V Congreso Ibérico OCDS. CITeS-Ávila 2016
PONENCIAS
IDENTIDAD DEL CARMELITA DESCALZO SEGLAR
EN EL SIGLO XXI
P. Alzinir Debastiani, ocd Delegado Gral. OCDS
“Padre, no te pido que los saques del mundo,
sino que los preserves del Maligno” (Jn 17, 1.15)
Os agradezco por la amable invitación que me hicisteis a través del Presidente de la Junta
Nacional de la Orden Seglar de España, para participar en este V Congreso Ibérico de la
Orden Seglar de los Carmelitas Descalzos.
El tema elegido para este V Congreso es muy sugestivo: “Identidad y misión del carmelita
Seglar; viviendo en el mundo en obsequio de Jesucristo”. Es un tema que nos pone
delante del sentido si, de aquello que pensamos que somos y nos lleva a actuar de
acuerdo con esta idea. Esto a nivel humano o religioso.
La exhortación apostólica Chistifideles Laici (=ChL - 1988) de Juan Pablo II, nos ayuda a
“Sólo dentro de la Iglesia como misterio de comunión se revela la «identidad» de los fieles
laicos, su original dignidad. Y sólo dentro de esta dignidad se pueden definir su vocación y
misión en la Iglesia y en el mundo”(ChL 8).
A su vez la Ratio Institutionis OCDS, nos recuerda el importante papel de las Comunidades
OCDS respecto a la identidad de sus miembros:
“Nuestras Comunidades tienen como meta específica fundamental un proceso permanente
de entender la identidad del Carmelita en el mundo de hoy, y descubrir cuál es el necesario
servicio de su identidad respecto a Dios, la Iglesia, la Orden y el mundo” (n. 3).
Por eso, creo que es importante que cada uno se pregunte a sí mismo: ¿Cuál es mi
concepción de Carmelo seglar? ¿Cómo creo debería de ser un Carmelita seglar hoy?
¿Corresponderían estas concepciones con aquello que la Iglesia y la Orden nos dicen hoy
acerca de la identidad del laico de la Orden Seglar?
A la luz de los documentos de la Iglesia y de la Orden, buscaré desarrollar y contesta las
preguntas en 4 puntos principales:
1. El fiel cristiano: su identidad en el misterio de la Iglesia;
2. Lo específico de la identidad del fiel cristiano laico en el Pueblo de Dios;
3. La identidad de la OCDS;
4. Para vivir la pertenencia al Carmelo “desde una clara identidad laical” (Const.
OCDS 2) “respecto a Dios, la Iglesia, la Orden y el mundo” (Ratio n. 3).
2
1. El fiel cristiano: su identidad en el misterio de la Iglesia
El Diccionario de la Real Academia Española define identidad (del lat. tardío identĭtas, ‘el
mismo', 'lo mismo') en 4 rasgos diversos y complementarios:
1. f. Cualidad de idéntico.
2. f. Conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad
que los caracterizan frente a los demás.
3. f. Conciencia que una persona tiene de ser ella misma y distinta a las demás.
4. f. Hecho de ser alguien o algo el mismo que se supone o se busca”1.
La identidad de una persona es un rasgo característico de su yo, el cual advierte una
igualdad y continuidad interior en el tiempo, en su propia conciencia; esta percepción de
sí mismo y el conocer que los otros la reconocen, es condición para la salud psíquica.
En lo que dice respecto al grupo, el aspecto sociológico, son los rasgos propios del
grupo que lo caracteriza y lo hace distinto de los demás grupos.
Aquí nos interesa mirar la identidad del fiel cristiano laico desde el punto de vista de la
fe cristiana, el teológico. Este presupone la visión antropológica cristiana, basada en las
Escrituras Sagradas y en el Magisterio de la Iglesia y de la Orden. En estos
documentos se valoriza el personal en unión con el comunitario y el teológico, como
viene bien sintetizado en el documento Comunión y servicio, la persona humana creada a
imagen de Dios, emitido por la Comisión Teológica Internacional en el año 2004:
“Cuando se habla de la persona, nos estamos refiriendo tanto a la identidad e interioridad
irreductible que constituyen a cada individuo, como a la relación fundamental con los otros
que está en el cimiento de la comunidad humana. En el planteamiento cristiano, esta
identidad personal, que es también una orientación hacia el otro, se fundamenta
esencialmente en la Trinidad de las Personas divinas. Dios no es un ser solitario, sino una
comunión entre tres Personas”2.
De esta realidad personal vuelta a la comunión con Dios Trinidad y con los otros nace la
oración y la comunidad cristiana. Es lo que vemos en Jesucristo, el cual vive la oración
como intimidad con el Padre y la enseña a los discípulos, los cuáles llama “para que
estuvieran con él”. Después los enviará a predicar la Buena Noticia del Reino (cf. Mc
3,15-19), diciéndonos con esto que la Iglesia existe para ser testimonio del Reino, para
llevar la Buena Noticia a los demás, a través de los muchos carismas y ministerios
suscitados por el Espíritu Santo para este fin.
Por eso, cuando hablamos del misterio de la Iglesia, hablamos del “amor y la vida del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo como el don absolutamente gratuito que se ofrece a
cuantos han nacido del agua y del Espíritu (cf. Jn 3, 5), llamados a revivir la
misma comunión de Dios y a manifestarla y comunicarla en la historia (misión)” (ChL 8).
1 http://dle.rae.es/?id=KtmKMfe.
2 Comisión Teológica Internacional, Comunión y servicio: la persona humana creada a imagen de Dios. 2004, n. 41. El
párrafo sigue: “Dios no es un ser solitario, sino una comunión entre tres Personas. Constituido por la única naturaleza
divina, la identidad del Padre es su paternidad, su relación con el Hijo y con el Espíritu; la identidad del Hijo es su relación
con el Padre y con el Espíritu; la identidad del Espíritu es su relación con el Padre y con el Hijo. La revelación cristiana ha
llevado a articular el concepto de persona y le ha atribuido un significado divino, cristológico y trinitario. Ninguna persona
en cuanto tal está sola en el universo, sino que siempre está constituida con los otros y está llamada a formar con ellos
una comunidad”. Cf. Benedicto XVI, Caritas in veritate 19.53.
3
A lo largo de la historia de la Iglesia, la comprensión del estado de vida laical sufrió
muchos cambios. Recordamos la evolución del concepto del laico que nos fue
presentada por el P. Saverio en el IV Congreso: de su significado como miembro del
pueblo de Dios o simplemente cristiano en los primeros siglos, para - a partir del IV-V
siglos -, pasar al significado de no clérigo, creando una visión jerárquica y cada vez
más piramidal en la Iglesia, donde los laicos eran apenas oyentes pasivos3.
Tendremos que esperar hasta el siglo XX el movimiento anterior al Concilio Vaticano II
para tener un rescate del sentido original de laico como fiel cristiano co-responsable en
la misión de la iglesia. Será el mismo Concilio Vaticano II quien pondrá todos los
estados de vida de la Iglesia dentro de la categoría de Pueblo de Dios, donde todos,
desde la gracia de los sacramentos, son llamados a participar activamente en su vida y
misión. Y lo hará en la constitución dogmática Lumen Gentium (= LG) y en el Decreto
Apostolican actuositatem (=AA), los cuales tratan del misterio de la Iglesia y del
apostolado de los laicos. La LG por “primera vez en la historia” pone en relieve la
categoría del fiel cristiano laico en un capítulo aparte”4.
Para una correcta lectura de la identidad del fiel cristiano laico en el misterio de la Iglesia
es necesario tener presente el esquema de la LG: el Capítulo I y II de la Lumen Gentium
son dedicados al Misterio de la Iglesia y del Pueblo de Dios. A seguir aparecen los 3
estados de vida: cap. III la Jerarquía; cap. IV los Laicos; cap. V, la llamada universal a la
santidad y el cap. VI los Religiosos (Cap. VII Índole escatológica de la Iglesia y cap. VIII, la
Virgen María). Con esta opción, el Concilio quiso poner en relieve la universalidad de cada
una de las vocaciones en la unidad del Pueblo de Dios. Todos los bautizados reciben una
misma llamada a buscar la santidad (cf LG 40-41). Al mismo tiempo “… cada una de las
partes colabora con sus dones propios con las restantes partes y con toda la Iglesia, de tal
modo que el todo y cada una de las partes aumentan a causa de todos los que
mutuamente se comunican y tienden a la plenitud en la unidad” (LG 13), en “igualdad entre
todos en cuanto a la dignidad y a la acción común a todos los fieles en orden a la
edificación del Cuerpo de Cristo” (LG 32). Los 3 estados de vida – clérigos, laicos y
religiosos - son complementarios (cf. LG 13; ChL 20; VC 16; 29) y fundan su dignidad en la
consagración bautismal y crismal, común a todos ellos (cf. LG 11. 32).
Una buena síntesis de esta doctrina del Vaticano II fue presentada en el documento Vita
Consecrata (=VC) del 1996:
“Todos los fieles, en virtud de su regeneración en Cristo, participan de una dignidad común;
todos son llamados a la santidad; todos cooperan a la edificación del único Cuerpo de
Cristo, cada uno según su propia vocación y el don recibido del Espíritu (cf. Rm 12, 38). La
igual dignidad de todos los miembros de la Iglesia es obra del Espíritu; está fundada en el
Bautismo y la Confirmación y corroborada por la Eucaristía. Sin embargo, también es obra
del Espíritu la variedad de formas. Él constituye la Iglesia como una comunión orgánica en
la diversidad de vocaciones, carismas y ministerios.
Las vocaciones a la vida laical, al ministerio ordenado y a la vida consagrada se pueden
considerar paradigmáticas, dado que todas las vocaciones particulares, bajo uno u otro
aspecto, se refieren o se reconducen a ellas, consideradas separadamente o en conjunto,
3 Cf. Acta Ordinis 2012, p. 100. Atti del P: N. Preposito Generale, 29 aprile 2012.
4 G. Philips, La Chiesa e il suo mistero; storia, testo e commento della costituzione Lumen Gentium. (Milano: Jaka book
4
según la riqueza del don de Dios. Además, están al servicio unas de otras para el
crecimiento del Cuerpo de Cristo en la historia y para su misión en el mundo” (VC 31).
Por lo tanto hoy se ve – por lo menos en la doctrina oficial de la Iglesia - la comunión y la
complementariedad de las vocaciones del clérigo, religioso y laico en vista de la misión. El
fiel cristiano, sea él laico, clérigo o religioso, tiene su identidad fundada en su ser en Cristo
y pertenecer a Cristo por el Bautismo (cf Gál 6,15; I Cor 5,17)5. Y en la Iglesia todos son
responsables por su misión, como bien nos recuerda papa Francisco en la Evangelii
Gaudium (=EG): “En todos los bautizados, desde el primero hasta el último, actúa la fuerza
santificadora del Espíritu que impulsa a evangelizar”, pues todos somos “discípulos
misioneros” (119; cf. 111-121).
Podemos pasar así a buscar los rasgos propios de la identidad de los fieles cristianos
laicos y que les caracterizan frente a los demás.
2. Lo especifico de la identidad del fiel cristiano laico en el Pueblo de Dios
El fiel cristiano por el Bautismo recibe en su vida una radical novedad en “tres aspectos
fundamentales: el Bautismo nos regenera a la vida de los hijos de Dios; nos une a
Jesucristo y a su Cuerpo que es la Iglesia; nos unge en el Espíritu Santo constituyéndonos
en templos espirituales” (ChL 10; cf. 10-13). Es decir, el que fue bautizado fue consagrado
a Dios, hizo una opción consciente de vivir su fe en Cristo y seguirle, con un estilo de vida
según el Evangelio que determina sus elecciones cotidianas; es una nueva criatura
incorporada en Cristo (cf. LG 15.31.32.11). El Bautismo capacita a actuar en la persona de
Cristo en la realidad bajo la acción del Espíritu Santo, del cual fueron hechos templos vivos
y santos (LG 10)6 y participantes de los oficios sacerdotal, profético y real de Cristo (cf LG
10; ChL 14). A través de ellos Jesús manifestó su dignidad poniendo su persona humano-
divina a servicio de la voluntad del Padre y estuvo entre nosotros “como el que sirve” (Lc
5 Esta teología y antropología de la LG aparece sintetizada en el can. 204 §1 del Códice de derecho Canónico, donde
comienza el libro sobre le Pueblo de Dios. “Son fieles cristianos quienes, incorporados a Cristo por el bautismo, se
integran en el pueblo de Dios, y hechos partícipes a su modo por esta razón de la función sacerdotal, profética y real de
Cristo, cada uno según su propia condición, son llamados a desempeñar la misión que Dios encomendó cumplir a la
Iglesia en el mundo”. Benedicto XVI, Homilía sábado santo 2008: “En el bautismo el Señor entra en vuestra vida por la
puerta de vuestro corazón. Nosotros no estamos ya uno junto a otro o uno contra otro. Él atraviesa todas estas puertas.
Esta es la realidad del bautismo: él, el Resucitado, viene, viene a vosotros y une su vida a la vuestra, introduciéndoos en
el fuego vivo de su amor. Formáis una unidad; sí, sois uno con él y de este modo sois uno entre vosotros. En un primer
momento esto puede parecer muy teórico y poco realista. Pero cuanto más viváis la vida de bautizados, tanto más
podréis experimentar la verdad de estas palabras. En realidad, las personas bautizadas y creyentes nunca son extrañas
las unas para las otras. Pueden separarnos continentes, culturas, estructuras sociales o también distancias históricas.
Pero cuando nos encontramos nos conocemos en el mismo Señor, en la misma fe, en la misma esperanza, en el mismo
amor, que nos conforman. Entonces experimentamos que el fundamento de nuestra vida es el mismo. Experimentamos
que en lo más profundo de nosotros mismos estamos enraizados en la misma identidad, a partir de la cual todas las
diversidades exteriores, por más grandes que sean, resultan secundarias. Los creyentes no son nunca totalmente
extraños el uno para el otro. Estamos en comunión a causa de nuestra identidad más profunda: Cristo en nosotros. Así la
fe es una fuerza de paz y reconciliación en el mundo; la lejanía ha sido superada, pues estamos unidos en el Señor
6 ChL 13: “El Espíritu Santo «unge» al bautizado, le imprime su sello indeleble (cf. 2 Co 1, 21-22), y lo constituye en
templo espiritual; es decir, le llena de la santa presencia de Dios gracias a la unión y conformación con Cristo.
Con esta «unción» espiritual, el cristiano puede, a su modo, repetir las palabras de Jesús: «El Espíritu del Señor está
sobre mí; por lo cual me ha ungido para evangelizar a los pobres, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos
y la vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, y a proclamar el año de gracia del Señor» (Lc 4, 18-19;
cf. Is 61, 1-2). De esta manera, mediante la efusión bautismal y crismal, el bautizado participa en la misma misión de
Jesús el Cristo, el Mesías Salvador”.
5
22,27). Y lo demostró hasta el final al lavar los pies de los discípulos en la última Cena,
prefigurando su muerte en la cruz para rescatar los hijos de Dios dispersos (Cf. Jn 12, 52;
El fiel cristiano laico, participando en los 3 oficios de Cristo testimonia su dignidad de ser
siervo del Señor7. Torna presente en la historia el amor del Padre que quiere la salvación
de todos los hombres y mujeres. En cuánto bautizado y en fuerza de estos 3 oficios actúa
en la persona de Cristo con el fin de consagrar el mundo a través de su presencia y
servicio de salvación del mundo. Veamos qué significa esto más de cerca, siguiendo el n.
Por medio del oficio sacerdotal (cf LG 34) los fieles laicos están unidos al sacrificio de Cristo
“en el ofrecimiento de sí mismos y de todas sus actividades (cf. Rm 12, 1-2). Dice el Concilio
hablando de los fieles laicos: «Todas sus obras, sus oraciones e iniciativas apostólicas, la
vida conyugal y familiar, el trabajo cotidiano, el descanso espiritual y corporal, si son hechos
en el Espíritu, e incluso las mismas pruebas de la vida si se sobrellevan pacientemente, se
convierten en sacrificios espirituales aceptables a Dios por Jesucristo (cf. 1 P 2, 5), que en
la celebración de la Eucaristía se ofrecen piadosísimamente al Padre junto con la oblación
del Cuerpo del Señor. De este modo también los laicos, como adoradores que en todo lugar
actúan santamente, consagran a Dios el mundo mismo» (LG 34).
La participación en el oficio profético de Cristo, «que proclamó el Reino del Padre con el
testimonio de la vida y con el poder de la palabra» (LG 35), habilita y compromete a los
fieles laicos a acoger con fe el Evangelio y a anunciarlo con la palabra y con las obras, sin
vacilar en denunciar el mal con valentía. Unidos a Cristo, el «gran Profeta» (Lc 7, 16), y
constituidos en el Espíritu «testigos» de Cristo Resucitado, los fieles laicos son hechos
partícipes tanto del sobrenatural sentido de fe de la Iglesia, que «no puede equivocarse
cuando cree» (LG 12), cuanto de la gracia de la palabra (cf. Hch 2, 17-18; Ap 19, 10). Son
igualmente llamados a hacer que resplandezca la novedad y la fuerza del Evangelio en su
vida cotidiana, familiar y social, como a expresar, con paciencia y valentía, en medio de las
contradicciones de la época presente, su esperanza en la gloria «también a través de las
estructuras de la vida secular» (LG 35).
Por su pertenencia a Cristo, Señor y Rey del universo, los fieles laicos participan en su oficio
real y son llamados por Él para servir al Reino de Dios y difundirlo en la historia. Viven la
realeza cristiana, antes que nada, mediante la lucha espiritual para vencer en sí mismos el
reino del pecado (cf. Rm 6, 12); y después en la propia entrega para servir, en la justicia y
en la caridad, al mismo Jesús presente en todos sus hermanos, especialmente en los más
pequeños (cf. Mt 25, 40).
La participación de los fieles laicos en el triple oficio de Cristo Sacerdote, Profeta y Rey tiene
su raíz primera en la unción del Bautismo, su desarrollo en la Confirmación, y su
cumplimiento y dinámica sustentación en la Eucaristía. Se trata de una participación
donada a cada uno de los fieles laicos individualmente; pero les es dada en cuanto que
forman parte del único Cuerpo del Señor. … Precisamente porque deriva de la comunión
eclesial, la participación de los fieles laicos en el triple oficio de Cristo exige ser vivida y
actuada en la comunión y para acrecentar esta comunión” (ChL 14).
Todo esto significa que en la vocación de cristiano laico en el mundo hace presente el
mensaje de Cristo allí donde se encuentre. Es lo que llamamos índole secular. Entendida
en su sentido teológico (cf. ChL 15), es la “modalidad” propia, “lugar” del ejercicio de la
7 Las Constituciones OCDS hablan de la participación en los oficios de Cristo en el Proemio: “El seguimiento de Cristo es
el camino para llegar a la perfección que el bautismo ha abierto a todo cristiano. Por él se participa de la triple misión de
Jesús: real, sacerdotal y profética. La primera lo compromete en la transformación del mundo, según el proyecto de Dios.
Por la segunda, se ofrece y ofrece toda la creación al Padre con Cristo y guiado por el Espíritu. Como profeta anuncia el
plan de Dios sobre la humanidad y denuncia todo lo que se opone a él7”.
6
vocación-misión del laico cristiano mediante el sacerdocio común recibido con el Bautismo:
a “los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios
gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios”. Esto significa que el
“carácter secular debe ser entendido a la luz del acto creador y redentor de Dios, que ha
confiado el mundo a los hombres y a las mujeres, para que participen en la obra de la
creación, la liberen del influjo del pecado y se santifiquen en el matrimonio o en el celibato,
en la familia, en la profesión y en las diversas actividades sociales”8.
