriano. Sus 67 años de existencia transcurren, por tanto, en pleno S XVI.

2.1. El entramado social

El hispanista Bartolomé Bennassar en su libro “La España del Siglo de Oro” nos pinta la sociedad española de este siglo, llamado de oro como la sociedad de las desigualdades. Según Bennassar: En la historia del mundo pocas sociedades han acumulado tantas desigualdades en unos espacios tan restringidos como la España del Siglo de Oro. Su paisaje social presenta una diversidad prodigiosa. A decir verdad, la desigualdad está en todas las partes.[2]
Algunas de estas desigualdades son:
Desigualdad en las fortunas: mientras algunos pocos grandes de España disfrutan de grandes fortunas, un trabajador manual apenas alcanza para comer diariamente.
La desigualdad de los status, la de la condición social. No solo referida a la organización estamental, sino más bien a la brutal diferencia dentro de los estamentos, especialmente el de la nobleza.
La de los conversos o la diferencia que proviene de la limpieza de sangre, de una historia familiar limpia de sangre judía o mora. En el siglo XVI crece la exigencia de este requisito para la integración o exclusión social.
La desigualdad de las sociedades de las Españas periféricas y la de las mesetas castellanas centrales.

2.2.  El papel de la Iglesia

La Iglesia hay que considerarla como un poder social importante: asociada a la nobleza, propietaria de una gran parte del suelo, destinataria de recaudaciones (rentas, diezmos). Pero tampoco se escapa de grandes desigualdades en su seno: desde el alto clero adinerado y poderoso al bajo clero empobrecido y cada día más numeroso. Esto, en cuanto al clero secular, en cuanto al regular las cosas corren parejas: hay monasterios que acumulan rentas y riquezas y otros pasan gran necesidad.

Es habitual que los segundones de una nobleza que va descapitalizándose acabe, sin más vocación que la de remediarse, en los conventos acomodados. Es también el caso de las doncellas que no pueden aspirar a un buen casamiento, por falta de dote o de linaje.

2.2.1.  La Inquisición

La Inquisición -o Santo Oficio- había sido creado para luchar contra la herejía de los judaizantes, también de los descendientes de los moros, aunque en menor medida. Poco a poco y en su celo por la pureza de la fe había ido ensanchando su sombra contra luteranos, erasmistas, iluminados y cualquier otra doctrina o práctica que pudiera ser susceptible de considerarse contraria o peligrosa para la fe católica.
La Inquisición es no solo un órgano de intolerancia y represión sino lo que hoy podríamos llamar una institución terrorista y, no tanto por la crueldad de sus métodos de castigo sino por su desarrollo burocrático, policial y judicial; porque con su metodología de la sospecha, sus procesos ocultos, la indefensión de los acusado y el edicto que obligaba a todo el mundo a denunciar los delitos contra la fe de los que se tuviera conocimiento, inoculaba el terror a ser denunciado, por causas ajenas a la fe, tales como las enemistades y hacía a todos vivir en la inseguridad y sospecha con sus vecinos.

2.2.2.  Una Iglesia en búsqueda. Una Iglesia de santos

Como contrapunto a esta Iglesia tan oscura, aliada al poder económico y social, corrompida, y represora ideológica desde la Inquisición, anda el Espíritu despertando al conocimiento de Dios y al seguimiento evangélico. Se produce un cambio de orientación en la enseñanza de la teología en las universidades y la aparición de figuras señeras que acabaremos viendo convertidos en santos, aunque en vida les costará estar, como sospechosos de desviación doctrinal, en el ojo de mira del Santo Oficio.
Bajo el impulso del cardenal Cisneros y el ejemplo de Alcalá de Henares, floreció por España una siembra de facultades de Teología. Y esta experimentó un auténtico renacimiento: de un estéril discurso retórico en el que había caído a una búsqueda de conocimiento de Dios desde nuevos planteamientos antropológicos y epistemológicos. Contarán además con instrumentos tan valiosos como la Biblia poliglota (hebreo, griego y latín). La teología española acabará exportando a toda Europa la teología positiva, cuyo padre fue Melchor Cano.[3]
Paralelo a esta búsqueda científica o teológica encontramos un número nada despreciable de figuras que se lanzan al conocimiento de Dios por el encuentro apasionado con Él en la oración mental o afectiva, en la entrega a los hermanos más desfavorecidos, en la penitencia y el despojo. Algunos de estos son tan conocidos y queridos para nosotros como: Ignacio de Loyola, Francisco Javier, Francisco de Borja, Pedro de Alcántara, Juan de la Cruz, Juan de Dios, Tomás de Villanueva, Juan de Ribera, Juan de Ávila, Toribio de Mogrovejo, Entre los cuales, algunos ocuparon sedes episcopales y destacaron como pastores insignes. Se une a este grupo de santos, Teresa de Jesús.