Es decir, la misión del fiel cristiano laico es hacer presente en medio del mundo – en la
índole secular - la relación amorosa que existe en el Misterio trinitario; es ser señal de la
novedad cristiana de las Bienaventuranzas en medio de la realidad conflictiva y llena de
pobrezas del mundo, donándole un sentido transcendente, especialmente “en aquellos
lugares y circunstancias en los que sólo a través de los laicos puede llegar a ser la sal de
la tierra” (LG 33). Es más: lleva al mundo el plano divino de sanarlo con el mensaje de
Cristo, meta de la historia y de toda la humanidad (Cf. LG 9). En este sentido, la misión de
los laicos cristianos es ser “el rostro simbólico de la Iglesia a lo exterior de sí misma”9.
Consecuentemente, el mundo - la realidad secular -, como lugar de santificación de fiel
cristiano laico, pide que evite de caer en las tentaciones de reducir sus tareas al campo
intra-eclesial, dejando de lado “sus responsabilidades específicas en el mundo profesional,
social, económico, cultural y político; y la tentación de legitimar la indebida separación
entre fe y vida, entre la acogida del Evangelio y la acción concreta en las más diversas
realidades temporales y terrenas” (ChL 2; cf. 16-17). “Para que puedan responder a su
vocación, los fieles laicos deben considerar las actividades de la vida cotidiana como
ocasión de unión con Dios y de cumplimiento de su voluntad, así como también de servicio
a los demás hombres, llevándoles a la comunión con Dios en Cristo” (ChL 17).
Concluimos esta parte con la síntesis del Compendio de la doctrina social de la Iglesia
“La identidad del fiel laico nace y se alimenta de los sacramentos: del Bautismo, la
Confirmación y la Eucaristía... El fiel laico es discípulo de Cristo a partir de los sacramentos
y en virtud de ellos, es decir, en virtud de todo lo que Dios ha obrado en él imprimiéndole la
imagen misma de su Hijo, Jesucristo. De este don divino de gracia, y no de concesiones
humanas, nace el triple « munus » (don y tarea), que cualifica al laico como profeta,
sacerdote y rey, según su índole secular” (n. 542).
8 En las palabras de la LG: a “los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando
los asuntos temporales y ordenándolos según Dios. Viven en el siglo, es decir, en todos y cada uno de los deberes y
ocupaciones del mundo, y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social, con las que su existencia está como
entretejida. Allí están llamados por Dios, para que, desempeñando su propia profesión guiados por el espíritu evangélico,
contribuyan a la santificación del mundo como desde dentro, a modo de fermento. Y así hagan manifiesto a Cristo ante
los demás, primordialmente mediante el testimonio de su vida, por la irradiación de la fe, la esperanza y la caridad. Por
tanto, de manera singular, a ellos corresponde iluminar y ordenar las realidades temporales a las que están
estrechamente vinculados, de tal modo que sin cesar se realicen y progresen conforme a Cristo y sean para la gloria del
Creador y del Redentor” (LG 31).
9 Giacomo Canobbio, Laici dopo il Vaticano II, en Il Regno- documenti 13 (2011) 426.
7
Como estímulo tenemos el “modelo perfecto de esa vida espiritual y apostólica en la
Santísima Virgen María, Reina de los Apóstoles, la cual, mientras llevaba en este mundo
una vida igual que la de los demás, llena de preocupaciones familiares y de trabajos,
estaba constantemente unida con su Hijo, cooperó de un modo singularísimo a la obra del
Salvador” (AA 4); lo mismo podríamos decir de san José.
Pasamos ahora a mirar la doctrina de la Iglesia acerca de los fieles cristianos laicos
aplicada a la Orden Seglar del Carmelo Descalzo.
3. La identidad de la OCDS
Así como en la Iglesia los 3 estados de vida de los bautizados-crismados son
complementarios y fundan su dignidad de miembro responsable por la vida y la misión de
la Iglesia, análogamente podemos decir de la vocación al Carmelo teresiano, cuyo núcleo
está formado por los Frailes, las Monjas y los Seglares. La vocación de cada uno en las
distintas ramas de la Orden es única y posee la misma dignidad sea él o ella Carmelita
seglar, monja Carmelita Descalza o Fraile OCD. Todos son miembros de la misma Orden
con su específica vocación y misión en complementariedad. Las afirmaciones de las
Constituciones de la OCDS respecto a eso son claras:
“La gran familia del Carmelo Teresiano está presente en el mundo de muchas formas. Su
núcleo es la Orden de los Carmelitas Descalzos, formada por los frailes, las monjas de
clausura y los seglares. Es una sola Orden con el mismo carisma (Constituciones,
Los Carmelitas Seglares, junto con los Frailes y las Monjas, son hijos e hijas de la Orden de
Nuestra Señora del Monte Carmelo y de Santa Teresa de Jesús. Por lo tanto, comparten
con los religiosos el mismo carisma, viviéndolo cada uno según su propio estado de vida.
Es una sola familia con los mismos bienes espirituales, la misma vocación a la santidad (cf.
Ef 1,4; 1 Pedro 1,15) y la misma misión apostólica. Los Seglares aportan a la Orden la
riqueza propia de su secularidad10” (Const. OCDS 1).
“La Orden Seglar de nuestra Señora del Monte Carmelo y Santa Teresa de Jesús es una
asociación de fieles y una parte integrante de la Orden de los Carmelitas Descalzos. Es
esencialmente laical en su carácter, aunque puede contar con la participación del clero
diocesano11” (Const. 37).
Desde el punto de vista jurídico, la Orden Seglar es una asociación pública e internacional
de fieles12 (=puede hablar y actuar en nombre de la Iglesia). Según el canon 312 del
Código de Derecho Canónico del 1983 (=CDC), solo la santa Sede puede establecer tales
12 Cf. Teodoro B. Ruiz, Las asociaciones de fieles, en, Derecho canónico I; el derecho del pueblo de Dios. BAC, Madrid
2006. p. 312. 315. Según este autor una asociación pública “… además de surgir de la voluntad libre de los fieles… ha
sido constituida y erigida por la autoridad eclesiástica competente a la que se adhiere de modo peculiar; queda
constituida en persona jurídica en virtud del mismo decreto que la erige y recibe la misión para actuar los fines que se
propone conseguir en nombre de la Iglesia, mirando al bien público, al mismo tiempo que se rige a norma de sus
estatutos bajo la alta dirección de la jerarquía”. El CDC define así las Órdenes Terceras o Seglares: "Se llaman Órdenes
Terceras, o con otro nombre parecido, aquellas asociaciones cuyos miembros, viviendo en el mundo y participando del espíritu
de un Instituto religioso, se dedican al apostolado y buscan la perfección cristiana bajo la alta dirección del mismo
Instituto" (CDC can. 303). Los documentos recientes de la Iglesia que mencionan esta pertenencia de las Ordenes
seglares o Terceras son la ChL 29 y la VC (n. 54-55).
8
asociaciones. En el caso del Carmelo Descalzo, el privilegio fue concedido al General de la
Orden o a su Vicario por el Papa Clemente VIII en dos documentos Papales, Cum Dudum,
de 23 del marzo 1594 y Romanum Pontificem, del 20 de agosto de 1603.
Aplicando los principios del actual CDC que rigen las asociaciones públicas de fieles a la
Orden seglar, tenemos los siguientes elementos constitutivos13:
El compromiso por la perfección cristiana según la espiritualidad del Carmelo
La laicidad (en el mundo y con los medios propios del fiel cristiano laico – la índole
secular (cf. LG 31; ChL 15);
La participación en la espiritualidad y el carisma del Carmelo Teresiano, bajo la
dirección del Padre general (cf Const. OCDS 41), como rama laical de la misma.
la participación en la actividad apostólica de la Iglesia y de la Orden, derecho y
deber de todo fiel por su unión, mediante el bautismo y la crisma, con Cristo
Cabeza y por ello mismo hecho partícipe de toda su función salvadora (AA 3).
Es importante añadir aquí una palabra acerca de la autonomía de la OCDS14. Es
consecuencia del reconocimiento de la igual dignidad entre todos los bautizados.
Jurídicamente depende de la Orden de los Carmelitas Descalzos. Pero goza de una
autonomía para vivir y llevar adelante su propia vida, formación y misión de acuerdo con
las Constituciones. Hoy si requiere de la OCDS más responsabilidad en los rumbos
propios, en colaboración con las demás ramas de la Orden.
Así, situados en el misterio de la Iglesia como asociación pública internacional de fieles,
pasemos al último punto de nuestra reflexión.
13 Cf. P. Pedro Zubieta, Orden seglar del Carmelo Teresiano; Regla, Constituciones y comentario. Roma
2003, pp 47-48; cf. Can. 298-320.
14 En cuanto miembro de la Iglesia católica, el can. 227 garante esta autonomía en la sociedad civil y en la Iglesia,
dentro de la moral y de la fe católica. Respecto a la Orden, es importante lo que dice la Introducción al doc. Asistencia
pastoral a la Orden seglar: “Dentro de los límites de la relación entre los frailes y los seglares, éstos tienen por supuesto
su autonomía. En la Orden del Carmelo Descalzo, esta autonomía se ha expresado siempre en las distintas reglas que
existieron antes del Manual de 1921, en dicho Manual, en la Regla de Vida en 1979, y en la legislación actual de las
Constituciones. La autonomía trata sobre las materias de formación, dirección y gobierno. Hay extremos que pueden
deformar la autonomía dada a la Orden Seglar: independencia excesiva o dependencia excesiva por parte de los
seglares; y por parte de los frailes: o la falta de interés o un deseo de control. En estos extremos hay una imposibilidad de
colaboración bajo la dirección de los superiores legítimos de la Orden como está delineado en las Constituciones. Hay
dificultad también, para formar a los miembros laicos de la Orden con la madurez y responsabilidad que la Iglesia y la
Orden desean. La Orden Seglar por consiguiente continuará atrapada en un modelo que no le servirá para presentarse
adulta y capaz de representar al mundo la espiritualidad del Carmelo”. “Las Constituciones por las que se rigen las
comunidades seglares les otorgan una autonomía legítima y específica” (Ratio 19).
9
4. Para vivir la pertenencia al Carmelo “desde una clara identidad laical” (Const.
OCDS 2) “respecto a Dios, la Iglesia, la Orden y el mundo” (Ratio, n. 3).
¿Cuáles son las conclusiones que podríamos sacar ahora y profundizar la comprensión de
la identidad del cristiano laico Carmelita descalzo seglar?
El P. General, en una entrevista después de su reelección el año pasado (7 mayo 2015),
hablaba de la necesidad del Carmelo Seglar de descubrir su especificidad. Decía:
“Ser miembros de la Orden seglar tiene implicaciones bastante diferentes según las
regiones y las culturas. Creo, sin embargo, que en todas se plantea el desafío de asumir
con seriedad las responsabilidades propias como laicos miembros de la familia del Carmelo.
Es preciso que los laicos encuentren su modo propio y específico de vivir las distintas
dimensiones del carisma carmelitano, que obviamente es diferente del modo en que lo vive
una comunidad de frailes o monjas”15.
La identidad de un carisma de una familia religiosa tiene un núcleo esencial, mas también
posee carácter dinámico16. Por eso cada época necesita hacer el proceso de actualización
y de encarnación al tiempo en el cual vive, siendo significativo para las personas de un
determinado tiempo y espacio. En este sentido podemos entender lo que dijo el P.
General, acerca de vuestra tarea de hallar “su modo propio y específico de vivir las
distintas dimensiones del carisma carmelitano”.
Las Constituciones OCDS hablan en el cap. I de la identidad de la OCDS; en el contexto
de la formación vuelve a hablar en el n. 35, diciendo cómo crecer en ella. Creo que es un
tema fundamental, pues cuando tengo claro lo que soy, sin confusión de mi identidad
personal y vocacional-espiritual, entonces el vivir y actuar eficazmente proceden de esta
“clara identidad” vocacional. Esto es condición para vivir en medio de un mundo cada vez
más pluralista y desafiante. Además, “el actuar sigue el ser”, como dice un antiguo refrán
latino (agere sequitur esse).
Recojamos entonces, a modo de conclusión y según aquello que entiendo, - sin pretensión
de agotar el tema -, algunos elementos descriptivos de la identidad del Carmelita seglar.
a) Ante todo, el compartir con los religiosos/as el mismo carisma en el estado de
vida laical (n. 1). Es el aspecto de comunión en el carisma teresiano por medio de una vida
Lo que tenemos en común, las 3 ramas de la Orden, es la búsqueda orante de Dios, el
bien de la oración, vivida personalmente, pero con el soporte de una Comunidad. Todo eso
al servicio de la Iglesia.
Volviendo a la Conferencia del P. Saverio en el IV Congreso Ibérico (29 abril 2012), él
decía que “la primera y principal manifestación del carisma teresiano es la de vivir en
compañía de Jesús… en un ejercicio de fe, de vida teologal, que solo es posible cuando se
15 http://carmelitasdescalzos.com/ampliar-noticia/entrevista- con-el- p-- saverio-cannistr- e0#.V4Xzorh9670. Recuerdo que
en muchas de las respuestas de las Provincias al cuestionario enviado en preparación al Capitulo General (septiembre
2014), se pedía a los frailes no entender o tratar los Seglares como iguales…
16 Mutuae relationes 11: “El carisma mismo de los Fundadores se revela como una experiencia del Espíritu, transmitida a
los propios discípulos para ser por ellos vivida, custodiada, profundizada y desarrollada constantemente en sintonía con
el Cuerpo de Cristo en crecimiento perenne”.
10
nutre constantemente de la oración, entendida como dialogo amistoso con el Señor, y se
alimenta con la escucha de la Palabra de Dios”17. Esto, no lo olvidemos, en un contexto de
seguimiento de Cristo, de atención a Él, a la comunidad, a la Iglesia, en una vida que no
nos cierra en nosotros mismos y sí que “nos impulsa hacia el otro con una sensibilidad y
una generosidad nueva” (id.). Todo el cap. III de las Constituciones habla de esta
b) Un segundo elemento de la identidad del Seglar que llamo la atención es el de la
participación de los mismos bienes espirituales y vocación a la santidad.
Tales bienes espirituales de la Orden aparecen sintetizados en el n. 9 de las
Constituciones OCDS, los cuales tienen en cuenta la Regla de Santo Alberto y la doctrina
teresiana, que es la misma para las tres ramas de la Orden. En líneas generales son los
mismos principios adaptados a la vida laical que están en las Constituciones de los Frailes
(cap. I, esp. n. 15) y en aquellas de las Monjas (1991). Son elementos primordiales que se
desarrollan a lo largo de todas las Constituciones, y deberán ser vividos con coherencia.
Estos principios llevan seguro a la santidad a la cual está llamado cada uno de los
c) Un tercer elemento de la identidad del Seglar es su especificidad en los aspectos
cristológicos, mariológicos, eliánicos, teresianos y sanjuanistas. Yo agregaría el elemento
Josefino, una vez que San José ha entrado oficialmente desde el año de 2014 en las
Constituciones (cf. n. 31ª). Es el elemento que viene descrito en el n. 3 de las
Constituciones: “vivir en obsequio de Jesucristo”18 a través de “la amistad con Quien
sabemos nos ama”19 , sirviendo a la Iglesia. Bajo la protección de Nuestra Señora del
Monte Carmelo, según la inspiración de Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz y la
tradición bíblica del profeta Elías buscan profundizar el compromiso cristiano recibido en el
bautismo”. Hagamos un resumen de cada uno de estos aspectos o dimensiones:
- La dimensión cristológica: Es seguir a Cristo, aceptando sus enseñanzas y
entregándose a su Persona en amistad de vida que lleva a la misión. Este seguimiento se
expresa “a través de la promesa de tender a la perfección evangélica en el espíritu de los
consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia y de las Bienaventuranzas”
(Const. 11); son siempre medios que llevan a una mayor libertad de si mismo para ponerse
a servicio, como Jesús;
- la dimensión mariana y josefina: “María es para el Seglar un modelo de entrega
total al Reino de Dios. Ella nos enseña a escuchar la Palabra de Dios en la Escritura y en
la vida, a creer en ella en todas las circunstancias para vivir sus exigencias. Y esto, sin
entender muchas cosas; guardando todo en el corazón (Lc 2,19.50-51) hasta que llega la
luz, con una oración contemplativa” (Const. 29); San José es modelo de oración, de padre
y de esposo fiel y trabajador (cf. Const. 31ª).
- La inspiración del profeta Elías: “es el inspirador para vivir en la presencia de Dios,
buscándolo en la soledad y el silencio con celo por la gloria Dios. El Seglar vive la
dimensión profética de la vida cristiana y de la espiritualidad carmelitana promoviendo la
17 Acta Ordinis 2012, p. 105. Atti del P. N. Prepósito Generale, 29 aprile 2012.
19 Santa Teresa de Jesús, Vida 8,5.
11
ley de Dios de amor y de verdad en el mundo y especialmente haciéndose voz de aquellos
que no pueden por sí mismos expresar este amor y esta verdad20” (Const. 5).
- El carisma de la Santa madre Teresa de Jesús: “Ella vivió una profunda fe en la
misericordia de Dios21, que la fortaleció para perseverar22 en la oración, humildad, amor
fraterno y amor por la Iglesia, que la condujo a la gracia del matrimonio espiritual. Su
abnegación evangélica, su disposición al servicio y su constancia en la práctica de las
virtudes son una guía diaria para vivir la vida espiritual23. Sus enseñanzas sobre la oración
y la vida espiritual son esenciales para la formación y la vida de la Orden Seglar” (Const.
- La inspiración de San Juan de la Cruz: “Él inspira al Seglar a ser vigilante en la
práctica de la fe, de la esperanza y del amor. Lo guía a través de la noche oscura a la
unión con Dios. En esta unión con Dios, el Seglar encuentra la verdadera libertad de los
hijos de Dios24” (Const. 8).
d) El cuarto elemento es el comunitario. Aspecto esencial para la santa Madre y que
le impulsó a la reforma y fundación del Monasterio de San José con un número reducido
de personas. Para mí un texto fundamental de ella es el de Vida 16,7, que puede muy bien
ser uno de los textos que más inspiran a la Orden Seglar en el ámbito comunitario.
Escuchemos a la Santa:
“Este concierto querría hiciésemos los cinco 25 que al presente nos amamos en Cristo, que
como otros en estos tiempos se juntaban en secreto para contra su Majestad y ordenar
maldades y herejías, procurásemos juntarnos aLGuna vez para desengañar unos a otros, y
decir en lo que podríamos enmendarnos y contentar más a Dios; que no hay quien tan bien
se conozca así como conocen los que nos miran, si es con amor y cuidado de
Además, el cap. 3 B – sobre La Comunión fraterna, insertado en el 2014 en las
Constituciones, ha puesto en relieve la necesidad que tienen los que comparten la misma
vocación, de juntarse para ayudarse mutuamente a contentar más a Dios.
e) El quinto elemento es el de la formación. Es la tarea principal del Consejo de la
Comunidad. Considero clave este texto de la ChL: “El hombre es interpelado en su libertad
por la llamada de Dios a crecer, a madurar, a dar fruto. No puede dejar de responder; no
puede dejar de asumir su personal responsabilidad” (n. 57); y esto en los aspectos
humano, doctrinal y espiritual-carmelitano.
En las respuestas al cuestionario para el Capitulo General 2015, fue un tema muy
remarcado por las Provincias; en la carta del P. General al Carmelo Seglar en la Pascua de
este año él impulsó este aspecto, llamando a los Consejos locales a ejercitar bien esta su
22 Camino de Perfección, 21,2.
24 Cf. Dichos 46; Llama 3, 78; Subida II, 6; 29,6. Oración de la Misa votiva de S. Juan de la Cruz.
25 El P. Silverio opina que estos cinco, a quienes hace referencia el texto, podrían ser: el maestro Daza, Francisco de
Salcedo, D.ª Guiomar de Ulloa y el P. García de Toledo o el P. Pedro Ibáñez. Si la madre Teresa escribe en 1565 –como
es cierto–, parece que podrían ser: Daza, Salcedo, Domingo Báñez y García de Toledo. Esto parece más lógico, en el
contexto del desarrollo de la vida de la madre Teresa en esos años.
12
La formación aparece en el Cap. VI de las Constituciones y en la Ratio Institutionis OCDS
(2009). Ellas van completadas por los programas formativos de las Provincias.
Para el tema del crecimiento o profundización de la identidad en el Carmelo seglar, es
clave el n. 35 de las Constituciones:
“La identidad carmelitana es confirmada por medio de la formación en la Escritura y en la
lectio divina, en la importancia de la liturgia de la Iglesia, especialmente de la Eucaristía y de
la Liturgia de las Horas y en la espiritualidad del Carmelo, su historia, las obras de los
santos de la Orden y la formación en la oración y meditación.”
De aquí que, después de la admisión, promesas temporales y definitivas, la tarea de la
formación sigue hasta el fin de la vida. Este número 35 de las Constituciones, junto con el
n. 3 y el 15 de la Ratio Institutionis OCDS, contienen los aspectos fundamentales a
conocer y estudiar para ayudar a vivir la espiritualidad del Carmelo teresiano y profundizar
la identidad del OCDS; son puntos que deben de constar en los programas formativos de
las Provincias y Comunidades, los cuales han de ser actualizados de tiempos en tiempos,
adaptándolos a las nuevas generaciones.
f) En fin, el sexto elemento es el de la Misión. Es desarrollado en el Cap. IV de las
Constituciones. Es un tema que recibió su fuerza en la Orden Seglar con las
Constituciones del 2003 y a partir del sínodo sobre los laicos (1987) y sobre la Vida
Consagrada con la Exhortación apostólica Vita Consecrata, sobretodo en los nn. 54-55 que
exhorta los laicos a participar en la misión de las familias religiosas. El mismo n. 35 de las
Constituciones habla de la necesidad de formación para la misión:
La formación para el apostolado se basa en la teología de la Iglesia sobre la
responsabilidad de los laicos26, y la comprensión del papel de los seglares en el apostolado
de la Orden ayuda a darse cuenta del lugar que tiene la Orden Seglar en la Iglesia y en el
Carmelo y ofrece una forma práctica para compartir las gracias recibidas por la vocación a
Por otra parte, las mismas Constituciones definen el papel de los Consejos Provinciales:
ayudarse mutuamente en la formación y la misión (Cf. Const. OCDS 57), bien como
organizar Congresos para eso (Const. OCDS 60).
Concluyendo podemos decir que el miembro de la Orden Seglar del Carmelo
Descalzo busca, por vocación, vivir el compromiso cristiano por la perfección
evangélica en Comunidad y en el mundo; es sostenido por la espiritualidad del Carmelo
teresiano y forma parte de la Orden junto con los religiosos, desde su condición de
cristiano laico. Como tal es llamado a tomar parte activamente en la misión de la Iglesia y
Muchas gracias.
Fr. Alzinir Francisco Debastiani OCD
El Discernimiento Vocacional en la Orden Seglar
Myrna Torbay ocds
Julio 2016
Ante todo, gracias por la oportunidad de compartir esta reflexión, cuyo único propósito
es proponer algunas pistas para continuar trabajando juntos este tema del
Discernimiento Vocacional en el Carmelo Seglar. Gracias a mi comunidad, al P. Javier,
P. Maximiliano, P. Alzinir, por los diálogos establecidos en torno a este tema. A lo
largo del día, hemos estado aproximándonos a los elementos fundamentales del carisma,
desde diversas perspectivas, y esta tarde ofrecemos una más.
Ya desde el año 2000, el P. Aloysius Deeney Delegado General para la Orden Seglar,
introducía el tema en el Congreso Internacional celebrado en México, y posteriormente
en el año 2003-2004, emitía un documento titulado “Elementos para el discernimiento
de la Vocación a la Orden Seglar de los Carmelitas Descalzos”. También en la RATIO
INSTITUTIONES PARA LA ORDEN SEGLAR del 2009, aparecen una serie de
artículos en los que se mencionan las cualidades que indican aptitud para la vocación al
Carmelo Seglar, además de plantear brevemente el tema del discernimiento de la
vocación.
Por lo tanto, partiendo de los elementos fundamentales propuestos en estos documentos,
intentaremos dar un paso más desde la experiencia vivida en estos últimos años.
En el Congreso de México, nos decía que “todos los Carmelitas de cualquier estado de
vida o estado vocacional son llamados (subrayo esta palabra) a meditar día y noche la
ley del Señor”, y desde esa perspectiva habría dos preguntas a responder: ¿Por qué
quieres ser carmelita seglar? y ¿Por qué quiere Dios que seas Carmelita Seglar?, y
las respuestas tendrían que ser iluminadas por una clara comprensión de la identidad de
los laicos, y su lugar y misión en la Orden del Carmelo Descalzo, desde el Magisterio
de la Iglesia; es decir, laicos llamados a vivir la espiritualidad teresiana-sanjuanista, al
servicio de la Iglesia y del mundo.
Continúa diciendo: “El mundo tiene necesidad de lo que el Carmelo ofrece y este tiene
la responsabilidad de decir su mensaje al mundo. Los días de dejar al sacerdote hacer
todo han pasado… cada vocación trae una responsabilidad [y] ser un carmelita [seglar]
no es un pasatiempo espiritual, sino una responsabilidad espiritual”.
En tal sentido, plantea como “criterios fundamentales para el discernimiento”:
i. La progresión en santidad, como crecimiento hacia la plenitud de la vida
cristiana y a la perfección en la caridad… ser “instrumentos de santidad”,
desde la coherencia entre lo que se profesa y lo que se vive.
ii. La progresiva comunión eclesial, desde la confesión de la fe católica, la
comprensión y apropiación del Magisterio, la comunión con el Papa y los
Obispos, el reconocimiento de la legítima pluralidad de las diversas formas
2
asociadas de los fieles laicos en la Iglesia, y la disponibilidad a la recíproca
colaboración.
iii. Y el progresivo compromiso con la evangelización y la construcción de una
sociedad más humana, no sólo desde el apostolado individual, sino también
desde el apostolado comunitario, particularmente en el ámbito de la pastoral
de la espiritualidad.
También menciona los diversos elementos que conforman el carisma de la Orden: es
contemplativo, es mariano, es servicio, es comunidad, e invita a profesar todos estos
elementos sin excluir ninguno de ellos.
Por lo tanto, en ese documento nos propone el discernimiento de la vocación, desde la
clara consciencia de estar respondiendo a la “llamada”, en la comunidad adecuada, y del
estar progresando en el compromiso y vivencia de esa vocación.
Posteriormente en el segundo documento, quizás más conocido y estudiado en nuestras
comunidades, comienza describiendo a un miembro del Carmelo Seglar “como un
miembro practicante de la Iglesia Católica, que bajo la protección de Nuestra Señora del
Monte Carmelo, inspirado por Santa Teresa de Jesús y por San Juan de la Cruz, se
compromete con la Orden a buscar el rostro de Dios, para bien de la Iglesia y del
mundo”, y continúa con una breve descripción de seis elementos que conjuntamente
definen el perfil del carmelita seglar:
1. Miembro practicante de la Iglesia católica, con la capacidad de participar
plenamente de los sacramentos con “una conciencia clara”
2. Bajo la protección de Nuestra Señora del Monte Carmelo, vivida no sólo como
una devoción mariana, sino como una inclinación a imitar a María, como
persona incondicionalmente disponible para cumplir la voluntad de Dios, [al
igual que su esposo San José], meditando y guardando en el corazón la Palabra
de Dios, y dejándose permear plenamente por ella.
3. Inspirada por Santa Teresa, San Juan de la Cruz y todos los santos del
Carmelo, quienes imprimen el carisma de la Orden, por lo tanto, es importante
conocerles para vivir en fidelidad la herencia espiritual que nos han dejado, pero
sobre todo, vivir la comunión plena con Dios, tal como ellos la vivieron, y
acompañar a otros en esa experiencia.
4. Comprometido consigo mismo, con la comunidad, con la Orden y con la
Iglesia, en la forma de las Promesas de los Consejos Evangélicas, pues se trata
de un acontecimiento que introduce a la persona en el dinamismo permanente de
la toma de conciencia de todas aquellas realidades que le dificultan vivir la
pobreza, la obediencia y la castidad, en el espíritu de las bienaventuranzas,
especialmente en la comunidad (este ámbito es muy importante), y en todas las
realidades en las que se desempeña. “Las Promesas son un compromiso de una
3
nueva forma de vida, en la cual, con una lealtad a Jesucristo, marcan a la persona
y la manera en que esta persona vive”.
5. Buscar el Rostro de Dios, para poder conocerle, amarle, y servirle, mostrando
su rostro misericordioso a una sociedad necesitada de Él. La contemplación es
un don de Dios que no se obtiene por los propios méritos sino por pura gracia, y
acompaña el crecimiento en el espíritu con el crecimiento de las virtudes, y un
mayor compromiso ético y moral, que favorecen la justicia y la cultura de la paz.
Por tanto, no se trata de orar por orar y nada más -una contemplación vaciada de
sentido y contenido-, sino de actuar en consecuencia por la práctica de las
virtudes y la caridad.
6. Para el bien de la Iglesia y del mundo, como resultado del entendimiento del
lugar del Seglar en la Orden y en la Iglesia, y como fruto de la oración vivida
como amistad transformante, de cara a ofrecer a tanta gente que vaga por el
mundo, confundida y sin sentido, la herencia del Carmelo Descalzo como
mediación para un encuentro personal con Dios, en la persona de Jesucristo y
por la gracia del Espíritu Santo.
Indudablemente estos documentos, contienen todos los elementos para el
discernimiento vocacional del Carmelita Seglar, y están a disposición de las
comunidades desde el año 2000; sin embargo, en la práctica, existe una voz
generalizada sobre las dificultades que supone para las comunidades discernir la
vocación y los procesos vitales de sus miembros, e intuyo que quizás sea un asunto más
de orden metodológico, por una parte, y por la otra, la dificultad que supone tanto para
los miembros de los Consejos como para los Padres asesores la corrección fraterna
cuando es mal entendida u orientada.
En el año 2005, tuve la oportunidad de participar en un proceso de reflexión sobre este
tema, liderado por el Consejo de la Fraternidad de la Comunidad del Carmelo Seglar de
Hazmiye, Líbano, presidido por Joe Kareh, y acompañado por el entonces asesor Fr.
Raymond Abdo ocd, en el que durante varios meses estuvimos estudiando estos
documentos, y reflexionando juntos sobre las implicaciones que tendrían en la vida de
cada carmelita seglar y en la vida de la comunidad.
Lo primero fue, una puesta en común de lo que estamos entendiendo por vocación, qué
entendíamos por discernimiento, de qué trata el discernimiento de una vocación al
Carmelo Seglar, y por qué era necesario este proceso. Necesitábamos hacer juntos ese
camino, como paso previo al estudio de los documentos.
Posteriormente, y partiendo del hecho de que en definitiva todo se traduce en la
experiencia de comunión de amor con Dios, la comunión de voluntades como lo dice
nuestra Santa, decidimos hacer una “lluvia de ideas”, y analizar las convicciones,
valores, orientaciones prácticas y frutos que dinamizan ese proceso, y el cual presento
brevemente a continuación:
4
Comunión de
Amor
Convicciones Valores Orientaciones
prácticas
Frutos
Con Dios Padre,
Hijo y Espíritu
Santo
Dios nos ama y
nos ha creado para
amar
experimentemos
el Verdadero
Amor, y podamos
Amar como Él nos
Ama
Amor
Compromiso
Fidelidad
Confianza
Obediencia
Gratuidad
Perdón
Reconciliación
Misericordia
Respeto
Trato de amistad,
estando muchas
veces a solas con
quien sabemos nos
ama…
Vida sacramental
Contemplación:
Mirar a Dios y
dejarse Mirar por
Él
Amor
Caridad
Paciencia
Humildad
Disponibilidad
Confianza
…
Con la Virgen
María
Madre y modelo
de obediencia,
oración, y
discernimiento de
los
acontecimientos
Silencio
Presencia
Mansedumbre
Disposición
Interioridad
Fidelidad
Confianza
Dignidad
Amarla,
contemplar su
vida y sus
actitudes para
seguir su ejemplo
Silencio
Escucha
Interioridad
Paciencia
Confianza
Con la Iglesia Diversidad de
carismas y dones
Valoración del
Magisterio
Amor
Respeto
Participación
Obediencia
(sumisión de la
inteligencia y de la
voluntad)
Participación
comprometida
Estudio y
reflexión
Identidad
Respeto
Con la Orden
desde Teresa y
Juan de la Cruz
Integración a la
Orden por
reconocimiento de
la vocación seglar,
a vivir la
comunión de amor
Trato de amistad
Fraternidad
Humildad
Desasimiento
Oración
Meditación
Contemplación
Dignidad Humana
Interiorización
Conocimiento de
los Santos y la
doctrina teresianosanjuanista
Misión
Disponibilidad
Compromiso
Amor
Identidad
Fraternidad
Fidelidad
Responsabilidad
Consigo mismo Morada de la
Trinidad
Llamada
Dios capacita para
responder
Dignidad humana
Humildad
Conversión Finitud
Autonomía
Examen de
conciencia,
Reconciliación
Conversión
Arrepentimiento
Madurez
Sabiduría
Confianza en sí
mismo
Misericordia
Perdón-
Reconciliación
Con el otro, el
prójimo
Todos somos
imagen y
semejanza de Dios
Compartimos la
misma dignidad,
el mismo
proyecto, la
misma condición
y capacidad
El otro es otro yo
Dignidad
Respeto
Consideración
Amor
Integridad
Autonomía
Igualdad
Solidaridad
Tolerancia
Aceptación del
otro
Diversidad
Corrección
fraterna
Reciprocidad
Bienaventuranzas
Realización
Gozo
Plenitud
Con el mundo,
toda la creación:
la misión
Nos
comprometemos
por el bien y la
salvación del
mundo, para
responder a sus
necesidades
Corresponsabilidad
social
Participación
cotidiana en la
construcción del
Reino
Obras quiere el
Señor
En pequeña escala
un mundo más
vivible
5
Hecho esto, comenzamos a estudiar detalladamente el documento del P. Aloysius, de la
mano de las Constituciones, obteniendo como resultado unas orientaciones básicas, que
os presento a continuación, y que podrían servir de base para la formulación de unas
guías de apoyo, que orienten el discernimiento personal y comunitario, año tras año,
para ser conscientes, con humildad y verdad, de los avances y de las dificultades que
encontramos en este camino de perfección y santidad, desde el carisma propio del
Carmelo Descalzo:
Elementos Orientaciones
1. Miembro Practicante de la
Iglesia Católica Romana:
Practicante de la Fe Católica
• Compromiso real: alguien que ya
participa en la vida de la Iglesia
Católica, pero que busca “algo
más”.
• Eucaristía: Cumbre e identidad de
la vida católica. (Más allá del culto
“extra muros”).
• Estar autorizado para participar en
el OCDS (en cuanto Institución de
la Iglesia, sujeta a leyes).
Antes de entrar a la Orden, ya era un miembro activo en la
Iglesia Católica. ¿Qué es lo que busco de más con mi
compromiso en la Orden Seglar? ¿Un acercamiento a la Virgen
del Carmen? ¿Un rezo más sistemático? ¿Una vida espiritual
más profunda? ¿Una comunión de amor con Dios Uno y Trino?
¿Una fraternidad para compartir el rezo, la vida? ¿Qué busco?
¿Cómo es la fe que profeso?
Cómo vivo los sacramentos: el Bautismo, la Eucaristía, la
Penitencia y la Reconciliación, la Unción de los enfermos, el
matrimonio ¿Qué significa la Eucaristía para mí? ¿Cómo
introducir los beneficios de la Eucaristía en mi vida diaria?
¿Vivo alguna situación irregular que me impida participar en la
Orden? ¿Consulté al Sacerdote encargado?
¿Conozco lo que la Iglesia me exige como laico consagrado?
¿Lo cumplo?
2. Bajo la protección de Nuestra
Señora del Monte Carmelo
• Devoción que nos remite a la vida
de oración, la meditación y la
contemplación.
• Actitud y disposición interior para
descubrir la voluntad de Dios y
obedecerlo,
• La Virgen nos atrae hacia la
Iglesia, el Cuerpo Místico del
Cristo.
¿Por qué la Virgen me atrae hacia la Iglesia? ¿Cuál es el
sentido? ¿qué es lo que ella espera mí?
¿Cuáles son las actitudes, las características de nuestra Santa
Virgen María que debo imitar? ¿Por qué?
¿Cómo camina conmigo la Virgen?
3. Teresa y Juan de la Cruz: Carisma
y Doctrina (Docere, aprendere).
• Formación “performativa” que
permea la vida. Actitud abierta al
estudio y/o a la escucha.
CONOCER vs. APREHENDER
¿Cuánto tiempo tengo disponible para la formación?
¿Me intereso por la formación de los Santos de la Orden, o
siento que es una obligación, algo impuesto? ¿Por qué me han
de interesar? ¿Cómo puedo amar lo que no conozco? entonces,
¿cómo conocerlos?
¿Cómo refuerza la formación mi identidad carmelitana? ¿mi
vida espiritual? ¿cómo pueden influir en mi proceso de
conversión y mi “camino de perfección”? ¿en mi relación con
Dios? ¿con los otros? ¿con la Iglesia? ¿con la Orden? ¿esa
formación me ayuda a crecer en virtudes?
¿Estoy consciente de que con las promesas definitivas no se ha
concluido mi formación? ¿Por qué no concluye?
4. Comprometerse con la Orden y
con la Iglesia:
• Espiritualidad + formación +
Devoción María + Compromiso
(Orden e Iglesia)+ Fraternidad
(vida comunitaria).
• Valor y significado de las
Las promesas (temporales y definitivas), ¿qué significan para
mí? ¿Cómo vivo prácticamente la castidad? ¿la pobreza? ¿y la
obediencia? ¿de Pensamientos, palabras, y obras?
¿Qué me impide vivir la “gracia” en plenitud). Como inciden en
mi vida las promesas? Cuáles son las consecuencias prácticas de
las promesas en mi vida?
6
Promesas y de los votos /
Formación permanente/Proyección
en la vida diaria
• Una verdadera vida comunitaria
con un objetivo común: la vida en
el Espíritu bajo el “Carisma del
Carmelo”. Búsqueda común.
Vida fraterna: tolerancia, ayuda
integral (recibir y dar). Estar atento
a las necesidades de todos los
miembros.
• Compromiso que transforma,
compromiso que alimenta mi
proceso de conversión.
Yo: Examen de conciencia permanente: de qué se trata? para
qué sirve? reconozco mis debilidades? mis pecados? asumo mi
finitud? me controlo antes de reaccionar? Me creo poseedor de
la verdad? Juzgo severamente a los demás? me arrepiento? pido
perdón? perdono a los otros? En la práctica, cómo vivo la
caridad? la esperanza? la fe? la paciencia? La justicia? la
prudencia? la humildad? la responsabilidad? la disponibilidad?
mi compromiso con Dios, conmigo mismo, con el prójimo, con
la Orden, con la Iglesia?