2.3. La situación de la mujer

Entre los muchos desdichados del Siglo de Oro, sin duda hay que contar a las mujeres, por el mero hecho de serlo. Las mujeres son seres sin entidad propia: sin acceso a la cultura, sin derecho a decidir sobre su propia vida.
Las mujeres solo pueden aspirar a dos salidas dignas en la vida: el matrimonio o el convento. La soltería no se contempla, porque es mal vista.
Hubo algunas mujeres independientes y poderosas, pero eran una excepción. A algunas de ellas las vemos creando beaterios, auténticas sociedades femeninas y defensoras de la mujer que trasgredían el orden establecido. Fueron por ello víctimas de la vigilancia inquisitorial. La mujer tenía que estar sometida, o a la regla del monasterio o a la vigilancia y tutela del marido.
Ya el mero hecho de nacer mujer era la mayoría de las veces un disgusto para la familia. Una hija suponía tener que proveerla de una buena dote. Sin dote quedaba condenada a no casarse. Entonces la salida era ingresar en un convento para lo cual se necesitaba una dote menor. Por ello en los conventos encontramos junto a mujeres con verdadera vocación, doncellas, niñas, viudas encerradas por remediarse, incluso casadas en ausencia de los maridos.
Los matrimonios los concertaban las familias, a veces desde la infancia. No se pedía mucho más que un sentimiento de aceptación y voluntad de convivir. El amarse no era ni la causa ni el fin. El fin del matrimonio era la descendencia.
La mujer, según la ideología religiosa y social, prácticamente identificadas, tiene que quedar, por decencia, relegada al mundo privado, a sus labores domésticas (la crianza de los hijos y complacer al esposo). Las virtudes que deben adornarla son: la pureza, el recato, la honestidad, la discreción, humildad y obediencia. Una mujer culta, con criterio propio no es un ideal, sino un peligro.
La única formación, por tanto, que recibe la mujer es la necesaria para ser una mujer decente y defender con su vida la honra y honor de la familia. Es por ello que en una sociedad mayoritariamente analfabeta (se calcula un 80% de analfabetismo), el colectivo femenino podía superar el 90%. Cifra que se vería superada si contamos las que no sabían escribir, o no podían hacerlo más allá de la firma.
Cabe destacar que frente a esta cota de analfabetismo, hubo grupos privilegiados de mujeres que desde el reinado de Isabel la Católica, y el movimiento cisneriano destacaron por su cultura. Son las humanistas, cercanas a la corte, que han tenido de manera excepcional acceso al latín, lengua de muchos de los libros del momento. Algunas de ellas escribieron y llegaron a alcanzar gran prestigio, incluso a sentar cátedra en Alcalá o Salamanca. Destacan: Beatriz Galindo, Juana de Contreras, Francisca de Nebrija, Luisa de Medrano, Luisa Sigea, Cristobalina Fernández de Alarcón... y así podríamos encontrar hasta una treintena a las que Quevedo denominó despectivamente “hembrilatinas”
Pero, salvando estas excepciones, incluso en las clases más favorecidas, las mujeres eran un grupo indefenso, a merced del capricho y humor de los varones que podían ejercer sobre ellas fácilmente el dominio y el abuso. ¡Cuánto más en los grupos más desfavorecidos! (servicio, campesinas, artesanas…)
La discriminación de la mujer era no solo estructural sino, lo que resulta más grotesco hoy para nuestra sensibilidad, sostenido ideológicamente, incluso por algunos grandes pensadores que defendían que las mujeres eran mentalmente discapacitadas, por tanto, no servían para la instrucción intelectual. Y, por no quedar ahí, eran además moralmente perversas. Veamos algunas de las frases que nos ha dejado la literatura de aquel tiempo:
“Puesto que la mujer es un ser débil, con un juicio inseguro y proclive a ser engañada (algo que puso de manifiesto Eva, madre de los hombres, a la que embaucó el diablo con un argumento frívolo), no conviene que ella enseñe, no sea que, después de aceptar una falsa opinión sobre un tema, la transmita a los oyentes con la autoridad propia del docente y arrastre también a los demás fácilmente a su propio error, porque los discípulos los aceptan de buen grado las enseñanzas del maestro»  (Vives, La formación de la mujer cristiana, libro primero, cap. IV).
“Pero en una mujer nadie busca ni la elocuencia, ni el ingenio, ni la prudencia, ni las artes de la vida, ni saber administrar el Estado, ni la justicia, ni la benignidad; nadie, a la postre, busca otra cosa que no sea la virginidad» (Vives, La formación de la mujer cristiana, libro primero, cap. VI).
 «No es adecuado que una mujer esté al frente de una escuela, ni que trabaje entre hombres o hable con ellos, ni que vaya debilitando en público su modestia y su pudor […], pero si se encuentra en alguna reunión, con los ojos bajos guardará recatadamente silencio, de manera que la vean algunos pero sin que nadie la oiga»  (Vives, La formación de la mujer cristiana, libro primero, cap. IV).
«Es justo que se precien de callar todas, así aquellas a quien les conviene encubrir su poco saber, como aquellas que pueden sin vergüenza descubrir lo que saben; porque en todas es, no solo condición agradable, sino virtud debida el silencio y el hablar poco. […]. Porque, así como la naturaleza, como dijimos y diremos, hizo a las mujeres, para que, encerradas guardasen la casa, así las obligó a que cerrasen la boca. […] Porque el hablar nace del entender, y las palabras no son sino como imágenes o señales de lo que el ánimo concibe en sí mismo» (León, La perfecta casada, capítulo XVI).
“Desque vieres a tu mujer andar muchas estaciones y darse a devoterías y que presume de santa, ciérrale la puerta; y si esto no bastare, quiébrale la pierna si es moza, que coja podrá ir al paraíso desde su casa sin andar buscando santidades sospechosas. Bástele a la mujer oír un sermón y hacer si más quiere, que le lean un libro mientras hila, y asentarse so la mano de su marido”. Francisco de Osuna.