El Otro: ¿acepto a los otros como personas que tienen la misma
dignidad que yo? ¿respeto sus opiniones? ¿me impongo? ¿me
someto? ¿acepto y valoro la colegialidad? ¿acepto la corrección
de los otros y soy capaz de hacerla fraternalmente? ¿cómo vivo
en la práctica la reciprocidad? ¿la solidaridad? ¿la tolerancia?
¿la comprensión de los otros? ¿la corrección fraterna?
Comunidad: Qué significa para mí la vida comunitaria? Qué
espero de mi comunidad? Que estoy dispuesto a dar a mi
comunidad?
5. Buscar el rostro de Dios:
• Apertura plena. Un “Trato de amistad”,
una “comunión de amor”,
vida de santidad, conocimiento
mutuo, obediencia a Su voluntad
(activa y pasiva), espiritualidad
auténtica.
• A través de la oración, la
meditación de la Palabra, la
contemplación (como gracia), el
servicio, una nueva manera de
vivir, un cambio interior, la
práctica de las virtudes. Tender a la
Santidad. Frutos: personales y
eclesiales.
• Mostrar el rostro de Dios a los
otros (Seglar como actor):
implícitamente (en la vida
personal, diaria, crecimiento de las
virtudes) y explícitamente (en la
vida Eclesial: misión, anuncio de la
Buena Nueva, apostolado).
Coherencia, testimonio de vida.
¿Qué lugar ocupa Dios, Padre todopoderoso en mi vida? y su
Hijo, nuestro Señor Jesucristo? y el Santo Espíritu? ¿Cuánto
tiempo dedico a la oración, a la meditación de la Palabra, ¿al
diálogo de amistad, a la contemplación, a su servicio?
A continuación se mencionan dos etapas de la vida espiritual; en
cuál de ellas me ubico:
Dios para mí: Dios es mi asistente personal, alguien que debe
satisfacer todas mis necesidades lo más pronto posible.
Tuyo soy Señor: aquí estoy Señor, hágase en mí según Tu
Palabra.
Dios tuvo la iniciativa de llamarme a su servicio. Todo es
gracia, acepto la llamada?
¿Cómo descubro la voluntad de Dios en mi vida? ¿hago la
voluntad de Dios? Acojo las exigencias de Dios o las rechazo?
Ante los fracasos y el sufrimiento, ¿me rebelo? ¿me resigno? ¿lo
acepto? Establezco un diálogo de amor con Él?
¿Cómo es mi testimonio de vida? Soy la morada de la Santísima
Trinidad: ¿lo reflejo? ¿Reflejo el amor y la misericordia de
Dios? ¿Hay coherencia entre lo que pienso, digo y vivo? Qué
significa buscar la Santidad?
6. Para la salvación de la Iglesia y
el mundo:
• Compromiso del laico en la Iglesia
para responder a sus necesidades y
a las necesidades del mundo.
• Formar un “grupo apostólico”:
deseo renovado para la oración, la
meditación, el contemplación y la
vida sacramental
• Extender el mensaje del Carmelo.
Responsabilidad con el mundo.
Qué podemos compartir con los
demás de lo recibido en el
Carmelo?
Cuál es mi misión como laico consagrado (a nivel personal)?
¿Cuál es nuestra misión como Orden Seglar y concretamente mi
comunidad? ¿De qué soy eclesialmente corresponsable?
¿Qué es lo que tengo para compartir con mi familia? ¿mis
amigos? ¿mis colegas de trabajo?
¿Cuál es mi sensibilidad ante las necesidades de la humanidad?
7
Posteriormente, y tras compartir esta experiencia con mi comunidad en Venezuela, la
pusimos en práctica de la mano de Fr. Oswaldo Azuaje, entonces asesor de nuestra
comunidad (actualmente Obispo), y posteriormente, y por unos años con el fraile asesor
de la Comunidad.
Entonces lo que hacíamos era: reunirnos una vez al año, en clima de retiro y oración, y
cada quien intentaba responder personalmente esas preguntas; luego compartía su
reflexión con el Padre Asesor, y posteriormente había una puesta en común comunitaria,
según la etapa de formación. Todos participábamos en estas jornadas, pues entendíamos
que, aunque tuviésemos las promesas definitivas, el poder profundizar sobre nuestra
vocación año tras año, nos ayudaba a crecer en nuestra identidad y en nuestra misión, y
sobre todo en fraternidad y en humildad, pues reconocíamos que la vocación debía
siempre ser discernida.
En el año 2009, la Ratio dedica un capítulo al tema del Discernimiento de la vocación al
Carmelo Seglar, y menciona una lista de cualidades que luego convergen en los 6
elementos fundamentales del P. Aloysius, pero también señala algunas actitudes que
muestran indicios de una falta de vocación (Nº 59-72)1.
Por lo tanto, partiendo de estas experiencias y documentos, hoy intentaremos dar un
paso más. Concretemos estos dos elementos antes de seguir adelante: vocación y
discernimiento.
Se trata de una VOCACIÓN, que en el Carmelo teresiano se caracteriza por ser una
llamada centrada en la RELACIÓN interpersonal, entre nosotros y con Dios; aclaro: así
como para los franciscanos lo central es la pobreza, o para los jesuitas lo central es la
lucha por la justicia, para nosotros los carmelitas descalzos lo central es la RELACIÓN
amistosa CON DIOS, (y esta relación de amistad, se extiende a toda la vida: somos
amigos). Dios nos llama y nos capacita para vivir una relación de amor, consciente e
íntima, desbordante y gratuita progresivamente, y esta relación con Dios Uno y Trino,
nos transforma y permea todo nuestro universo relacional: con nosotros mismos, con
María y José, con nuestros Santos, con los que nos rodean, con la Iglesia, con las
1 64. En el aspecto humano: una personalidad estable; sentido común; madurez emocional; capacidad de confiar y
estar abierto; disposición a cooperar; realismo, tolerancia y flexibilidad; un cierto auto-conocimiento; fidelidad a
principios.
65. En el ámbito de la vida cristiana: buena voluntad para cooperar con Dios, en espíritu de fe; verdadera estima por
la oración; amor de predilección por la Sagrada Escritura, compromiso con la Iglesia y participación en la propia
comunidad parroquial, un amor compasivo y activo.
66. En referencia con el carisma Teresiano: gusto por la oración; deseo de establecer una relación personal y
amistosa con Dios; espíritu contemplativo y activo; amor a la Iglesia; deseo de familiarizarse con la espiritualidad de
Carmelo.
67. Algunas indicaciones contrarias son: síntomas de una carencia de equilibrio psicológico; la presencia de
situaciones familiares que hacen imposible e incompatible vivir las Constituciones; incapacidad para integrarse
personal y existencialmente en la vida de la comunidad; emociones exageradas de cólera, de ansiedad, de miedo, de
depresión o de culpabilidad; ideas preconcebidas del Carmelo que impiden el aprendizaje y el crecimiento personal;
nociones fundamentalistas o apocalípticas de la Iglesia; pertenencia a organizaciones con una espiritualidad dispar o a
grupos basados en revelaciones privadas.
8
religiones, con las realidades del mundo y con toda la creación. En teniendo a Dios se
tienen todos los bienes, y el amor que de allí brota nunca está ocioso…
Por lo tanto, lo primero que tenemos que caer en la cuenta es que nuestra VOCACIÓN
ES EL AMOR: estamos aquí para APRENDER A AMAR, DEJÁNDONOS AMAR
PLENAMENTE POR ÉL… y esta es una tarea de toda la vida, un amor tan diferente a
lo que entendemos por amor nos desborda, no somos capaces de acogerlo, de vivirlo en
términos de GRATUIDAD, y más aún de creerlo… no podemos amar a quien no
“conocemos”, y primero tenemos que conocer “íntimamente” a Dios revelado por la
gracia del Espíritu Santo en su Hijo Jesucristo, conocerlo allí donde ocurren las cosas
más secretas entre Dios y el alma, conocer su plan para con nosotros mismos y para la
humanidad, su Reino, y así conocer nuestra gran dignidad y nuestra infinita capacidad
de bien, reconociéndonos a su imagen y semejanza… (Siempre lo digo, sería
inconcebible ser imagen y semejanza de un dios justiciero, castigador, que lleva cuenta
de nuestros actos, de nuestros errores para echárnoslos en cara, de nuestras dificultades,
de nuestras devociones o penitencias realizadas más por el peso de las costumbres o por
el temor servil… un dios que nos chantajea por nuestras debilidades y con quien
comerciamos por baratijas… asuntos de poca monta… no, ese no es el Dios que
profesamos los católicos…)
En este sentido podemos afirmar que la vocación se devela progresivamente, en tanto en
cuanto la vivimos interiorizando, educando, cultivando, asumiendo plenamente nuestra
relación con Dios, a su modo… no al nuestro… y esto es un proceso…
Lo segundo, reconociendo el valor dinámico de la Vocación que no se agota en el
discernimiento inicial, podremos decir que DISCERNIR LA VOCACIÓN consistirá
en profundizar permanentemente ese “marco de convicciones” que nos llevan a vivir la
vida en el AMOR, con honestidad, y en la Verdad… Entonces habrá que explorar
profundamente todas nuestras motivaciones y mociones interiores, e identificar todo
aquello que nos impide vivir nuestro universo relacional con madurez y plenitud… caer
en la cuenta de las dificultades para crecer en tolerancia, perdón, acogida, diálogo,
amor, gratuidad y misericordia… y lo que encontremos, presentárselo a Dios y
presentárnoslo los que compartimos este ideal, para que juntos podamos superarlos.
(Recordemos aquella experiencia de los 5 que se amaban en Cristo, que procuraban
juntarse alguna vez para desengañarse unos a otros, y decir en lo que podrían
enmendarse -con amor y cuidado de aprovecharse- y así contentar más a Dios… (Cf.
V16, 7).
Caer en la cuenta con honestidad de nuestra propia realidad y la de nuestra comunidad,
para ir trocando progresivamente nuestras miserias por virtudes (frase tan apreciada por
la Santa), cambiar nuestros discursos magistralmente argumentados para
autojustificarnos, cambiar nuestra egolatría entronada y entrampada en nuestros propios
enredos sigilosos, por la experiencia de la VERDAD en humildad, la experiencia del
9
Dios de Jesús…vivir la vida en RELACIÓN, con plena coherencia entre lo que
pensamos, profesamos y hacemos…
Por lo tanto, me atrevería a afirmar que la dinámica del discernimiento vocacional es
una tarea de toda la vida, y es la misma dinámica del conocimiento propio que nos
plantea TERESA DE JESÚS, y que en el libro de la Vida nos dirá que es el pan con que
se han de comer todos los manjares:
“… jamás se ha de dejar, [pues] no hay alma en este camino tan gigante que no haya
menester muchas veces tornar a ser niño y a mamar (y esto jamás se olvide, quizás lo
diré más veces, porque importa mucho); porque no hay estado de oración tan subido,
que muchas veces no sea necesario tornar al principio, y en esto de los pecados y
conocimiento propio, … sin este pan no se podrían sustentar...” (V 13, 15).
En tal sentido, no nos escandalicemos, los que nos creemos muy avanzados en la Orden
Seglar, con promesas definitivas y más aún con votos, cuando se nos diga que estamos
todos invitados a trabajar sobre este tema de la vocación, los que inician y hasta las
promesas definitivas, para discernirla; los demás para adentrarnos en su hondura y
sentido hasta el último suspiro de nuestras vidas. Acojamos esta propuesta de nuestra
santa madre con humildad, y ayudémonos los unos a los otros a vivirlo en fidelidad.
Los seis elementos planteados por el P. Aloysius, tienen como eje transversal la
transformación del yo en Jesucristo por la experiencia de su Amor; es decir, la
configuración en Cristo por Amor… pasar del hombre viejo atado a las pasiones al
hombre nuevo desasido de ellas… amada en el Amado transformada… y ese camino de
unión se recorre a partir de la experiencia de la oración-amistad, la fraternidad, el
desasimiento, y la humildad.
“Muera ya este yo, y viva en mí otro que es más que yo y para mí mejor que yo, para
que yo le pueda servir. El viva y me dé vida; El reine, y sea yo cautiva, que no quiere mi
alma otra libertad… Dichosos los que con fuertes grillos y cadenas de los beneficios de
la misericordia de Dios se vieren presos e inhabilitados para ser poderosos para
soltarse” Exclamación 17,3.
Desde esa perspectiva, y con todo lo que hemos repasado sobre los valores y principios
que sustentan nuestras convicciones como carmelitas descalzos, podríamos entonces
introducir en nuestras comunidades, una serie de actividades e instrumentos que nos
ayuden en esta tarea, entendiendo que es una tarea de TOD@S, y que a las personas que
comienzan a “andar” no se les puede exigir que “vuelen” (V 31, 7), y a las que no
terminan de volar (o no terminamos de volar), habría que discernir si están en el lugar
adecuado, o si están viviendo o estamos viviendo (consejos locales, provinciales, frailes
asesores y demás miembros de la comunidad) lo que deberíamos vivir (fíjense que he
utilizado la palabra “viviendo”, y no “haciendo” puesto que definitivamente no se trata
de hacer sino de vivir la experiencia de Dios).
10
Así, sugiero algunas orientaciones fundamentales que pudiésemos considerar:
1. Insistir en un acompañamiento espiritual sistemático y continuo, tanto a
nivel personal como a nivel comunitario, para adquirir el talante de Cristo; es
decir, contar con las personas adecuadas que nos ayuden a caer en la cuenta,
desde lo esencial de nuestro carisma, de aquello que nos está impidiendo vivir
en plenitud nuestro “universo relacional” cuyo centro es la relación con Dios, así
como Cristo las vivió. Necesitamos ayuda para aprender a relacionarnos, para
“ser” imagen y semejanza de Dios, develar nuestra verdadera identidad,
necesitamos ayuda para conocernos, salir del “cieno de temores, de pusilanimidad
y cobardía” (1M2, 10), asumir nuestra realidad y ser capaces de presentarnos
ante los demás tal como somos, y aceptarnos tal como somos; y para esto la
mediación humana es fundamental. No confundamos el acompañamiento
espiritual con el sacramento de la confesión, aunque se tenga siempre al mismo
confesor.
En la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, el Papa dedica 5 numerales a
lo que denomina “acompañamiento personal de los procesos de crecimiento”
(Nº 169-173), y en pocas líneas resume de manera magistral lo que supone este
proceso, tan necesario para tod@s, independientemente del estado de vida, y nos
dirá que sólo “La propia experiencia de dejarnos acompañar y curar, … nos
enseña a ser pacientes y compasivos con los demás, y nos capacita para
encontrar las maneras de despertar su confianza, su apertura y su disposición
para crecer” (Nº 172).
Uno de los ejemplos más claros sobre el acompañamiento espiritual, es el que
Teresa ofrece a su hermano Lorenzo, Teresa ilumina con la Luz de Cristo la vida
de Lorenzo, y nada de la persona queda fuera: “deberes familiares (le orienta en
la educación y atención de sus hijos - cf cta. a Lorenzo Cepeda, 9 julio 1576 n.
1), deberes sociales, vida de oración (convenciéndole que debe caminar por el
camino del amor - cf cta. a Lorenzo Cepeda, 17 enero 1577 n. 12), la economía
en cuanto que está relacionada con su vida moral, dándole normas muy claras al
respecto (cf cta a Lorenzo Cepeda, 2 enero 1577 nn.15-16)… Con franqueza
abierta y con caridad le señala sus defectos, le enseña a superarlos (cf cta a
Lorenzo Cepeda, 9 julio 1576 n. 3; ib 2 enero 1577 nn. 15-17; ib 27 julio 1579 n.
4), le reprende cuando algo no le parece bien (cf cta a Lorenzo Cepeda, 2 enero
1577 n. 9)… y le pide prudencia en sus mortificaciones y vida ascética, pues
«Más quiere Dios su salud que su penitencia…» (cta a Lorenzo Cepeda, 27 y 28
febrero 1577 n. 6)”2.
2 Cf. Aniano ÁLVAREZ SUÁREZ, Acompañamiento espiritual en Tomás ÁLVAREZ (Dir.),
Diccionario de Santa Teresa, Monte Carmelo, http://teresavila.com/diccionario, fecha de consulta: julio
2016.
11
En cuanto a este tema podemos encontrar una doble dificultad: i. la de dejarnos
acompañar, y ii. La de encontrar la persona adecuada que nos acompañe. Ante la
primera, debemos determinarnos con determinación a iniciar ese proceso
reconociéndonos necesitados de acompañamiento, dejarnos ayudar para poder
escuchar la voz de Aquel que no cesa de hablar a nuestro corazón; ante la
segunda, en el documento emitido por el General de la Orden Fr. Luis Aróstegui
en diciembre del 2006, sobre la Asistencia Pastoral a la Orden Seglar, se
exhorta reiteradamente a los Frailes de la Orden (Superiores y Asistentes
OCDS), a asumir esta responsabilidad y ofrecer una adecuada “asistencia
espiritual de calidad” (Nº 5), tanto a los Consejos de las comunidades como a
cada uno de sus miembros, y para ello se requiere no solo tener la formación
pertinente, sino también creer en los laicos y amarles con el amor con que Cristo
les ama… además de entender adecuadamente su vocación y misión en la Orden
y en la Iglesia.
Si bien es cierto que existen personas externas a la Orden especializadas en
acompañamiento espiritual, también es cierto que probablemente esas personas
no conozcan lo propio del carisma, o del “humanismo teresiano”, y eso podría
confundir al acompañado, tras contrastar las orientaciones o exigencias con la
experiencia de nuestros Santos. Sin duda necesitamos profundizar en este tema.
2. Vivir anualmente un Encuentro-Retiro para el discernimiento y/o
afianzamiento Vocacional, exclusivamente para detenernos a reflexionar, a la
luz del carisma, sobre los avances o dificultades, tanto a nivel personal como a
nivel comunitario, que hemos tenido en esa experiencia de vivir, un año más, en
obsequio de Jesucristo. Si estamos llamados a renovar año tras año nuestras
promesas, también estamos llamados a discernir año tras año, en Verdad, los
elementos y las motivaciones que nos impulsan a renovarlas.
Por lo tanto no se trata de que hagamos Ejercicios Espirituales, sino que con
profunda responsabilidad cada comunidad con todos sus miembros, podamos
revisar en nuestro camino de Unión con Dios, la calidad del Amor con que
hemos Amado, los aciertos, progresos, errores, omisiones, obstáculos, y
dificultades que hemos experimentado, además de revisar la sensibilidad con
que hemos percibido los desafíos que el Señor nos ha planteado tanto a nivel
personal como comunitario, sea en el ámbito personal, familiar, social, eclesial,
y la manera en que hemos respondido.
No olvidemos que Teresa y Juan de la Cruz respondieron a las necesidades de su
tiempo, las necesidades de una Iglesia que estaba ardiendo en llamas y exigía
una profunda renovación espiritual; y con esto quiero enfatizar que la dimensión
espiritual carmelitana no nos aísla del mundo y sus realidades, sino que nos
sumerge en sus necesidades, no podemos ser insensibles ante estas
12
necesidades… obras quiere el Señor, más allá de la filantropía, nos quiere
implicados vitalmente con la humanidad y toda la creación, lo cual no significa
cargar sobre las espaldas con la problemática del mundo pero si conscientes de
nuestra corresponsabilidad, “mirar la realidad desde el corazón de Dios”…
(Laudato Si, los 17 objetivos del desarrollo sostenible PNUD), “para esto es la
oración,… de esto sirve este matrimonio espiritual: de que nazcan siempre obras,
obras” (7M 4, 6). Por consiguiente, también supone una conducta ética
comprometida… que nuestra imagen testimonie nuestra identidad carismática, y
que nos permita exclamar “ya no tengo otro oficio, sino el de amar es mi ejercicio”
CE 38, 8.
3. Y aunque lo digo a la postra, siendo la principal, discernir nuestra oración
personal y comunitaria, con la frecuencia que amerita nuestra vocación
“contemplativa”, pues como dice Javier Garrido, la sabiduría no está en centrar la
vida en la oración [entendida como acto, tiempo, lugar], sino centrarla en la
relación con Dios, una relación afectiva, que afecta la vida, transforma de manera
insospechada por la gracia de la comunión de amor, que fomenta una vida teologal
(fe, esperanza, amor), y una capacidad de escucha y obediencia a Su voluntad… es
decir, aprender a “vivir desde dentro”, desde lo hondo, que no tiene nada que ver
con el intimismo espiritual devocional, sino con el primado del amor3. Es lo que
siempre nos ha dicho la Santa, ¡comprendámosla de una vez!, la oración es
amistad, es una manera de ser-en –relación, en el mundo.
Muchas veces vivimos la oración personal como la práctica de un método
aprendido, repitiendo fórmulas, textos y expresiones, con frecuencia a la velocidad
de un rayo, sin detenernos apenas en lo que allí está aconteciendo, más con el
objetivo de cumplir con la “obligación”, o el deber, o quedar bien con Dios, con la
Virgen y con los Santos,… y no digo que en los inicios no sea valioso por lo menos
el hacerse fuerzas por buscar momentos y rezar de esta manera, pero no podemos
quedarnos allí…
Igualmente nuestras oraciones comunitarias vivirlas como una ocasión única e
irrepetible, para reunirnos como herman@s en torno al Señor, sencillas, que broten
del corazón que no se cansa de contemplar Su Hermosura,… sin tampoco caer en
la tentación de convertir nuestros encuentros en una exhibición de cualidades
discursivas, artísticas, o de cualquier otro tipo…
Pidamos la gracia de discernir nuestra realidad oracional, ser personas orantes, y
que tengamos comunidades verdaderamente orantes… “Muéstrame tu fe sin obras,
y yo te mostraré mi fe a través de las obras” (St 2, 18), las obras son los frutos de la
oración… las obras son nuestros actos, palabras, pensamientos… todo nuestro ser y
quehacer testimonia nuestra oración…
3 Cf. Javier GARRIDO, Discernimiento cristiano de la oración, Frontera Heguian 68, Vitoria 2009, p.37 y ss.
13
Habría mucho más que decir sobre este tema, hay mucho material que nos puede servir
de apoyo (menciono particularmente el cuaderno de Discernimiento del P. Maximiliano
Herráiz4, y el documento “Discernir para elegir” ~ Salesianos, sobre lo que es y lo que
no es una vocación5), sin embargo una sola idea quisiera recalcar: la vocación es una
experiencia vital inagotable que dinamiza toda la existencia: siempre es fuente de
renovación, de creatividad, de profundización, no la demos nunca por descubierta del
todo, ni agotada del todo, es el ya pero todavía no… Que nuestra vocación sea
siempre experiencia gozosa a pesar de las dificultades, y que su espíritu desafiante,
que es el de Jesús, nos lance a vivirla siempre de bien en mejor.
Muchas Gracias!
4 Maximiliano HERRAIZ, Discernimiento espiritual en Teresa y Juan de la Cruz, Frontera Heguian 64, Vitoria 2008.
5 http://www.salesianos-madrid.com/image/DISCERNIR%20PARA%20DECIDIR.pdf, julio 2016.
FUEGO EN LA FRAGUA DE LA IDENTIDAD
LA FORMACIÓN EN EL CARMELO DESCALZO SEGLAR
María Daniela Biló, ocds.
En este V Congreso Ibérico del Carmelo Seglar, en el que volvemos a reunirnos para
reflexionar juntos sobre nuestra identidad y misión en la Orden y en la Iglesia, me han
encomendado la tarea de reflexionar con ustedes sobre el papel de la formación en la
configuración de nuestra identidad de carmelitas descalzos seglares. Agradezco la confianza
que han depositado en mí, y pido a Dios que, en el espíritu de nuestros padres Teresa de Jesús y
Juan de la Cruz, podamos juntos avivar el entusiasmo y la osadía que pide nuestra vocación
para andar sus caminos con un espíritu renovado.
Después de trabajar con las comunidades de Castilla (antigua Provincia de San Elías)
sobre las dificultades y los deseos que nos embargan en torno a la formación 1 , podemos hoy
reflexionar gracias al aporte de los hermanos que nos han transmitido la realidad que viven en
sus comunidades. De este modo el ideal puede iluminar la vida concreta, y ayudarnos a seguir
avanzando y madurando nuestra vocación.
Entre tantos temas importantes que se podrían abordar, he optado por centrarme en tres
aspectos: a) qué entendemos por formación; b) cuál es el espíritu que debe animar la formación;
c) la necesidad de recuperar y potenciar la identidad y mediación de la comunidad en el proceso
formativo. En cada uno de los temas recordaremos algunos obstáculos y desafíos que han
manifestado los hermanos de nuestras comunidades.
1. Una formación para la vida
Nos dice el nº 32 de nuestras Constituciones y lo recuerda también la Ratio Institutionis
nº 4: “El objetivo central del proceso de formación en la Orden Seglar es la preparación de la
persona para vivir el carisma y la espiritualidad del Carmelo en su seguimiento de Cristo, al
servicio de la misión”.
Sabemos que este cometido no se reduce al tiempo de preparación que va desde el
período de contacto con la comunidad hasta las promesas definitivas. El horizonte de la
formación abarca la vida en su totalidad. Su objetivo es la persona en todas sus dimensiones y
durante toda su trayectoria vital. Proyecto ambicioso, carrera de largo alcance. Porque se trata
de ir gestando y madurando nuestra identidad durante toda la vida.
Es cierto que este proceso de formación tiene un momento especialmente fundante en la
etapa inicial. Pero no debemos olvidar que la formación inicial será tan rica y fecunda cuanto lo
sea la formación permanente de la comunidad. Porque es el estado de formación continua de
1 Inquietudes y experiencias que fueron recogidas de las respuestas al cuestionario enviado desde el Consejo Provincial
sus miembros el que precede, posibilita y arropa a la persona en la gestación y maduración de
su identidad vocacional en el Carmelo teresiano.
Es por ello que el acento y responsabilidad fundamental del proceso formativo, (junto al
compromiso personal), recaen en la ‘autoridad inmediata’ de la Comunidad: su Consejo y el
responsable de la formación. La Ratio, nº 2-3, analizando el artículo 46 de las Constituciones,
recuerda que la “responsabilidad primordial” de la autoridad inmediata de la Comunidad es “la
formación y maduración cristiana y carmelitana de los miembros de la comunidad”, que “su
responsabilidad radica en formar la comunidad entera”. Y que esta formación se constituye en
“un proceso permanente de entender la identidad del Carmelita en el mundo de hoy, y descubrir
cuál es el necesario servicio de su identidad respecto a Dios, la Iglesia, la Orden y el mundo”.
Continúa con una afirmación que puede resultarnos sorprendente, puesto que pone en primer
plano la formación sobre el gobierno mismo de la comunidad: “El gobierno, en el sentido de
control o de organización, aparece como secundario y de apoyo a la intención primaria. De
hecho, si la formación es la adecuada, el gobierno llega a ser mínimo”.
Tenemos hasta aquí tres ideas básicas: la formación se centra en la persona, de modo
integral. Y se extiende a su historia total: interpretar y asimilar nuestra identidad en el Carmelo
descalzo seglar es un proceso permanente. Tal formación se constituye en la intención y
responsabilidad primordial de la Comunidad. Ahora bien, ¿cómo podemos favorecer este
proceso personal, integral, continuo? ¿Cuáles son nuestras dificultades o desafíos actuales al
2. El fuego y la fragua
Pensando estas cosas, vino a mi imaginación el arte de la fragua. La forja es el trabajo
principal de la fragua. Por medio del fuego y del aire, se consigue que el metal alcance una
temperatura suficiente, como para que pueda ser moldeado sobre la mesa del yunque a golpes
de mazo o de martillo. Un laborioso y paciente proceso que va del fuego al yunque y del
yunque al fuego, hasta que el metal, ‘al rojo vivo’, alcance la forma buscada, al tiempo que se
mejoran sus características y su estructura. Concluido el moldeado, se templa la pieza con agua
(o aceite) para darle una dureza extra y mayor resistencia al desgaste. Todo un arte que para su
ejecución precisa de tiempo, abnegación, constancia, experiencia… Símbolo elocuente que
podemos aplicar al proceso formativo, como fragua de la identidad.
2.1 Para modelar nuestro corazón y la vida toda en la fragua del Carmelo también hace
falta fuego, ‘encendimiento interior’, ‘inflamación y calor de amor’ (2N 12,5), llama y calor del
Espíritu Santo que nos vaya consumiendo y transformando, que vaya “prendiendo en el alma”
“a la manera del fuego natural” (2N 11,1) 2 .
2 Como bien sabemos, el fuego es una imagen muy querida y muy presente en Teresa de Jesús y Juan de la Cruz. Se
integra en ese rico universo simbólico-doctrinal que tejen en torno a otras imágenes, como el brasero y la centella, la
En palabras de Teresa de Jesús, se trata “de este fuego del brasero encendido que es mi
Dios” (6M 2,4). De esa “centellica que comienza el Señor a encender en el alma del verdadero
amor suyo …[que] por pequeñita que es, hace mucho ruido, y si no la mata por su culpa, ésta es la
que comienza a encender el gran fuego que echa llamas de sí […] del grandísimo amor de Dios”
(V 15,4). El cual, en los verdaderos amantes, se convierte en “llama que arde con apetito de arder
más, según hace la llama del fuego natural” (CB 13,12), porque pertenece a su naturaleza irse
perfeccionando y calificando con el tiempo.
Ese es el único fuego capaz de desencadenar y conducir la formación, madurando y
recreando permanentemente nuestra identidad. Toda nuestra legislación y toda la organización de
la vida en comunidad está ordenada en primer lugar a encender ese fuego del amor y los deseos,
de la determinación y la osadía, para poder aspirar al ideal de nuestra vocación: “¡Recuérdanos
tú y alúmbranos, Señor mío, para que conozcamos y amemos los bienes que siempre nos tienes
propuestos, y conoceremos que te moviste a hacernos mercedes y que te acordaste de nosotros!”
Ahora bien, todo esto… ¿a qué viene? En las respuestas de las comunidades a las
dificultades que encuentran en la formación inicial y permanente, entre otras cosas, se ha
hablado de falta de entusiasmo, de disponibilidad y compromiso. A veces la necesidad de
formación se focaliza sólo en su aspecto teórico, perdemos su dimensión integral. Otras veces
no la anhelamos, no la priorizamos. Nos falta tiempo, ilusión y constancia. Nos dejamos abatir
por las dificultades o absorber por los compromisos. Nos falta tal vez avivar ese fuego del que
hablamos. Tenemos que motivar más y mejor esta dimensión espiritual de la formación, que es
la disposición interior que posibilita su fecundidad, y preguntarnos qué podemos hacer para
encender el deseo que pone en marcha un proceso de transformación de toda la vida.
El Santo utiliza una imagen muy elocuente para expresar cómo trabaja Dios para
encender en nosotros esa llama y responder a nuestro anhelo: “Porque, así como suelen echar
agua en la fragua para que se encienda y afervore más el fuego, así el Señor suele hacer con
algunas de estas almas, que andan con estas calmas de amor, dándoles algunas muestras de su
excelencia para afervorarlas más, y así irlas más disponiendo para las mercedes que les quiere
hacer después” (CB 11,1). Creo que es una imagen que nos desafía, una tarea que tenemos que
trasladar a nuestra comunidad, con ilusión y creatividad, para mantener siempre viva esa llama
que arde en el corazón y debe guiarnos siempre en el proceso formativo.
2.2 El símbolo de la fragua nos habla también de proceso extendido en el tiempo, de
gradualidad y laboriosidad, de complejidad y experiencia, de discernimiento y precisión, de
‘rutinas’ y novedad, de transformación e inacabamiento a la vez. Hay que pasar por la prueba de
la fortaleza, la duración, la estabilidad…
llaga y el cauterio, el ascua, el horno y la fragua, la saeta o el dardo, la inflamación, el madero embestido en fuego, la
Del mismo modo la formación es ‘proceso’. Es en sí misma ‘camino espiritual’, en el
que se encuentran el Misterio de Dios que ‘se me’ revela y entrega, y mi propio misterio,
forjado por la experiencia concreta que tengo de Dios durante mi itinerario personal. De esa
confluencia brota la adhesión creyente, progresiva y dinámica, que dura toda la vida. En
palabras de A. Cencini, se trata de “algo complejo y articulado, que no se da en un instante,
sino que se va realizando a lo largo de la vida y en la historia concreta, asumiendo formas y
configuraciones específicas, según la vocación particular de cada uno. […] En este sentido,
creer es como una lenta peregrinación que a cada paso revela algo nuevo y acaso imprevisto,
por una experiencia de Dios que día a día se enriquece y es puesta a prueba, debe luchar y se
hace más fuerte, hasta el último día de la vida” 3 .
Por eso hablamos de formación permanente. Su finalidad es el nacimiento en nosotros
del hombre nuevo, la configuración con Cristo. Porque la formación es, sobre toda otra cosa, el
proceso que nos conduce a “la divina unión y transformación y amor en Dios” (LB 1,19) a la
que Él nos llama, y que se va realizando poco a poco, a lo largo de la vida 4 . Las mediaciones y
planificaciones, la pedagogía y los programas teóricos, tienen su razón de ser en vistas a esta
trasformación que conduce a la persona a la madurez humana-teologal, a la medida de Cristo, y
para edificación de su cuerpo que es la Iglesia (Ef 4,12). Vivir la formación en esta clave define
nuestra vocación ‘desde dentro’, no es sólo una exigencia extrínseca. Por tanto, el logro más
importante de la formación inicial, la mejor preparación para las promesas definitivas, será
alcanzar esa disposición y compromiso firme de vivir siempre en “estado de transformación”
(LB, pról., 3) 5 , y que podría ser una buena ‘definición’ de la formación permanente.
Entender la formación sólo como una exigencia de actualización, de acomodación a los
tiempos cambiantes y acelerados que nos toca vivir, de adaptación a una realidad socio-cultural
y religiosa rica y compleja que requiere estar a la altura de la situación…sería entender la
formación de forma reductiva y pobre. Porque si es cierto que todos estos aspectos son
importantes, quedarían vaciados de su carácter y dinamismo teologal, que hacen a la naturaleza
misma de nuestra vocación que es transformación. Por ello el acento debe recaer especialmente
en el proceso y en su meta, no sólo en los contenidos.
De esto nos previene la Ratio, nº 7, cuando señala el peligro de confundir la formación
con la información, aunque una buena formación (¿quién lo duda?) dependa de una buena
“Un Carmelita que no tiene interés en estudiar o profundizar las raíces de su identidad a través de
oración y estudio, pierde su identidad, no pudiendo ya, representar a la Orden, ni hablar de la Orden.
[…] Esta base intelectual es el principio de una actitud que está abierta al estudio, lo que lo conduce
a profundizar con interés en la Sagrada Escritura, en la teología y en los documentos de la Iglesia.
[…] Cuando la información es mala, o ausente, o incorrecta, o es truncada, resulta una confusión en
el Seglar. Esta base académica o intelectual en muy importante y se ha ido perdiendo, tristemente, en
muchos grupos de la Orden Seglar” 6 .
3 A. Cencini, La formación permanente, San Pablo, Madrid 2015, 27.
4 Cf. V 18,7; 39,23; CB 26,19; LB 1,19.
5 “De donde, el alma que está en estado de transformación de amor, podemos decir que su ordinario hábito es como el
madero que siempre está embestido en fuego; y los actos de esta alma son la llama que nace del fuego de amor” (LB 1,4).
Como es lógico, cuando hablamos entre hermanos de formación, señalamos
especialmente las carencias a nivel doctrinal, tanto por la falta de libros y manuales que faciliten
el acceso a los contenidos, como por la necesidad de una mejor preparación en los formadores,
de sistematicidad en los programas, de creatividad en la presentación y en las dinámicas a la
hora de comunicar. Y esta otra dimensión existencial de la formación queda como relegada al
ámbito personal, a la ‘gestión’ de cada cual, y efectivamente nos resulta difícil de evaluar y
discernir en los que están en la formación inicial, cuanto más en toda la comunidad.
De hecho, los hermanos han manifestado especialmente la dificultad para discernir y
acompañar los procesos personales. Y esto, tanto por los reparos que pone el mismo formando
como por la falta de experiencia o pedagogía del formador. Nos falta confianza y diálogo,
apertura y transparencia. Y algo también fundamental: reconocer la necesidad del hermano
mayor como una guía y mediación de Dios.
A la hora de diseñar un plan de formación anual, creo que es importante poder revisarnos
en la fe, en nuestras actitudes y compromisos (en las virtudes, en el decir teresiano), en nuestro
crecimiento humano y espiritual. Cultivar la vigilancia y la delicadeza de conciencia, esas
virtudes tan queridas por Teresa y que se viven también en comunidad. No dejar que ‘la vida
fluya’ sin más, puesto que quien no crece, descrece 7 . Y esto no pasa desapercibido para nadie.
La madurez humana y teologal se respira en el ambiente de la comunidad. Y de él depende
también la presencia y perseverancia de nuevas vocaciones.
Al desglosar las dimensiones que debe abarcar la formación, las Constituciones y la
Ratio señalan tres aspectos a tener en cuenta: “La formación teresiano-sanjuanista, tanto inicial
como permanente, ayudan a desarrollar en el Seglar una madurez humana, cristiana y espiritual
para el servicio de la Iglesia. En la formación humana desarrollan la capacidad del diálogo
interpersonal, el respeto mutuo, la tolerancia, la posibilidad de ser corregidos y de corregir con
serenidad y la capacidad de perseverar en los compromisos asumidos” (Const., 34).
Me detengo especialmente en esta dimensión, puesto que es el cimiento sobre el que se
construye todo el edificio. La formación humana tiene que ayudar a la persona a reconocer todo
aquello que imposibilita su maduración integral y su plena integración en la comunidad. Si bien
es un discernimiento y un ejercicio que nos acompaña toda la vida, en la etapa inicial y antes de
un compromiso definitivo, es necesario que la formación ayude a la persona a ‘ver’, a
‘precisar’, a reconocer y definir cuáles son las trabas que impiden su entrega libre y generosa,
que empobrecen su relación con los demás, con el mundo, con Dios (inconsistencias, heridas,
distorsiones de la realidad, miedos, mecanismos defensivos). Sobre esta disposición y ejercicio
humano de vivir en la verdad, con responsabilidad y libertad, podrá madurar la vida teologal y
arraigarse las virtudes teresianas del amor, el desasimiento y la humildad.
6 P. Aloysius Deeney, Elementos para el discernimiento de la vocación a la Orden Seglar de los Carmelitas Descalzos,
http://www.ocd.pcn.net/ocds_des.htm [Consultado 16.07.2016].
7 “Torno a decir, que para esto es menester no poner vuestro fundamento sólo en rezar y contemplar; porque, si no
procuráis virtudes y hay ejercicio de ellas, siempre os quedaréis enanas; y aun plega a Dios que sea sólo no crecer,
porque ya sabéis que quien no crece, descrece; porque el amor tengo por imposible contentarse de estar en un ser,
adonde le hay” (7M 4,9). Cf. V 15,12.