3.  TERESA: HISTORIA DE UNA LIBERACIÓN

Teresa nace en la Castilla del Siglo de Oro en un ambiente privilegiado y protegido, como iremos viendo. Pretendo que de aquí en adelante sea ella misma quien nos vaya contando su vida, la formación de su conciencia de mujer, de amiga de Cristo y, por tanto, de ser libre y valioso.

3.1. Una infancia feliz

El hogar de D. Alonso de Cepeda y Beatriz de Ahumada disfruta de una posición económica holgada, donde no falta lo necesario. Fortuna amasada en el comercio. Teresa es la tercera hija de este matrimonio, el segundo para su padre.
D. Alonso aporta al matrimonio dos hijos de su primera esposa y una economía saneada. Él es quince años mayor que Beatriz, que apenas alcanza los quince de edad. Ella además de su juventud trae al matrimonio posesiones en tierras de Ávila. Entre ellas, la casa de Gotarrendura, a tres leguas al norte de la ciudad. En ella la familia pasará temporadas de descanso en una ambiente de campo, apartados del bullicio y las miradas de la ciudad.
El hogar de D. Alonso y Dña. Beatriz crece rápido. En breve, detrás de Teresa, hay otros siete: diez en total.
En la casa reciben instrucción, tanto las niñas como los niños. Los padres de Teresa son los dos muy lectores y lo inculcan a sus hijos. Teresa se aficionó de niña a la lectura y nos dirá más adelante: “si no tenía libro, nuevo no me parece tenía contento”[4] 
Teresa podemos afirmar gozó de una infancia feliz, en la que creció sana psicológica y físicamente. Esta es su visión de aquellos años:
El tener padres virtuosos y temerosos de Dios me bastara… Era mi padre aficionado a leer buenos libros y así los tenía de romance para que leyesen sus hijos estos, con el cuidado que mi madre tenía de hacernos rezar.
Ayudábame no ver en mis padres favor sino para la virtud. Tenían muchas.
Era mi padre hombre de mucha caridad con los pobres y piedad con los enfermos, y aun con los criados; tanta, que jamás se pudo acabar con él tuviese esclavos, porque los había gran piedad; y estando una vez en casa una de un su hermano, la regalaba como a sus hijos. Decía que, de que no era libre, no lo podía sufrir de piedad. Era de gran verdad. Jamás nadie le vio jurar ni murmurar. Muy honesto en gran manera.
Mi madre también tenía muchas virtudes y pasó la vida con grandes enfermedades; grandísima honestidad. Con ser de harta hermosura, jamás se entendió que diese ocasión a que ella hacía caso de ella; porque, con morir de treinta y tres años, ya su traje era como de persona de mucha edad. Muy apacible y de harto entendimiento. Fueron grandes los trabajos que pasaron el tiempo que vivió. Murió muy cristianamente.
Éramos tres hermanas y nueve hermanos. Todos parecieron a sus padres, por la bondad de Dios, en ser virtuosos, si no fui yo, aunque era la más querida de mi padre…
…pues mis hermanos ninguna cosa me desayudaban a servir a Dios.
Tenía uno casi de mi edad, juntábamonos entrambos a leer vidas de santos, que era el que yo más quería, aunque a todos tenía gran amor y ellos a mí.[5] 
Nos describe una situación idílica: todo bueno y positivo. Ella quiere y se siente querida de todos. Hay paz y armonía, cultura y desahogo económico.