Para ello Teresa de Jesús nos señala una cualidad humana indispensable: tener buen
entendimiento. Que sabemos no es sinónimo de grandes dotes intelectuales. Se trata más bien de
un conjunto de cualidades que posibilitan y favorecen el crecimiento personal: apertura,
docilidad, sentido común, confianza en los demás, humildad:
“La mayor parte, quien esta falta tiene”, dice Teresa, “siempre les parece atinan más lo que les
conviene que los más sabios; y es mal que le tengo por incurable […]. Un buen entendimiento, si se
comienza a aficionar al bien, ásese a él con fortaleza, porque ve es lo más acertado; […] aprovechará
para buen consejo y para hartas cosas, sin cansar a nadie. Cuando éste falta, yo no sé para qué puede
aprovechar en comunidad, y podría dañar harto” (CV 14,1-2).
El buen entendimiento posibilita ‘el conocimiento propio’, el diálogo y la acogida de la
visión y el camino del otro. El dejarme afectar por la realidad, creer en y creer a los demás
como mediación de Dios en mi camino. Vivir en apertura confiada y libre para dejarnos enseñar
y educar por la vida y por los hermanos. Es esa inteligencia espiritual que nos pone en
condiciones de ‘aprender a aprender’, de vivir en estado de formación permanente, es decir, de
trasformación durante toda la vida.
3. Mediaciones que forjan nuestra identidad: la comunidad, la oración y la misión.
Desde una perspectiva existencial, todo entra en este proceso humano-divino de la
formación de nuestra identidad: el trato de amistad con Dios en la oración, la meditación de su
Palabra y la Eucaristía, el magisterio de la Iglesia, la vida mariana, la doctrina y testimonio de
nuestros santos 8 , los encuentros y clases explícitamente formativas, la liturgia compartida, la
vida familiar, el trabajo, las relaciones fraternas en comunidad y sus dificultades, el proyecto
anual comunitario, la corrección mutua, el acompañamiento espiritual, los acontecimientos de
nuestra sociedad, las pequeñas cosas de todos los días y los acontecimientos extraordinarios, lo
previsto y lo imprevisto 9 .
Pero dentro de este itinerario y proceso de formación, hay mediaciones y
responsabilidades precisas, fundadas, ante todo, en el compromiso responsable y libre de cada
persona 10 . En primer lugar está la Orden (a nivel general, provincial y local). “El lugar normal,
el agente natural, la mediación providencial de la formación […] es la familia religiosa, porque
en ella ‘se esconde’ su identidad y en ella lo ha puesto el Padre y sigue en ella transmitiéndole
sus dones” 11 , la riqueza carismática-formativa que proviene de la Orden no puede suplirla nadie
9 “La formación permanente tiene el mismo ritmo que la vida, su respiración es verdaderamente la de la existencia. Allí
donde el proyecto de Dios nos ha asignado para vivir , allí está también la gracia de Dios preparada para nosotros, allí
nos alcanza el don de lo alto que supera todas nuestras expectativas, allí se ocultan los desafíos justos, proporcionados a
nuestra persona aunque puedan parecernos desproporcionados, junto a la sorpresa de cosas bellas que nunca hubiéramos
esperado. Allí nos jugamos lo que somos y lo que podemos llegar a ser, allí y no en otra parte podemos alcanzar nuestra
propia estatura, la que corresponde al creyente en Cristo que cada uno de nosotros está llamado a ser según su
originalísima vocación, allí hay una historia que será en cualquier caso de salvación” , A. Cencini, o. c., 90-91.
10 En cuanto al compromiso personal, al derecho y deber de cada uno en su propia formación, sabemos que nadie puede
suplir nuestra propia tarea, nadie puede recorrer por nosotros el itinerario hacia la madurez. La sabiduría espiritual está
en reconocernos siempre ‘principiantes’, discípulos que escuchan a su Maestro y peregrinos, viviendo hasta el final la
disponibilidad y responsabilidad por la propia transformación.
más. A ella corresponde promover con todos los medios a su alcance una mentalidad favorable
a la formación permanente. Y lo hace con diversos recursos: delegados; comisiones de trabajo,
circulares, normativas, conferencias, publicaciones, programación de itinerarios formativos, etc.
De reciente publicación (27/03/2016) es la carta del P. Saverio Cannistrà dirigida a toda la
Orden Seglar, junto a sus Provinciales, Delegados provinciales y Asistentes de comunidades 12 .
De entre los distintos ámbitos o niveles de mediación y responsabilidad, queremos
detenernos en el papel testimonial y formativo de la Comunidad. Recordemos lo que nos decía
nuestro padre General, en el IV Congreso Ibérico del Carmelo Seglar 13 :
“La formación, el cuidado de la vocación, […] es algo inseparable de la comunidad en la
cual la vocación carmelita nos inserta. El valor formativo de la comunidad ha sido subrayado en
varias ocasiones por Teresa”. Pero “tengo la impresión de que en las Constituciones de la Orden
seglar no se haya desarrollado suficientemente este aspecto de la vocación carmelita. […] el
tema de la dimensión comunitaria parece reducirse solo a cuestiones organizativas y de
gobierno”. Entre otras consideraciones, concluía afirmando que el “hecho de compartir” es algo
“fundamental para una comunidad que no vive junta, pero que se encuentra periódicamente para
retomar fuerzas y motivación para el camino. ¿Somos capaces de hacer de nuestras
comunidades seglares auténticos lugares de intercambio y de revisión de vida? […] Pienso que
la comunidad tiene que preguntarse seriamente si está haciendo este camino de maduración y si
su papel en la vida de sus miembros es realmente importante o solamente algo marginal”.
Esta reflexión y estos interrogantes que nos dirigía el P. Saverio, siguen constituyendo
un reto para nosotros. La comunidad seglar expresa y se alimenta del misterio de amor de la
Trinidad, está llamada a encarnar el ideal de la comunidad primitiva teniendo “un solo corazón
y una sola alma” (Hch 4,32) y a vivir particularmente el carisma propio de una comunidad
teresiana, ese “pequeño colegio de Cristo” (CE 20,1) donde el “Señor nos juntó” (CV 1,5;
3,1.10; 8,3); “rinconcito de Dios”, “morada en que su Majestad se deleita” (V 35,12); donde
cuida de nosotros (CV 2,1), y nos llama a vivir el amor fraterno como él lo vivió, en íntima
comunión con el Padre y al servicio de la misión 14 . “Fieles a las enseñanzas de nuestra Madre
Santa Teresa, los miembros son conscientes de que su compromiso no se puede realizar
solamente de una manera individual; la vida fraterna es un lugar privilegiado donde
profundizan, se forman y maduran” (Ratio, 26) 15 .
Teresa no forma sólo orantes, sino comunidades orantes al servicio de la Iglesia, donde
la comunión de sus miembros tiene que reflejar las nuevas relaciones del Reino de Dios y las
12 En ella, entre otras cosas, anima a potenciar el papel de los Consejos Provinciales de las distintas circunscripciones en
la organización de cursos de formación. A los religiosos les pide dedicarse con mayor empeño en la formación de los
laicos carmelitas para que crezcan en su identidad, y a acompañar a las personas y las comunidades en su proceso
aprovechando la potencialidad de los nuevos medios de comunicación. Anima finalmente a cada una de las
comunidades, por medio de su Consejo, a dedicarse a su tarea principal, señalando particularmente la necesidad de una
actualización constante de los programas formativos, adaptada a los tiempos y a los destinatarios, que ayude con
eficacia a comprender de forma actualizada el carisma y a clarificar nuestra identidad como miembros de la Orden
13 Cites, Ávila, 28 de abril-1de mayo 2012.
obras del Reino. Lo habremos escuchado muchas veces: No somos una cofradía, convocados en
torno a una devoción, o prácticas de piedad. No somos un grupo de amigos que buscan un lugar
de pertenencia para sobrevivir a la soledad, motivaciones que animan a algunas personas a
pertenecer a la Orden. Hemos decidido libremente formar parte de esta familia religiosa,
comprometidos con todas nuestras energías a vivir su espiritualidad, en medio del mundo y al
servicio del mundo y de la Iglesia, con todos sus sacrificios, gozos y consecuencias. Y esta
decisión incluye, entre otras cosas, la pertenencia y el compromiso con una comunidad.
No nos parezca innecesario seguir acentuando esta dimensión de nuestra vocación. A
nuestra concepción de la comunidad teresiana seglar le falta mayor ‘nitidez’ y arraigo. Creo
que la razón más importante es la falta de ‘información’, profundización y apropiación de la
doctrina y experiencia de Teresa de Jesús, de su ideal de comunidad en nuestra vida seglar.
Gracias a Dios, esta conciencia y este deseo están dentro de las motivaciones que han dado a luz
También se ha expresado, en diálogos y consultas, que constituye una gran dificultad
para ‘hacer comunidad’ la diferencia generacional, los desniveles en cultura e intereses
formativos, la diversidad en gustos, costumbres y manifestaciones de piedad, en la forma misma
de comprender nuestra vocación. Y es cierto que la heterogeneidad propia de nuestras
comunidades podría ser un obstáculo si se mira sólo con criterios humanos y se pierde la
Porque en sí misma esta diversidad es una gran riqueza. No debemos caer en la tentación
de homogeneizar ni suavizar las diferencias, o suprimir la ‘alteridad’ que es escuela de vida.
“Vivir en comunidad […] es disciplina de realismo, de capacidad de acogida, de mirada que
sabe captar la amabilidad radical de la persona más allá de la apariencia e incluso de los
comportamientos a veces negativos, ascesis de la liberación de la invasión homogeneizante del
yo, y en particular de la pretensión muy…religiosa de llegar a Dios sin mediaciones” 16 .
Los hermanos de nuestra comunidad también son ‘maestros de formación’,
especialmente aquellos que nunca hubiéramos elegido por cuestiones de afinidad. Nos forman
los hermanos que más nos contradicen…que nos plantan ante el desafío de sacar lo mejor de mí
haciéndome consciente y trabajando ‘lo peor de mí’, que suele salir en las dificultades de
relación. Vivir sobrenaturalmente las relaciones interpersonales las convierte en ‘formativas’,
aunque ello no suprima el esfuerzo y la fatiga que puedan conllevar. Vivir sobrenaturalmente la
misma amistad, como nos enseña Teresa al hablar del amor espiritual, ayudándonos a vivir las
virtudes, y despertándonos unos a otros para amar y servir mejor a Dios:
“Dejado que en la oración ayudaréis mucho, no queráis aprovechar a todo el mundo, sino a las que
están en vuestra compañía, y así será mayor la obra, porque estáis a ellas más obligada. ¿Pensáis que
es poca ganancia que sea vuestra humildad tan grande, y mortificación, y el servir a todas, y una gran
caridad con ellas, y un amor del Señor, que ese fuego las encienda a todas, y con las demás virtudes
siempre las andéis despertando? No será sino mucha, y muy agradable servicio al Señor” (7M 4, 15).
Recordemos los elogios a la amistad que hace Teresa, el ideal del amor verdadero, los
vínculos que estamos llamados a tejer en nuestra comunidad: amor compasivo, abnegado,
desinteresado, transparente, capaz de alegrarse por las virtudes de los hermanos, de corregirlos
con amor, de perdonar, de cuidar su imagen y su fama como la propia, de complacerlos aunque
nos contradigan (cf. 5M 3,11-12). “¡Oh dichosas almas que son amadas de los tales! ¡Dichoso el
día en que los conocieron! ¡Oh Señor mío!, ¿no me haríais merced que hubiese muchos que así
me amasen? […] Cuando alguna persona semejante conociereis, [procure tratar con ella]…
Quered cuanto quisiereis a los tales. […] Buen medio es para tener a Dios tratar con sus amigos;
siempre se saca gran ganancia, yo lo sé por experiencia” (CE 11,4)
La comunidad nos forma si la aceptamos como don de Dios, sin escapismos ni excusas.
Siempre estamos tentados de creer que condiciones mejores, otro ambiente u otros compañeros
de camino, harían la vida más ‘acorde’ a nuestros ideales. Queremos ‘domesticar’ a los otros,
tener controlados a los que nos rodean para que no perturben mi camino espiritual. Queremos
limar como sea las asperezas, para que la convivencia sea más agradable. Con actitud
‘defensiva’, con criterios muy razonables encontramos una justificación espiritual para casi
todo… Pero la trans-formación se produce ahí donde, en un acto de entrega teologal, apuesto
por la insignificancia y hasta la oscuridad de lo ordinario, por el misterio (Dios mismo) que se
me entrega realmente en la monotonía de lo cotidiano y en el desafío de la caridad.
Es la comunidad en la que estoy la que me hace crecer, en la que Dios me regala sus
dones y sus provocaciones. Allí donde buscamos crecer juntos delante de Dios, buscando su
rostro, compartiendo nuestras riquezas y dones, apoyándonos y socorriéndonos en nuestra
fragilidad, para gozar juntos de la misericordia de Dios y de los hermanos. Toda la fuerza
transformadora de la gracia se desata cuando confiamos a ciegas en que no hay nada de nuestra
vida ni de lo que acontece en nuestra comunidad en que Él no se haga presente para llevarme
siempre más adentro en la espesura de su amor y seguimiento. Vivir esta experiencia
extraordinaria en lo ordinario de mi vivir cotidiano es el nervio de la trans-formación.
La vida en comunidad necesita de una especial preparación durante la formación inicial.
Formarnos para las relaciones de comunidad, de modo que podamos vivir este ámbito con toda
la riqueza carismática y formativa que encierra para nosotros. Compartir la responsabilidad por
la maduración y crecimiento de todos. Hacer de la comunidad un hogar espiritual, un espacio
propicio y formativo en sí mismo, cuidando la calidad de los encuentros, aunque la frecuencia
sea menor. Nos apremia favorecer el diálogo como estímulo para el proceso personal de
interiorización, de modo que nuestra vida interior y nuestras obras, caminen y crezcan
armónicamente, gracias a la compañía y la ayuda de los otros. Así como “todo el cuerpo, bien
ajustado y unido a través de todo el complejo de junturas que lo nutren y actuando a la medida
de cada parte, se procura su propio crecimiento para construcción de sí mismo en el amor” (Ef
4,14-16). Es en este sentido, recogido por la Ratio, que la comunidad es agente de formación y
los hermanos, cada uno de ellos (de forma visible o misteriosa), parte de esta mediación
Y dentro de la tarea de la comunidad, queremos destacar especialmente el papel del
responsable de la formación, tanto inicial como permanente. La riqueza doctrinal y testimonial
de nuestros santos es inmensa, hay que volver a las fuentes, a los textos, a la experiencia, y
‘formar formadores’ como los soñaban Teresa de Jesús y Juan de la Cruz 17 .
Cada vocación es un don de Dios, hay que estar preparados para discernirla y
acompañarla. En este proceso Dios “es el agente principal‟, pero “es tan amigo que el gobierno
y trato del hombre sea también por otro hombre semejante a él y que por razón natural sea el
hombre regido y gobernado” (2S 22,9), que actúa por mediaciones concretas e inmediatas,
como lo son la Comunidad, el Consejo, y el Responsable de la formación. La voluntad de Dios
se hace presente y comprensible, fundada en razón natural, cuando “el discípulo y el maestro
[…] se juntan a saber y a hacer la verdad” (2S 22,12).
Para recuperar el perfil y papel formador como maestro y compañero de camino, tanto
en el discernimiento vocacional como en la apropiación e interiorización del carisma, hace falta
comenzar por una tarea de concientización y responsabilización de parte de formandos y
formadores, y contar con espacios ‘institucionalizados’ para el diálogo, la apertura, la revisión
En cuanto a sus cualidades y preparación, recogiendo los deseos expresados por los
hermanos de nuestras comunidades, creemos que, junto a la preparación doctrinal y pedagógica,
es necesario en nuestros formadores capacidad de relación, de diálogo, de cercanía. Y suficiente
competencia para discernir la fase de desarrollo de las personas. Se trata de acompañar esa
‘seducción de Dios’ que a lo largo del itinerario espiritual se nos revela y nos requiere. A veces
entre luces y gozos. Otras, en medio de noches oscuras que hay que ayudar a discernir y vivir
como oportunidades de crecimiento humano y espiritual. Tenemos el deber de ofrecer una
ayuda personalizada y adecuada a cada etapa del desarrollo espiritual y de la experiencia vital,
de manera que todos tengan lo necesario para dar con gozo y generosidad lo mejor de sí.
Dos contextos y ejercicios propios de nuestra identidad, para los cuales necesitamos
formación y que a su vez nos educan, son la oración y la misión. Toda la pedagogía teresiana y
sanjuanista de la oración y también de las obras que quiere el Señor 18 , es pedagogía para la
transformación de la persona. Dos dimensiones de nuestra vida que habría que potenciar como
vivencia comunitaria, y no sólo individual. Y de esto, sólo añado unas breves pinceladas.
La oración es el latido propio y más íntimo de la formación. ¿Quién puede dudar que
‘el trato de amistad’ con Dios nos educa y transforma, que está en el origen de nuestra vocación
y es la fragua por excelencia de nuestra identidad, el hogar en el que estamos llamados a
habitar, y del que podemos entrar y salir a nuestro antojo, en medio de nuestras
responsabilidades, donde Él siempre nos espera con las puertas abiertas? 19 .
17 Recomendamos particularmente los estudios de Jesús Barrena Sánchez, donde aborda la biografía y veta educativa-
pedagógica de Teresa de Jesús, su comprensión de los rasgos que considera esenciales para un formador, sus praxis
educativa, etc. Ver: Teresa de Jesús, una mujer educadora, Institución Gran Duque de Alba, Diputación Provincial de
Ávila, 2000; Educar en valores. Aproximación a la pedagogía de Teresa de Jesús, Monte Carmelo, Burgos 2002.
19 “Podéis entrar y pasearos por él [Castillo] a cualquier hora […] y aunque mucho estéis fuera por su mandado, siempre
cuando tornareis, [Dios] os tendrá la puerta abierta. Una vez mostradas a gozar de este castillo, en todas las cosas
La oración, esa atalaya donde se ven las verdades: quién es Él y quién soy yo. Maestra
en el conocimiento propio, tan imprescindible para aspirar a una formación transformadora. Y
maestra de virtudes que nos amarran a la realidad, al tiempo que nos liberan: el amor de unos
con otros que testifica nuestro amor a Dios, el desasimiento de todo lo criado, y la verdadera
humildad. Esenciales para ir “muy adelante en el servicio del Señor’ (CV 4,3), cimientos de la
vida en comunidad (“castillito…de buenos cristianos”, CV 3,2), y sin las cuales no seremos
nunca verdaderos orantes.
Nos transforma la oración cuando la vivimos con docilidad permanente al Espíritu, que
quiere configurar en nosotros el hombre nuevo, a la medida de Cristo, y que encuentra su
culmen en la celebración eucarística, escuela continua de entrega y disponibilidad para vivir
aquello que celebramos. La oración, lento fluir cotidiano de la vida en compañía amorosa de
Dios, al calor de la liturgia de las horas, de los tiempos litúrgicos que nos sumergen en el
misterio de Cristo, y en el testimonio de los santos. VIDA que quiere ‘asimilarse’ a nuestra
vida. La oración, escuela de humanidad y santidad, crisol que transfigura poco a poco la
existencia: “Pues juntaos cabe este buen Maestro, muy determinadas a deprender lo que os
enseña, y Su Majestad hará que no dejéis de salir buenas discípulas, ni os dejará si no le dejáis.