3.2.  Una juventud desorientada

Esta paz se va a truncar con la muerte de Dña. Beatriz. Quizás no tanto en el entorno como en el interior de Teresa. Hasta ahora ha crecido como una niña: juegos, lecturas, devociones… pero la muerte de su madre, cuando cuenta ella con catorce años, acelera probablemente el proceso de convertirse en mujer, de asumir los roles que se le asignan como mujer.
No atraída por ellos, recato, discreción, sumisión… se deja llevar por otros valores más ligeros que pueden comprometer su honra: se hace consciente de sus gracias de naturaleza y encuentra con quien coquetear. Se abre al mundo de los amoríos y galanterías y juguetea con ellos.
Comencé a entender las gracias de naturaleza que el Señor me había dado, que según decían eran muchas.[6]
Comencé a traer galas y a desear contentar en parecer bien, con mucho cuidado de manos y cabello, y olores y todas las vanidades que en esto podía tener, que eran hartas, por ser muy curiosa. No tenía mala intención, porque no quisiera yo que nadie ofendiera a Dios por mí. Duróme mucha curiosidad de limpieza demasiada, y cosas que me parecía a mí no eran ningún pecado, muchos años. Ahora, veo cuán malo debía ser.[7] En contraste con lo virtuoso de su madre, que sí cumplía con el ideal de la época: Con ser de harta hermosura, jamás se entendió que diese ocasión a que ella hacía caso de ella, porque con morir de treinta y tres años, ya su traje era como de persona de mucha edad.
Pero Teresa no va más allá en los juegos porque en el hogar de los Cepeda, aun cuando ella no haya sido consciente, se han transmitido e inoculado bien los valores de la época, de modo especial el de la honra y la virtud y los buenos modos. No hay que olvidar que viven ocultando un pasado judeoconverso, disfrazado de hidalguía con un título comprado.
¡Así tuviera fortaleza en no ir contra la honra de Dios, como me la daba mi natural para no perder en lo que me parecía a mí está la honra del mundo! ¡Y no miraba que la perdía por otras muchas vías!
En querer esta vanamente tenía extremo. Los medios que eran menester para guardarla, no ponía ninguno. Solo para no perderme del todo tenía gran miramiento[8].
Y, pues nunca era inclinada a mucho mal (porque cosas deshonestas naturalmente las aborrecía), sino a pasatiempos de buena conversación, mas puesta en la ocasión, estaba en la mano el peligro, y ponía en él a mi padre y hermanos. De los cuales me libró Dios, de manera que se parece bien procuraba contra mi voluntad que del todo no me perdiese; aunque no pudo ser tan secreto, que no hubiese harta quiebra de mi honra y sospecha en mi padre[9].
En fin, las cosas así, D. Alonso toma una decisión muy al estilo de la época: encerrarla en el convento de las agustinas de Gracia. Y procurar tapar todo con disimulación:
Porque no me parece había tres meses que andaba en estas vanidades, cuando me llevaron a un monasterio que había en este lugar, adonde se criaban personas semejantes, aunque no tan ruines en costumbres como yo. y esto con tan gran disimulación, que sola yo y algún deudo lo supo, porque aguardaron a coyuntura que no pareciese novedad; porque, haberse mi hermana casado y quedar sola sin madre no era bien[10]
Era tan demasiado el amor que mi padre me tenía y la mucha disimulación mía, que no había creer tanto mal de mí, y así no quedó en desgracia conmigo. Como fue breve el tiempo, aunque se entendiese algo, no debía ser dicho con certinidad; porque como yo temía tanto la honra, todas mis diligencias eran en que fuese secreto, y no miraba que no podía serlo a quien todo lo ve[11]
El monasterio de Gracia le devuelve a Teresa la salud espiritual, pero nos revela una Teresa llena de temores. Se teme a sí misma, se ve capaz de caer en malas costumbres por malas compañías, igual que de adquirir buenas en buena compañía.
Es como si por sí misma no tuviera fuerza para orientarse y mantenerse en su decisión. Andado el tiempo, le dirá en carta a María de S. José: 
Bien veo que no es perfección en mí, esto que tengo de ser agradecida, debe ser natural, porque con una sardina que me den me sobornarán. (Ávila 1578)
Teresa es consciente de que vive un poco a merced de quien se arrime. En las Agustinas ha encontrado buen ambiente y una monja que admira y con la que se siente bien y entra en sintonía con ella.

3.2.1.  Una identidad que se resiste

Teresa se nos va revelando voluble, influenciable, frágil y temerosa. El tiempo pasa y es normal que se vaya planteando cuál será el futuro de Teresa. El hecho de estar ya en las Agustinas pudiera ser la antesala de un monasterio, pero ella no es amiga de ser monja. Tampoco mira con buenos ojos el matrimonio. Esta realidad tiene que ejercer una presión sobre ella. Probablemente causa de la enfermedad.
Y, puesto que yo estaba entonces ya enemiguísima de ser monja, holgábame de ver tan buenas monjas, que lo eran mucho las de aquella casa, y de gran honestidad y religión y recatamiento[12]
Comenzó esta buena compañía a desterrar las costumbres que había hecho la mala, y a tornar a poner en mi pensamiento deseos de las cosas eternas, y a quitar algo la gran enemistad que tenía con ser monja, que se me había puesto grandísima… Estuve año y medio en este monasterio harto mejorada. Comencé a rezar muchas oraciones vocales, y a procurar con todas me encomendasen a Dios que me diese el estado en que le había de servir. Mas todavía deseaba no fuese monja, que este no fuese Dios servido de dármele, aunque también temía el casarme.[13]
A cabo de este tiempo que estuve aquí, ya tenía más amistad de ser monja, aunque no en aquella casa… También tenía yo una grande amiga en otro monasterio, y esto me era parte para no ser monja, si lo hubiese de ser, sino adonde ella estaba. Miraba más el gusto de mi sensualidad y vanidad que lo bien que me estaba a mi alma. Estos buenos pensamientos de ser monja me venían algunas veces y luego se quitaban y no podía persuadirme a serlo.[14]
Andaba su Majestad disponiendo para el estado en que se quiso servir de mí, que, sin quererlo yo, me forzó a que me hiciese fuerza![15] 
Y aunque no acababa mi voluntad de inclinarse a ser monja, vi era el mejor y más seguro estado; y así poco a poco me determiné a forzarme para tomarle[16].
En esta batalla estuve tres meses, forzándome a mí misma con esta razón: que los trabajos y pena de ser monja no podía ser mayor que la del purgatorio, y que yo había bien merecido el infierno; que no era mucho estar lo que viviese como en purgatorio, y que después me iría derecha al cielo, que este era mi deseo. Y en este movimiento de tomar estado, más me parece me movía un temor servil que amor.[17]
Poníame el demonio que no podría sufrir los trabajos de la religión, por ser tan regalada; a esto me defendía con los trabajos que pasó Cristo; porque no era mucho yo pasase algunos por El; que El me ayudaría a llevarlos (debía pensar)…[18]
Diome la vida haber quedado ya amiga de buenos libros. Leía en las Epístolas de San Jerónimo, que me animaban de suerte que me determiné decirlo a mi padre, que casi era como a tomar el hábito. Porque era tan honrosa, que me parece no tornara atrás por ninguna manera, habiéndolo dicho una vez. Era tanto lo que me quería, que en ninguna manera lo pude acabar con él…Yo ya me temía a mí y a mi flaqueza no tornase atrás.[19]

3.3. Teresa monja en la Encarnación

Teresa huye de la casa para entrar en la Encarnación. Por decisión propia y sin el permiso paterno. Elige la Encarnación porque allí tiene una amiga. Y, ya nos lo ha dicho ella: le anima más un temor servil que el amor. Esta es la calidad de su empuje vocacional. La valoración que hace de la vida religiosa es equiparable a vivir un purgatorio.

3.3.1. 20 años peleando con una sombra de muerte

Tras un primer momento de alegría, de recuperar una vena de oración verdadera que ya hizo su aparición cuando niña, Teresa se desmorona otra vez. Ahora bien, algo ha cambiado: su vocación religiosa se ha afianzado en su interior y esto ya no volverá atrás.
En tomando el hábito, luego me dio el Señor a entender cómo favorece a los que se hacen fuerza para servirle, la cual nadie no entendía de mí, sino grandísima voluntad. A la hora me dio un gran contento de tener aquel estado, que nunca jamás me faltó hasta hoy; y mudó Dios la sequedad que tenía mi alma en grandísima ternura.[20]
No dura mucho la alegría. A pesar de ese afianzamiento vocacional, Teresa volverá a entrar en crisis. Esta vez más honda y más larga. Será la crisis definitiva. En ella se lo juega todo. Será una crisis física que le obligará a salir del convento, una crisis espiritual que no consigue concertar su afectividad y concentrar el amor en quien desde lo más interior le reclama, una crisis moral porque, pese a entender cuál es el camino que debe emprender no tiene fuerzas para quitar las ocasiones, dirá ella.
Teresa en la Encarnación encontró una réplica de la sociedad, donde se valoran los linajes, títulos y noblezas. Allí Teresa vuelve a caer en una vida acomodada, de monja de clase alta. Es Doña Teresa, con celda espaciosa, libertades y pasatiempos.
Por su simpatía, su gracia y su capacidad de complacer, la solicitan en el locutorio muchas veces y allí en conversaciones, muy a menudo banales, pasa su tiempo y engorda su ego. Vuelve a aparecer el enfriamiento afectivo con Dios.   
Teresa vive dividida: ha recibido mercedes, ha comprendido que Dios le regala y la solicita y no es capaz de mantenerse en la entrega. En la soledad, las buenas lecturas y sus ratos de oración ha conectado con su interior, con lo mejor de sí misma y con quien habita en ella. Pero la solicitud de las cosas mundanas da al traste con sus mejores deseos. Vive una vida mediocre. Mientras el ambiente la ensalza, su interior se derrumba.
Así nos lo cuenta ella:
Suplicaba al Señor me ayudase; mas debía faltar a lo que ahora me parece de no poner en todo la confianza en Su Majestad y perderla de todo punto de mí. Buscaba remedio; hacía diligencias; mas no debía entender que todo aprovecha poco si, quitada de todo punto la confianza de nosotros, no la ponemos en Dios.
Deseaba vivir (que bien entendía que no vivía, sino que peleaba con una sombra de muerte) y no había quien me diese vida, y no la podía yo tomar, y quien me la podía dar tenía razón de no socorrerme, pues tantas veces me había tornado a Sí y yo dejádole[21] (V 8, 12)
A tal punto llega que decide abandonar la oración. Se auto engaña y, como no ve compatible la vida que lleva con la oración y tampoco encuentra fuerzas para encauzar la vida, abandona la oración. Dios se valdrá de la muerte de D. Alonso para volver a entablar el trato de amistad con Teresa. El año 1543, el encuentro con su padre moribundo y tan avanzado en el camino de la oración, marcan un cambio de rumbo. Todavía muy tenue, pero que va a ser el inicio de una recuperación sin marcha atrás: la vuelta a la oración. Tiene Teresa 28 años. Y Dios irá tomando terreno en la vida de Teresa, aunque tendrá que seguir compartiéndola con el mundo.