Mirad las palabras que dice aquella boca divina, que en la primera entenderéis luego el amor que
os tiene, que no es pequeño bien y regalo del discípulo ver que su maestro le ama” (CV 26,10).
No siempre cuidamos con delicadeza nuestros espacios de oración comunitaria. A veces
dedicamos muy poco tiempo a la oración silenciosa en comunidad. Necesitamos propiciar el
diálogo y la confianza para compartir nuestra experiencia de Dios (en la oración y en la vida),
testimonio de hermanos que siempre despierta a una mayor fidelidad y amor. Juntarnos, como
quería Teresa, “para desengañarnos unos a otros, y decir en lo que podríamos enmendarnos y
contentar más a Dios; que no hay quien tan bien se conozca a sí como conocen los que nos miran,
si es con amor y cuidado de aprovecharnos” (V 16,7) 20 .
Y finalmente la misión, que nos introduce en la escuela de los “siervos del amor” (V
11,1), aquellos que, marcados con el hierro de la cruz pueden ser vendidos como esclavos de
todo el mundo (cf. 7M 4,8), definición teresiana de la caridad pastoral, del espíritu de entrega
que anima al evangelizador. Porque “¿qué amor es ese que no siente la necesidad de hablar del
ser amado, de mostrarlo, de hacerlo conocer? […] Unidos a Jesús, buscamos lo que él busca,
amamos lo que Él ama” 21 . En palabras de Teresa: “Para eso nos juntó aquí; éste es nuestro
llamamiento, éstos han de ser nuestros negocios, éstos han de ser nuestros deseos, aquí nuestras
lágrimas, éstas nuestras peticiones; […] estáse ardiendo el mundo […] no es tiempo de tratar con
Dios negocios de poca importancia” (CV 1,5).
hallaréis descanso, aunque sean de mucho trabajo, con esperanza de tornar a él, y que no os lo puede quitar nadie” (M.
20 “Este tener verdadera luz para guardar la ley de Dios con perfección es todo nuestro bien; sobre ésta asienta bien la
oración; sin este cimiento fuerte, todo el edificio va falso” (CV 5,4).
21 Evangelii Gaudium, 264.267.
Llamados particularmente a compartir con otros el carisma teresiano, buscamos
transmitir una doctrina que se ha hecho experiencia, que atraviesa continuamente nuestra vida,
la constituye y la transforma. El mundo necesita este testimonio. Y creo que nos hace falta
articular de forma más visible, concreta y comprometida, nuestra participación en la pastoral de
la Orden, especialmente en la pastoral de la espiritualidad y de la oración teresiana. Esta escuela
es imprescindible para nosotros. Llamados a compartir, recibimos mucho más de lo que
ofrecemos. Y aprendemos comunicando, asumiendo el gozo del anuncio y las decepciones de la
misión, perseverando como ‘siervos inútiles’ que no esperan gratitudes, porque hacen lo que
Se aprende en la misión cuando descubrimos que la gracia de Dios se comunica a los
otros y se multiplica sin proporción a nuestras pobres obras. Nos forma la misión compartida
con los hermanos cuando somos siervos los unos de los otros, sin buscar protagonismos,
dejando que el don crezca y madure sin querer controlar sus frutos, que son pura gratuidad.
Siempre al servicio, sin aferrarnos a nada, dejándonos purificar de toda expectativa y pretensión
humana que siempre acompaña a las obras que hacemos por Dios…
Nos forma también la tarea apostólica que nos encomiendan y no hubiéramos elegido, la
que se asume por amor de Dios y de los otros, abrazando la cruz, con disponibilidad interior
para vivir la misión en comunidad, acompasándonos los unos a los otros, sumando energías,
aunando criterios, aprendiendo a trabajar en grupo, a delegar responsabilidades, a hacer crecer a
los otros en desafíos compartidos, cediendo el paso, pero sin retroceder ni menguar nunca en
nuestra entrega generosa.
Tenemos a nuestra disposición un tesoro incalculable para vivir con ilusión y osadía el
desafío de la formación. La formación es un ámbito y un tiempo privilegiado para 'regustar' -
'conmemorar' (actualizar) la herencia recibida y volver a 'dar a luz' el espíritu que anima al
Carmelo, para 'engendrarnos unos a otros' contagiándonos el ideal, para hacerlo vida de forma
concreta, para acompañar procesos y acompasarnos unos a otros en el camino, para renovar el
fuego y la pasión por la vocación que nos une. Cuando este proceso se vive con verdadera 'sed',
se convierte indefectiblemente en un camino que transfigura.
La formación es un itinerario de por vida que camina en 'simbiosis' con la oración, la
comunidad, la misión. Cada una de ellas es ‘fuego y fragua’ a la vez. Y remite a las otras en un
único proceso vital, personal y comunitario. Parafraseando a un poeta y místico franciscano del
siglo XVII, podemos decir que un carmelita seglar sin el fuego de la oración, de la
comunidad, de la misión y de la formación “es como huerto sin agua, //como sin fuego la
fragua, // como nave sin timón” 22 .
22 Fr. Antonio Panes, Escala mística y estímulo del amor divino, por Isabel Juan Vilagrasa, Valencia 1675, 212.
FUEGO EN LA FRAGUA DE LA IDENTIDAD
LA FORMACIÓN EN EL CARMELO DESCALZO SEGLAR
María Daniela Biló, ocds.
En este V Congreso Ibérico del Carmelo Seglar, en el que volvemos a reunirnos para
reflexionar juntos sobre nuestra identidad y misión en la Orden y en la Iglesia, me han
encomendado la tarea de reflexionar con ustedes sobre el papel de la formación en la
configuración de nuestra identidad de carmelitas descalzos seglares. Agradezco la confianza
que han depositado en mí, y pido a Dios que, en el espíritu de nuestros padres Teresa de Jesús y
Juan de la Cruz, podamos juntos avivar el entusiasmo y la osadía que pide nuestra vocación
para andar sus caminos con un espíritu renovado.
Después de trabajar con las comunidades de Castilla (antigua Provincia de San Elías)
sobre las dificultades y los deseos que nos embargan en torno a la formación 1 , podemos hoy
reflexionar gracias al aporte de los hermanos que nos han transmitido la realidad que viven en
sus comunidades. De este modo el ideal puede iluminar la vida concreta, y ayudarnos a seguir
avanzando y madurando nuestra vocación.
Entre tantos temas importantes que se podrían abordar, he optado por centrarme en tres
aspectos: a) qué entendemos por formación; b) cuál es el espíritu que debe animar la formación;
c) la necesidad de recuperar y potenciar la identidad y mediación de la comunidad en el proceso
formativo. En cada uno de los temas recordaremos algunos obstáculos y desafíos que han
manifestado los hermanos de nuestras comunidades.
1. Una formación para la vida
Nos dice el nº 32 de nuestras Constituciones y lo recuerda también la Ratio Institutionis
nº 4: “El objetivo central del proceso de formación en la Orden Seglar es la preparación de la
persona para vivir el carisma y la espiritualidad del Carmelo en su seguimiento de Cristo, al
servicio de la misión”.
Sabemos que este cometido no se reduce al tiempo de preparación que va desde el
período de contacto con la comunidad hasta las promesas definitivas. El horizonte de la
formación abarca la vida en su totalidad. Su objetivo es la persona en todas sus dimensiones y
durante toda su trayectoria vital. Proyecto ambicioso, carrera de largo alcance. Porque se trata
de ir gestando y madurando nuestra identidad durante toda la vida.
Es cierto que este proceso de formación tiene un momento especialmente fundante en la
etapa inicial. Pero no debemos olvidar que la formación inicial será tan rica y fecunda cuanto lo
sea la formación permanente de la comunidad. Porque es el estado de formación continua de
1 Inquietudes y experiencias que fueron recogidas de las respuestas al cuestionario enviado desde el Consejo Provincial
sus miembros el que precede, posibilita y arropa a la persona en la gestación y maduración de
su identidad vocacional en el Carmelo teresiano.
Es por ello que el acento y responsabilidad fundamental del proceso formativo, (junto al
compromiso personal), recaen en la ‘autoridad inmediata’ de la Comunidad: su Consejo y el
responsable de la formación. La Ratio, nº 2-3, analizando el artículo 46 de las Constituciones,
recuerda que la “responsabilidad primordial” de la autoridad inmediata de la Comunidad es “la
formación y maduración cristiana y carmelitana de los miembros de la comunidad”, que “su
responsabilidad radica en formar la comunidad entera”. Y que esta formación se constituye en
“un proceso permanente de entender la identidad del Carmelita en el mundo de hoy, y descubrir
cuál es el necesario servicio de su identidad respecto a Dios, la Iglesia, la Orden y el mundo”.
Continúa con una afirmación que puede resultarnos sorprendente, puesto que pone en primer
plano la formación sobre el gobierno mismo de la comunidad: “El gobierno, en el sentido de
control o de organización, aparece como secundario y de apoyo a la intención primaria. De
hecho, si la formación es la adecuada, el gobierno llega a ser mínimo”.
Tenemos hasta aquí tres ideas básicas: la formación se centra en la persona, de modo
integral. Y se extiende a su historia total: interpretar y asimilar nuestra identidad en el Carmelo
descalzo seglar es un proceso permanente. Tal formación se constituye en la intención y
responsabilidad primordial de la Comunidad. Ahora bien, ¿cómo podemos favorecer este
proceso personal, integral, continuo? ¿Cuáles son nuestras dificultades o desafíos actuales al
2. El fuego y la fragua
Pensando estas cosas, vino a mi imaginación el arte de la fragua. La forja es el trabajo
principal de la fragua. Por medio del fuego y del aire, se consigue que el metal alcance una
temperatura suficiente, como para que pueda ser moldeado sobre la mesa del yunque a golpes
de mazo o de martillo. Un laborioso y paciente proceso que va del fuego al yunque y del
yunque al fuego, hasta que el metal, ‘al rojo vivo’, alcance la forma buscada, al tiempo que se
mejoran sus características y su estructura. Concluido el moldeado, se templa la pieza con agua
(o aceite) para darle una dureza extra y mayor resistencia al desgaste. Todo un arte que para su
ejecución precisa de tiempo, abnegación, constancia, experiencia… Símbolo elocuente que
podemos aplicar al proceso formativo, como fragua de la identidad.
2.1 Para modelar nuestro corazón y la vida toda en la fragua del Carmelo también hace
falta fuego, ‘encendimiento interior’, ‘inflamación y calor de amor’ (2N 12,5), llama y calor del
Espíritu Santo que nos vaya consumiendo y transformando, que vaya “prendiendo en el alma”
“a la manera del fuego natural” (2N 11,1) 2 .
2 Como bien sabemos, el fuego es una imagen muy querida y muy presente en Teresa de Jesús y Juan de la Cruz. Se
integra en ese rico universo simbólico-doctrinal que tejen en torno a otras imágenes, como el brasero y la centella, la
En palabras de Teresa de Jesús, se trata “de este fuego del brasero encendido que es mi
Dios” (6M 2,4). De esa “centellica que comienza el Señor a encender en el alma del verdadero
amor suyo …[que] por pequeñita que es, hace mucho ruido, y si no la mata por su culpa, ésta es la
que comienza a encender el gran fuego que echa llamas de sí […] del grandísimo amor de Dios”
(V 15,4). El cual, en los verdaderos amantes, se convierte en “llama que arde con apetito de arder
más, según hace la llama del fuego natural” (CB 13,12), porque pertenece a su naturaleza irse
perfeccionando y calificando con el tiempo.
Ese es el único fuego capaz de desencadenar y conducir la formación, madurando y
recreando permanentemente nuestra identidad. Toda nuestra legislación y toda la organización de
la vida en comunidad está ordenada en primer lugar a encender ese fuego del amor y los deseos,
de la determinación y la osadía, para poder aspirar al ideal de nuestra vocación: “¡Recuérdanos
tú y alúmbranos, Señor mío, para que conozcamos y amemos los bienes que siempre nos tienes
propuestos, y conoceremos que te moviste a hacernos mercedes y que te acordaste de nosotros!”
Ahora bien, todo esto… ¿a qué viene? En las respuestas de las comunidades a las
dificultades que encuentran en la formación inicial y permanente, entre otras cosas, se ha
hablado de falta de entusiasmo, de disponibilidad y compromiso. A veces la necesidad de
formación se focaliza sólo en su aspecto teórico, perdemos su dimensión integral. Otras veces
no la anhelamos, no la priorizamos. Nos falta tiempo, ilusión y constancia. Nos dejamos abatir
por las dificultades o absorber por los compromisos. Nos falta tal vez avivar ese fuego del que
hablamos. Tenemos que motivar más y mejor esta dimensión espiritual de la formación, que es
la disposición interior que posibilita su fecundidad, y preguntarnos qué podemos hacer para
encender el deseo que pone en marcha un proceso de transformación de toda la vida.
El Santo utiliza una imagen muy elocuente para expresar cómo trabaja Dios para
encender en nosotros esa llama y responder a nuestro anhelo: “Porque, así como suelen echar
agua en la fragua para que se encienda y afervore más el fuego, así el Señor suele hacer con
algunas de estas almas, que andan con estas calmas de amor, dándoles algunas muestras de su
excelencia para afervorarlas más, y así irlas más disponiendo para las mercedes que les quiere
hacer después” (CB 11,1). Creo que es una imagen que nos desafía, una tarea que tenemos que
trasladar a nuestra comunidad, con ilusión y creatividad, para mantener siempre viva esa llama
que arde en el corazón y debe guiarnos siempre en el proceso formativo.
2.2 El símbolo de la fragua nos habla también de proceso extendido en el tiempo, de
gradualidad y laboriosidad, de complejidad y experiencia, de discernimiento y precisión, de
‘rutinas’ y novedad, de transformación e inacabamiento a la vez. Hay que pasar por la prueba de
la fortaleza, la duración, la estabilidad…
llaga y el cauterio, el ascua, el horno y la fragua, la saeta o el dardo, la inflamación, el madero embestido en fuego, la
Del mismo modo la formación es ‘proceso’. Es en sí misma ‘camino espiritual’, en el
que se encuentran el Misterio de Dios que ‘se me’ revela y entrega, y mi propio misterio,
forjado por la experiencia concreta que tengo de Dios durante mi itinerario personal. De esa
confluencia brota la adhesión creyente, progresiva y dinámica, que dura toda la vida. En
palabras de A. Cencini, se trata de “algo complejo y articulado, que no se da en un instante,
sino que se va realizando a lo largo de la vida y en la historia concreta, asumiendo formas y
configuraciones específicas, según la vocación particular de cada uno. […] En este sentido,
creer es como una lenta peregrinación que a cada paso revela algo nuevo y acaso imprevisto,
por una experiencia de Dios que día a día se enriquece y es puesta a prueba, debe luchar y se
hace más fuerte, hasta el último día de la vida” 3 .
Por eso hablamos de formación permanente. Su finalidad es el nacimiento en nosotros
del hombre nuevo, la configuración con Cristo. Porque la formación es, sobre toda otra cosa, el
proceso que nos conduce a “la divina unión y transformación y amor en Dios” (LB 1,19) a la
que Él nos llama, y que se va realizando poco a poco, a lo largo de la vida 4 . Las mediaciones y
planificaciones, la pedagogía y los programas teóricos, tienen su razón de ser en vistas a esta
trasformación que conduce a la persona a la madurez humana-teologal, a la medida de Cristo, y
para edificación de su cuerpo que es la Iglesia (Ef 4,12). Vivir la formación en esta clave define
nuestra vocación ‘desde dentro’, no es sólo una exigencia extrínseca. Por tanto, el logro más
importante de la formación inicial, la mejor preparación para las promesas definitivas, será
alcanzar esa disposición y compromiso firme de vivir siempre en “estado de transformación”
(LB, pról., 3) 5 , y que podría ser una buena ‘definición’ de la formación permanente.
Entender la formación sólo como una exigencia de actualización, de acomodación a los
tiempos cambiantes y acelerados que nos toca vivir, de adaptación a una realidad socio-cultural
y religiosa rica y compleja que requiere estar a la altura de la situación…sería entender la
formación de forma reductiva y pobre. Porque si es cierto que todos estos aspectos son
importantes, quedarían vaciados de su carácter y dinamismo teologal, que hacen a la naturaleza
misma de nuestra vocación que es transformación. Por ello el acento debe recaer especialmente
en el proceso y en su meta, no sólo en los contenidos.
De esto nos previene la Ratio, nº 7, cuando señala el peligro de confundir la formación
con la información, aunque una buena formación (¿quién lo duda?) dependa de una buena
“Un Carmelita que no tiene interés en estudiar o profundizar las raíces de su identidad a través de
oración y estudio, pierde su identidad, no pudiendo ya, representar a la Orden, ni hablar de la Orden.
[…] Esta base intelectual es el principio de una actitud que está abierta al estudio, lo que lo conduce
a profundizar con interés en la Sagrada Escritura, en la teología y en los documentos de la Iglesia.
[…] Cuando la información es mala, o ausente, o incorrecta, o es truncada, resulta una confusión en
el Seglar. Esta base académica o intelectual en muy importante y se ha ido perdiendo, tristemente, en
muchos grupos de la Orden Seglar” 6 .
3 A. Cencini, La formación permanente, San Pablo, Madrid 2015, 27.
4 Cf. V 18,7; 39,23; CB 26,19; LB 1,19.
5 “De donde, el alma que está en estado de transformación de amor, podemos decir que su ordinario hábito es como el
madero que siempre está embestido en fuego; y los actos de esta alma son la llama que nace del fuego de amor” (LB 1,4).
Como es lógico, cuando hablamos entre hermanos de formación, señalamos
especialmente las carencias a nivel doctrinal, tanto por la falta de libros y manuales que faciliten
el acceso a los contenidos, como por la necesidad de una mejor preparación en los formadores,
de sistematicidad en los programas, de creatividad en la presentación y en las dinámicas a la
hora de comunicar. Y esta otra dimensión existencial de la formación queda como relegada al
ámbito personal, a la ‘gestión’ de cada cual, y efectivamente nos resulta difícil de evaluar y
discernir en los que están en la formación inicial, cuanto más en toda la comunidad.
De hecho, los hermanos han manifestado especialmente la dificultad para discernir y
acompañar los procesos personales. Y esto, tanto por los reparos que pone el mismo formando
como por la falta de experiencia o pedagogía del formador. Nos falta confianza y diálogo,
apertura y transparencia. Y algo también fundamental: reconocer la necesidad del hermano
mayor como una guía y mediación de Dios.
A la hora de diseñar un plan de formación anual, creo que es importante poder revisarnos
en la fe, en nuestras actitudes y compromisos (en las virtudes, en el decir teresiano), en nuestro
crecimiento humano y espiritual. Cultivar la vigilancia y la delicadeza de conciencia, esas
virtudes tan queridas por Teresa y que se viven también en comunidad. No dejar que ‘la vida
fluya’ sin más, puesto que quien no crece, descrece 7 . Y esto no pasa desapercibido para nadie.
La madurez humana y teologal se respira en el ambiente de la comunidad. Y de él depende
también la presencia y perseverancia de nuevas vocaciones.
Al desglosar las dimensiones que debe abarcar la formación, las Constituciones y la
Ratio señalan tres aspectos a tener en cuenta: “La formación teresiano-sanjuanista, tanto inicial
como permanente, ayudan a desarrollar en el Seglar una madurez humana, cristiana y espiritual
para el servicio de la Iglesia. En la formación humana desarrollan la capacidad del diálogo
interpersonal, el respeto mutuo, la tolerancia, la posibilidad de ser corregidos y de corregir con
serenidad y la capacidad de perseverar en los compromisos asumidos” (Const., 34).