3.3.2. Teresa es liberada por amor

El año clave será 1554, año de su definitiva conversión: ante una imagen de Cristo muy llagado comprende que ella no está respondiendo con el mismo amor que se le entrega Cristo. Se ha mantenido fiel al trato de amistad, pero todavía queda camino.
La gracia de 1554 hace de Teresa una mujer nueva, una cristiana en el más puro sentido de la palabra: una mujer que ya no es suya porque se ha dado a Cristo. De aquí en adelante, Teresa, de forma progresiva, ya sin quiebra, vivirá una comunión con Cristo cada vez mayor y una liberación de todas sus ataduras, sus miedos, sus condicionamientos culturales, sociales, familiares, personales, etc.
 Parece que quería concertar estos dos contrarios, tan enemigos uno de otro, como es vida espiritual y contentos y gustos y pasatiempos sensuales. En la oración pasaba gran trabajo, porque no andaba el espíritu señor, sino esclavo; y así no me podía encerrar dentro de mí (que era todo el modo de proceder que llevaba en la oración) sin encerrar conmigo mil vanidades. Pasé así muchos años, que ahora me espanto qué sujeto bastó a sufrir que no dejase lo uno o lo otro. Bien sé que dejar la oración no era ya en mi mano, porque me tenía con las suyas el que me quería para hacerme mayores mercedes.[22]
Pues ya andaba mi alma cansada y, aunque quería, no la dejaban descansar las ruines costumbres que tenía. Acaecióme que, entrando un día en el oratorio, vi una imagen que habían traído allá a guardar, que se había buscado para cierta fiesta que se hacía en casa. Era de Cristo muy llagado y tan devota que, en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía, y arrojéme cabe El con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle. [23]
Sea Dios bendito por siempre, que en un punto me dio la libertad que yo, con todas cuantas diligencias había hecho muchos años había, no pude alcanzar conmigo, haciendo hartas veces tan gran fuerza, que me costaba harto de mi salud. Como fue hecho de quien es poderoso y Señor verdadero de todo, ninguna pena me dio.[24]
A partir de ahora es Dios quien toma la vida de Teresa y la va haciendo cristiana, al modo de Cristo. Hoy preferimos Jesús. Jesús es el Cristo al que se refiere Teresa, porque es el Dios hecho hombre, el que anduvo en la tierra. Mirándolo a Él, Teresa va convirtiéndose en discípula, en apóstol.
Esta etapa le enfrentará a Teresa con otro de los condicionamientos de su tiempo. No bastaba la discriminación social de la mujer, ni la mirada adversa hacia los espirituales. Teresa reúne las dos condiciones y esto la hará caer en la sospecha de los teólogos y en el miedo a los procesos de la Inquisición.
Ella, que por naturaleza y por formación, ya es miedosa, tendrá que hacer frente a sus miedos, a los de sus confesores y a los del ambiente que le rodea.
Yo era temerosa en extremo, como he dicho”[25] “Mucho me quitaban la libertad del espíritu estos temores, que después vine yo a entender no era buena humildad, pues tanto inquietaba[26]
Busca el contraste de los letrados, para que le aseguren que su oración es verdadera, pero no encuentra quién rompa una lanza por ella. Es mujer y decir que su oración mística es verdadera es peligroso, así que todos intentan disuadirle de que es un engaño del demonio. De sus confidentes y confesores nos deja estos retratos:
Y díjome mi confesor que todos se determinaban en que era demonio, que no comulgase tan a menudo y que procurase distraerme de suerte que no tuviese soledad.[27] V 25,14
Incluso cuando Baltasar Álvarez se inclina a aprobar el espíritu de Teresa, encuentra presión:
Mi confesor, como digo, que era un padre bien santo de la Compañía de Jesús…supe que le decían que se guardase de mí, no le engañase el demonio con creerme algo de lo que le decía; traíanle ejemplos de otras personas. Todo esto me fatigaba a mí. Temía que no había de haber con quién me confesar, sino que todos habían de huir de mí. No hacía sino llorar.[28]
Así concluye:
Bastantes cosas había para quitarme el juicio, y algunas veces me veía en términos que no sabía qué hacer sino alzar los ojos al Señor; porque contradicción de buenos a una mujercilla ruin y flaca como yo y temerosa, no parece nada así dicho, y con haber yo pasado en la vida grandísimos trabajos, es este de los mayores.[29]

3.3.3. Este amor da un señorío

La liberación de Teresa la va a obrar Jesús y su Evangelio. Mirándolo a Él podrá levantarse sobre los juicios de los hombres.
Teresa ha encontrado una vena de oración en la contemplación de los pasajes evangélicos y el Evangelio se irá abriendo camino en su interior y ensanchando las fronteras a las que los hombres quieren reducir a Dios.
Unida a este Amigo verdadero ya no habrá más miedos:
Hasta ahora parecíame había menester a otros y tenía más confianza en ayudas del mundo; ahora entiendo claro ser todos unos palillos de romero seco y que asiéndose a ellos no hay seguridad, que en habiendo algún peso de contradicciones o murmuraciones se quiebran. Y así tengo experiencia que el verdadero remedio para no caer es asirnos a la cruz y confiar en el que en ella se puso. Hállole amigo verdadero y hállome con esto con un señorío que me parece podría resistir a todo el mundo que fuese contra mí, con no me faltar Dios.[30] R 3, 1
No entiendo estos miedos: "¡demonio! ¡demonio!", adonde podemos decir: "¡Dios ¡Dios!", y hacerle temblar. Sí, que ya sabemos que no se puede menear si el Señor no lo permite. ¿Qué es esto? Es que tengo ya más miedo a los que tan grande le tienen al demonio que a él mismo; porque él no me puede hacer nada, y estotros, en especial si son confesores, inquietan mucho, y he pasado algunos años de tan gran trabajo, que ahora me espanto cómo lo he podido sufrir. ¡Bendito sea el Señor que tan de veras me ha ayudado!.. [31]
Teresa al acercarse a Jesús comprende el valor de la mujer; y que el hacerla de menos no es de Dios, sino de los jueces del mundo, que siempre ha habido mujeres valientes a las que el Señor ha confiado su Iglesia.
No es aceptador de personas; a todos ama; no tiene nadie excusa por ruin que sea, pues así lo hace conmigo trayéndome a tal estado[32]
Jesús no aborreció a las mujeres. Entonces y ahora encontró en ellas mejor respuesta que en los hombres:
Hay muchas más que hombres a quien el Señor hace estas mercedes, y esto oí al santo fray Pedro de Alcántara (y también lo he visto yo), que decía aprovechaban mucho más en este camino que hombres, y daba de ello excelentes razones, que no hay para qué las decir aquí, todas en favor de las mujeres[33]
En el Camino de Perfección, códice de El Escorial, capítulo 4,1. Este texto, todo un manifiesto a favor de las mujeres, que el censor tachó hasta no poderse leer, quiso Dios que con el tiempo saliera a la luz.
Parece atrevimiento pensar yo he de ser alguna parte para alcanzar esto. Confío yo, Señor mío, en estas siervas vuestras que aquí están, que veo y sé no quieren otra cosa ni la pretenden, sino contentaros. Por Vos han dejado lo poco que tenían, y quisieran tener más para serviros con ello. Pues no sois Vos, Criador mío, desagradecido para que piense yo daréis menos de lo que os suplican, sino mucho más; ni aborrecisteis, Señor de mi alma, cuando andabais por el mundo, las mujeres, antes las favorecisteis siempre con mucha piedad y hallasteis en ellas tanto amor… (siguen 20 líneas borradas, censuradas, que decían):… hallasteis en ellas tanto amor y más fe que en los hombres, pues estaba vuestra sacratísima Madre, en cuyos méritos merecemos, y por tener su hábito, lo que desmerecimos por nuestras culpas. No basta, Señor, que nos tiene el mundo acorraladas, que no hagamos cosa que valga nada por Vos en público, ni osemos hablar algunas verdades que lloramos en secreto, sino que no nos habíais de oír petición tan justa. No lo creo yo, Señor, de vuestra bondad y justicia, que sois justo juez y no como los jueces del mundo, que, como son hijos de Adán y, en fin, todos varones, no hay virtud de mujer que no tengan por sospechosa.
Sí, que algún día ha de haber, Rey mío, que se conozcan todos. No hablo por mí, que ya tiene conocido el mundo mi ruindad y yo holgado que sea pública; sino porque veo los tiempos de manera que no es razón desechar ánimos virtuosos y fuertes, aunque sean de mujeres.
Jesús ha salido al paso de Teresa y la ha fortalecido. Ha prometido estar con ella y defenderla. Cuando el índice de libros del inquisidor que de alguna manera, redundaba en perjuicio de las mujeres, por prohibir los libros en romance, es Jesús el que le asegura que en Él tendrá libro Vivo, que no tema.
 Su Majestad ha sido el libro verdadero adonde he visto las verdades ¡Bendito sea tal libro, que deja imprimido lo que se ha de leer y hacer, de manera que no se puede olvidar![34]

3.4. Teresa: una vida fecunda

No pretendo alargarme en esto. Solo quiero dar un apunte sobre qué fecundidad tiene una vida cuando arraiga en el Evangelio. Quiso Dios que a Teresa le quedase un tiempo para poner por obra todo lo que había entendido en la oración, en ese trato de amistad con el Amigo que nunca falla. Veinte años de una actividad desbordante. Enferma y todo como estaba: hoy sabemos que con un cáncer de útero, andando por esos caminos, al frío del invierno  y al asfixiante calor de tierras de Castilla y Andalucía.

3.4.1. Su obra escrita

Entre 1562, que sale de la Encarnación para fundar San José y 1582, que muere en Alba de Tormes, escribe las dos redacciones del Libro de la Vida, dos redacciones de Camino de Perfección, Fundaciones y Castillo interior o Moradas. Todas ellas y algunas más de carácter más breve, como Meditación de los Cantares, Modo de visitar conventos…que se convertirán en obras de la mejor prosa castellana de todos los tiempos y verdaderos tratados de la mejor espiritualidad.
Teresa rompe las fronteras que tenían relegadas a las mujeres a la vida privada. Y en un ambiente hostil eclesiástico para los espirituales y para las mujeres, se convierte en Maestra de espirituales.
3.4.2. Su obra fundacional
 En estos 20 últimos años de vida Teresa siembra evangelio por toda la geografía española. No creo que sean otra cosa nuestras pequeñas comunidades.
·        Ávila 1562
·        Medina 1567
·        Malagón 1568
·        Valladolid 1568
·        Duruelo 1568
·        Toledo 1569
·        Pastrana 1569
·        Salamanca 1570
·        Alba de Tormes 1571
·        Segovia 1574
·        Beas 1575
·        Sevilla 1575
·        Caravaca 1576
·        Villanueva de la Jara 1580
·        Palencia 1581
·        Soria 1581
·        Burgos 1582
Sus Carmelos están llamados a testimoniar con la vida los valores del Evangelio. Son, por tanto, la mejor contestación a una sociedad e Iglesia que no vivía en ellos o no siempre los defendió.
En sus conventos no habrá clases, ni se nombrarán linajes. Todas por igual se empeñarán en amarse y ayudarse a lo único que importa, que es darse del todo al Todo, sin hacerse partes. No les preocupará el dinero o limpieza de sangre de las candidatas, sino las cualidades y el deseo de contentar solo a Dios que traigan. Una vida sencilla, sobria, laboriosa. Sin ataduras ni de deudos ni de confesores. Mucha libertad dentro en todo: en el respeto a cada una, a su momento, a su condición. Y libertad con los de fuera: no permitir que nadie de fuera quite la paz a la comunidad. Sea la comunidad la protagonista de su propia historia. Por eso comunidades autónomas, pero muy unidas por lazos de caridad unas con otras.
En su afán de sembrar el Evangelio, no le detendrá el hecho de ser mujer ni a la hora de fundar frailes. Creo que es el único caso en la historia.

4.  1582: Al fin, muero hija de la Iglesia

No se entiende Teresa fuera de la Iglesia. No tendría sentido. Ella es fruto de una Iglesia fiel a Cristo. Amó la Iglesia con todo su ser, aunque no pudo vivir en sintonía con la institución.
Famosa se ha hecho la frase con la que la Madre Teresa se despide del mundo. El empuje del Evangelio la llevó, sin pretenderlo “a priori”, a trasgredir normas, a  convertirse en un verdadero quebradero de cabeza para los defendedores del orden establecido.
No encontraron en ella motivo para condenarla, pero, sin duda, temió en algún momento que pudieran hacerlo.
No faltaron quienes hasta en la última hora la juzgaron sin piedad, tal es el caso del nuncio Felipe Sega que le dedicó estas palabras: “fémina inquieta, andariega, desobediente y contumaz que a título de devoción inventa malas doctrinas, andando fuera de la clausura contra el orden del concilio tridentino y prelados. Enseñando como maestra contra lo que san Pablo enseñó, mandando que las mujeres no enseñaran”.
De él dirá ella:
Murió un nuncio santo que favorecía mucho la virtud, y así estimaba los Descalzos. Vino otro, que parecía le había enviado Dios para ejercitarnos en padecer.[35]
Si sus últimos 20 años son un verdadero maratón, su carrera después de muerta resulta meteórica:
1614: El 14 de abril es beatificada por el Papa Paulo V.
1622: El 12 de marzo de 1622 es canonizada por el Papa Gregorio XV.
1970: El 27 de septiembre es proclamada por el Papa Pablo VI doctora de la Iglesia. La primera mujer doctora de la Iglesia
Que todo ello no nos haga olvidar que detrás de la gran Teresa de Jesús hay una historia de pobreza, sufrimiento, incomprensión y lucha, que, si no saca Dios adelante, hoy nadie conocería.
No podemos definirla como una feminista. Su defensa de la mujer, como la de cualquier colectivo marginado, los pobres, por ejemplo, arranca en ella por el grito del Evangelio. De tal modo, que pudiéramos deducir que cualquier discriminación hoy para los cristianos, es un problema de conversión. Para seguir sus pasos: determinarnos a hacer lo poquito que esté en nosotros y vivir el evangelio.
Muchas gracias


[1] V 17,5
[2] BENNASSAR, Bartolomé, “La España del Siglo de Oro”, Editorial CRÍTICA, Barcelona 1983
[3] La teología positiva se presenta perfectamente realizada en el De locis theologicis  (1562) de Melchor Cano. Los lugares teológicos o fuentes de la teología se sitúan, no en las cuestiones temáticas (Trinidad, Encarnación, Gracia), como en la teología medieval sino en Sagrada Escritura, la Tradición Apostólica, la autoridad de la Iglesia Católica, la autoridad de los Concilios Ecuménicos, la autoridad del Sumo Pontífice, la doctrina de los Padres de la Iglesia, la doctrina de los doctores escolásticos y canonistas, la verdad racional humana, la doctrina de los filósofos y la historia.
[4] V 2,1
[5] V 1,1-4
[6] V 1,8
[7] V 2,2
[8] V 2,3
[9] V 2,6
[10] V 2,6
[11] V 2,7
[12] V 2,8
[13] V 3,1-2
[14] V 3,2
[15] V 3,4
[16] V 3,5
[17] V 3, 6-7
[18] V 3,6
[19] V 3,7
[20] V 4,2
[21] V 8,12
[22] V 7,17
[23] V 9,1
[24] V 24,8
[25] V 25,14
[26] V 31,14
[27] V 25,14
[28] V 28,14
[29] V 28,18
[30] R 3,1
[31] V 25,22
[32] V 27,12
[33] V 40,8
[34] V 25,6
[35] F 28,3