Me detengo especialmente en esta dimensión, puesto que es el cimiento sobre el que se
construye todo el edificio. La formación humana tiene que ayudar a la persona a reconocer todo
aquello que imposibilita su maduración integral y su plena integración en la comunidad. Si bien
es un discernimiento y un ejercicio que nos acompaña toda la vida, en la etapa inicial y antes de
un compromiso definitivo, es necesario que la formación ayude a la persona a ‘ver’, a
‘precisar’, a reconocer y definir cuáles son las trabas que impiden su entrega libre y generosa,
que empobrecen su relación con los demás, con el mundo, con Dios (inconsistencias, heridas,
distorsiones de la realidad, miedos, mecanismos defensivos). Sobre esta disposición y ejercicio
humano de vivir en la verdad, con responsabilidad y libertad, podrá madurar la vida teologal y
arraigarse las virtudes teresianas del amor, el desasimiento y la humildad.
6 P. Aloysius Deeney, Elementos para el discernimiento de la vocación a la Orden Seglar de los Carmelitas Descalzos,
http://www.ocd.pcn.net/ocds_des.htm [Consultado 16.07.2016].
7 “Torno a decir, que para esto es menester no poner vuestro fundamento sólo en rezar y contemplar; porque, si no
procuráis virtudes y hay ejercicio de ellas, siempre os quedaréis enanas; y aun plega a Dios que sea sólo no crecer,
porque ya sabéis que quien no crece, descrece; porque el amor tengo por imposible contentarse de estar en un ser,
adonde le hay” (7M 4,9). Cf. V 15,12.
Para ello Teresa de Jesús nos señala una cualidad humana indispensable: tener buen
entendimiento. Que sabemos no es sinónimo de grandes dotes intelectuales. Se trata más bien de
un conjunto de cualidades que posibilitan y favorecen el crecimiento personal: apertura,
docilidad, sentido común, confianza en los demás, humildad:
“La mayor parte, quien esta falta tiene”, dice Teresa, “siempre les parece atinan más lo que les
conviene que los más sabios; y es mal que le tengo por incurable […]. Un buen entendimiento, si se
comienza a aficionar al bien, ásese a él con fortaleza, porque ve es lo más acertado; […] aprovechará
para buen consejo y para hartas cosas, sin cansar a nadie. Cuando éste falta, yo no sé para qué puede
aprovechar en comunidad, y podría dañar harto” (CV 14,1-2).
El buen entendimiento posibilita ‘el conocimiento propio’, el diálogo y la acogida de la
visión y el camino del otro. El dejarme afectar por la realidad, creer en y creer a los demás
como mediación de Dios en mi camino. Vivir en apertura confiada y libre para dejarnos enseñar
y educar por la vida y por los hermanos. Es esa inteligencia espiritual que nos pone en
condiciones de ‘aprender a aprender’, de vivir en estado de formación permanente, es decir, de
trasformación durante toda la vida.
3. Mediaciones que forjan nuestra identidad: la comunidad, la oración y la misión.
Desde una perspectiva existencial, todo entra en este proceso humano-divino de la
formación de nuestra identidad: el trato de amistad con Dios en la oración, la meditación de su
Palabra y la Eucaristía, el magisterio de la Iglesia, la vida mariana, la doctrina y testimonio de
nuestros santos 8 , los encuentros y clases explícitamente formativas, la liturgia compartida, la
vida familiar, el trabajo, las relaciones fraternas en comunidad y sus dificultades, el proyecto
anual comunitario, la corrección mutua, el acompañamiento espiritual, los acontecimientos de
nuestra sociedad, las pequeñas cosas de todos los días y los acontecimientos extraordinarios, lo
previsto y lo imprevisto 9 .
Pero dentro de este itinerario y proceso de formación, hay mediaciones y
responsabilidades precisas, fundadas, ante todo, en el compromiso responsable y libre de cada
persona 10 . En primer lugar está la Orden (a nivel general, provincial y local). “El lugar normal,
el agente natural, la mediación providencial de la formación […] es la familia religiosa, porque
en ella ‘se esconde’ su identidad y en ella lo ha puesto el Padre y sigue en ella transmitiéndole
sus dones” 11 , la riqueza carismática-formativa que proviene de la Orden no puede suplirla nadie
9 “La formación permanente tiene el mismo ritmo que la vida, su respiración es verdaderamente la de la existencia. Allí
donde el proyecto de Dios nos ha asignado para vivir , allí está también la gracia de Dios preparada para nosotros, allí
nos alcanza el don de lo alto que supera todas nuestras expectativas, allí se ocultan los desafíos justos, proporcionados a
nuestra persona aunque puedan parecernos desproporcionados, junto a la sorpresa de cosas bellas que nunca hubiéramos
esperado. Allí nos jugamos lo que somos y lo que podemos llegar a ser, allí y no en otra parte podemos alcanzar nuestra
propia estatura, la que corresponde al creyente en Cristo que cada uno de nosotros está llamado a ser según su
originalísima vocación, allí hay una historia que será en cualquier caso de salvación” , A. Cencini, o. c., 90-91.
10 En cuanto al compromiso personal, al derecho y deber de cada uno en su propia formación, sabemos que nadie puede
suplir nuestra propia tarea, nadie puede recorrer por nosotros el itinerario hacia la madurez. La sabiduría espiritual está
en reconocernos siempre ‘principiantes’, discípulos que escuchan a su Maestro y peregrinos, viviendo hasta el final la
disponibilidad y responsabilidad por la propia transformación.
más. A ella corresponde promover con todos los medios a su alcance una mentalidad favorable
a la formación permanente. Y lo hace con diversos recursos: delegados; comisiones de trabajo,
circulares, normativas, conferencias, publicaciones, programación de itinerarios formativos, etc.
De reciente publicación (27/03/2016) es la carta del P. Saverio Cannistrà dirigida a toda la
Orden Seglar, junto a sus Provinciales, Delegados provinciales y Asistentes de comunidades 12 .
De entre los distintos ámbitos o niveles de mediación y responsabilidad, queremos
detenernos en el papel testimonial y formativo de la Comunidad. Recordemos lo que nos decía
nuestro padre General, en el IV Congreso Ibérico del Carmelo Seglar 13 :
“La formación, el cuidado de la vocación, […] es algo inseparable de la comunidad en la
cual la vocación carmelita nos inserta. El valor formativo de la comunidad ha sido subrayado en
varias ocasiones por Teresa”. Pero “tengo la impresión de que en las Constituciones de la Orden
seglar no se haya desarrollado suficientemente este aspecto de la vocación carmelita. […] el
tema de la dimensión comunitaria parece reducirse solo a cuestiones organizativas y de
gobierno”. Entre otras consideraciones, concluía afirmando que el “hecho de compartir” es algo
“fundamental para una comunidad que no vive junta, pero que se encuentra periódicamente para
retomar fuerzas y motivación para el camino. ¿Somos capaces de hacer de nuestras
comunidades seglares auténticos lugares de intercambio y de revisión de vida? […] Pienso que
la comunidad tiene que preguntarse seriamente si está haciendo este camino de maduración y si
su papel en la vida de sus miembros es realmente importante o solamente algo marginal”.
Esta reflexión y estos interrogantes que nos dirigía el P. Saverio, siguen constituyendo
un reto para nosotros. La comunidad seglar expresa y se alimenta del misterio de amor de la
Trinidad, está llamada a encarnar el ideal de la comunidad primitiva teniendo “un solo corazón
y una sola alma” (Hch 4,32) y a vivir particularmente el carisma propio de una comunidad
teresiana, ese “pequeño colegio de Cristo” (CE 20,1) donde el “Señor nos juntó” (CV 1,5;
3,1.10; 8,3); “rinconcito de Dios”, “morada en que su Majestad se deleita” (V 35,12); donde
cuida de nosotros (CV 2,1), y nos llama a vivir el amor fraterno como él lo vivió, en íntima
comunión con el Padre y al servicio de la misión 14 . “Fieles a las enseñanzas de nuestra Madre
Santa Teresa, los miembros son conscientes de que su compromiso no se puede realizar
solamente de una manera individual; la vida fraterna es un lugar privilegiado donde
profundizan, se forman y maduran” (Ratio, 26) 15 .
Teresa no forma sólo orantes, sino comunidades orantes al servicio de la Iglesia, donde
la comunión de sus miembros tiene que reflejar las nuevas relaciones del Reino de Dios y las
12 En ella, entre otras cosas, anima a potenciar el papel de los Consejos Provinciales de las distintas circunscripciones en
la organización de cursos de formación. A los religiosos les pide dedicarse con mayor empeño en la formación de los
laicos carmelitas para que crezcan en su identidad, y a acompañar a las personas y las comunidades en su proceso
aprovechando la potencialidad de los nuevos medios de comunicación. Anima finalmente a cada una de las
comunidades, por medio de su Consejo, a dedicarse a su tarea principal, señalando particularmente la necesidad de una
actualización constante de los programas formativos, adaptada a los tiempos y a los destinatarios, que ayude con
eficacia a comprender de forma actualizada el carisma y a clarificar nuestra identidad como miembros de la Orden
13 Cites, Ávila, 28 de abril-1de mayo 2012.
obras del Reino. Lo habremos escuchado muchas veces: No somos una cofradía, convocados en
torno a una devoción, o prácticas de piedad. No somos un grupo de amigos que buscan un lugar
de pertenencia para sobrevivir a la soledad, motivaciones que animan a algunas personas a
pertenecer a la Orden. Hemos decidido libremente formar parte de esta familia religiosa,
comprometidos con todas nuestras energías a vivir su espiritualidad, en medio del mundo y al
servicio del mundo y de la Iglesia, con todos sus sacrificios, gozos y consecuencias. Y esta
decisión incluye, entre otras cosas, la pertenencia y el compromiso con una comunidad.
No nos parezca innecesario seguir acentuando esta dimensión de nuestra vocación. A
nuestra concepción de la comunidad teresiana seglar le falta mayor ‘nitidez’ y arraigo. Creo
que la razón más importante es la falta de ‘información’, profundización y apropiación de la
doctrina y experiencia de Teresa de Jesús, de su ideal de comunidad en nuestra vida seglar.
Gracias a Dios, esta conciencia y este deseo están dentro de las motivaciones que han dado a luz
También se ha expresado, en diálogos y consultas, que constituye una gran dificultad
para ‘hacer comunidad’ la diferencia generacional, los desniveles en cultura e intereses
formativos, la diversidad en gustos, costumbres y manifestaciones de piedad, en la forma misma
de comprender nuestra vocación. Y es cierto que la heterogeneidad propia de nuestras
comunidades podría ser un obstáculo si se mira sólo con criterios humanos y se pierde la
Porque en sí misma esta diversidad es una gran riqueza. No debemos caer en la tentación
de homogeneizar ni suavizar las diferencias, o suprimir la ‘alteridad’ que es escuela de vida.
“Vivir en comunidad […] es disciplina de realismo, de capacidad de acogida, de mirada que
sabe captar la amabilidad radical de la persona más allá de la apariencia e incluso de los
comportamientos a veces negativos, ascesis de la liberación de la invasión homogeneizante del
yo, y en particular de la pretensión muy…religiosa de llegar a Dios sin mediaciones” 16 .
Los hermanos de nuestra comunidad también son ‘maestros de formación’,
especialmente aquellos que nunca hubiéramos elegido por cuestiones de afinidad. Nos forman
los hermanos que más nos contradicen…que nos plantan ante el desafío de sacar lo mejor de mí
haciéndome consciente y trabajando ‘lo peor de mí’, que suele salir en las dificultades de
relación. Vivir sobrenaturalmente las relaciones interpersonales las convierte en ‘formativas’,
aunque ello no suprima el esfuerzo y la fatiga que puedan conllevar. Vivir sobrenaturalmente la
misma amistad, como nos enseña Teresa al hablar del amor espiritual, ayudándonos a vivir las
virtudes, y despertándonos unos a otros para amar y servir mejor a Dios:
“Dejado que en la oración ayudaréis mucho, no queráis aprovechar a todo el mundo, sino a las que
están en vuestra compañía, y así será mayor la obra, porque estáis a ellas más obligada. ¿Pensáis que
es poca ganancia que sea vuestra humildad tan grande, y mortificación, y el servir a todas, y una gran
caridad con ellas, y un amor del Señor, que ese fuego las encienda a todas, y con las demás virtudes
siempre las andéis despertando? No será sino mucha, y muy agradable servicio al Señor” (7M 4, 15).
Recordemos los elogios a la amistad que hace Teresa, el ideal del amor verdadero, los
vínculos que estamos llamados a tejer en nuestra comunidad: amor compasivo, abnegado,
desinteresado, transparente, capaz de alegrarse por las virtudes de los hermanos, de corregirlos
con amor, de perdonar, de cuidar su imagen y su fama como la propia, de complacerlos aunque
nos contradigan (cf. 5M 3,11-12). “¡Oh dichosas almas que son amadas de los tales! ¡Dichoso el
día en que los conocieron! ¡Oh Señor mío!, ¿no me haríais merced que hubiese muchos que así
me amasen? […] Cuando alguna persona semejante conociereis, [procure tratar con ella]…
Quered cuanto quisiereis a los tales. […] Buen medio es para tener a Dios tratar con sus amigos;
siempre se saca gran ganancia, yo lo sé por experiencia” (CE 11,4)
La comunidad nos forma si la aceptamos como don de Dios, sin escapismos ni excusas.
Siempre estamos tentados de creer que condiciones mejores, otro ambiente u otros compañeros
de camino, harían la vida más ‘acorde’ a nuestros ideales. Queremos ‘domesticar’ a los otros,
tener controlados a los que nos rodean para que no perturben mi camino espiritual. Queremos
limar como sea las asperezas, para que la convivencia sea más agradable. Con actitud
‘defensiva’, con criterios muy razonables encontramos una justificación espiritual para casi
todo… Pero la trans-formación se produce ahí donde, en un acto de entrega teologal, apuesto
por la insignificancia y hasta la oscuridad de lo ordinario, por el misterio (Dios mismo) que se
me entrega realmente en la monotonía de lo cotidiano y en el desafío de la caridad.
Es la comunidad en la que estoy la que me hace crecer, en la que Dios me regala sus
dones y sus provocaciones. Allí donde buscamos crecer juntos delante de Dios, buscando su
rostro, compartiendo nuestras riquezas y dones, apoyándonos y socorriéndonos en nuestra
fragilidad, para gozar juntos de la misericordia de Dios y de los hermanos. Toda la fuerza
transformadora de la gracia se desata cuando confiamos a ciegas en que no hay nada de nuestra
vida ni de lo que acontece en nuestra comunidad en que Él no se haga presente para llevarme
siempre más adentro en la espesura de su amor y seguimiento. Vivir esta experiencia
extraordinaria en lo ordinario de mi vivir cotidiano es el nervio de la trans-formación.
La vida en comunidad necesita de una especial preparación durante la formación inicial.
Formarnos para las relaciones de comunidad, de modo que podamos vivir este ámbito con toda
la riqueza carismática y formativa que encierra para nosotros. Compartir la responsabilidad por
la maduración y crecimiento de todos. Hacer de la comunidad un hogar espiritual, un espacio
propicio y formativo en sí mismo, cuidando la calidad de los encuentros, aunque la frecuencia
sea menor. Nos apremia favorecer el diálogo como estímulo para el proceso personal de
interiorización, de modo que nuestra vida interior y nuestras obras, caminen y crezcan
armónicamente, gracias a la compañía y la ayuda de los otros. Así como “todo el cuerpo, bien
ajustado y unido a través de todo el complejo de junturas que lo nutren y actuando a la medida
de cada parte, se procura su propio crecimiento para construcción de sí mismo en el amor” (Ef
4,14-16). Es en este sentido, recogido por la Ratio, que la comunidad es agente de formación y
los hermanos, cada uno de ellos (de forma visible o misteriosa), parte de esta mediación
Y dentro de la tarea de la comunidad, queremos destacar especialmente el papel del
responsable de la formación, tanto inicial como permanente. La riqueza doctrinal y testimonial
de nuestros santos es inmensa, hay que volver a las fuentes, a los textos, a la experiencia, y
‘formar formadores’ como los soñaban Teresa de Jesús y Juan de la Cruz 17 .
Cada vocación es un don de Dios, hay que estar preparados para discernirla y
acompañarla. En este proceso Dios “es el agente principal‟, pero “es tan amigo que el gobierno
y trato del hombre sea también por otro hombre semejante a él y que por razón natural sea el
hombre regido y gobernado” (2S 22,9), que actúa por mediaciones concretas e inmediatas,
como lo son la Comunidad, el Consejo, y el Responsable de la formación. La voluntad de Dios
se hace presente y comprensible, fundada en razón natural, cuando “el discípulo y el maestro
[…] se juntan a saber y a hacer la verdad” (2S 22,12).
Para recuperar el perfil y papel formador como maestro y compañero de camino, tanto
en el discernimiento vocacional como en la apropiación e interiorización del carisma, hace falta
comenzar por una tarea de concientización y responsabilización de parte de formandos y
formadores, y contar con espacios ‘institucionalizados’ para el diálogo, la apertura, la revisión
En cuanto a sus cualidades y preparación, recogiendo los deseos expresados por los
hermanos de nuestras comunidades, creemos que, junto a la preparación doctrinal y pedagógica,
es necesario en nuestros formadores capacidad de relación, de diálogo, de cercanía. Y suficiente
competencia para discernir la fase de desarrollo de las personas. Se trata de acompañar esa
‘seducción de Dios’ que a lo largo del itinerario espiritual se nos revela y nos requiere. A veces
entre luces y gozos. Otras, en medio de noches oscuras que hay que ayudar a discernir y vivir
como oportunidades de crecimiento humano y espiritual. Tenemos el deber de ofrecer una
ayuda personalizada y adecuada a cada etapa del desarrollo espiritual y de la experiencia vital,
de manera que todos tengan lo necesario para dar con gozo y generosidad lo mejor de sí.
Dos contextos y ejercicios propios de nuestra identidad, para los cuales necesitamos
formación y que a su vez nos educan, son la oración y la misión. Toda la pedagogía teresiana y
sanjuanista de la oración y también de las obras que quiere el Señor 18 , es pedagogía para la
transformación de la persona. Dos dimensiones de nuestra vida que habría que potenciar como
vivencia comunitaria, y no sólo individual. Y de esto, sólo añado unas breves pinceladas.
La oración es el latido propio y más íntimo de la formación. ¿Quién puede dudar que
‘el trato de amistad’ con Dios nos educa y transforma, que está en el origen de nuestra vocación
y es la fragua por excelencia de nuestra identidad, el hogar en el que estamos llamados a
habitar, y del que podemos entrar y salir a nuestro antojo, en medio de nuestras
responsabilidades, donde Él siempre nos espera con las puertas abiertas? 19 .
17 Recomendamos particularmente los estudios de Jesús Barrena Sánchez, donde aborda la biografía y veta educativa-
pedagógica de Teresa de Jesús, su comprensión de los rasgos que considera esenciales para un formador, sus praxis
educativa, etc. Ver: Teresa de Jesús, una mujer educadora, Institución Gran Duque de Alba, Diputación Provincial de
Ávila, 2000; Educar en valores. Aproximación a la pedagogía de Teresa de Jesús, Monte Carmelo, Burgos 2002.
19 “Podéis entrar y pasearos por él [Castillo] a cualquier hora […] y aunque mucho estéis fuera por su mandado, siempre
cuando tornareis, [Dios] os tendrá la puerta abierta. Una vez mostradas a gozar de este castillo, en todas las cosas
La oración, esa atalaya donde se ven las verdades: quién es Él y quién soy yo. Maestra
en el conocimiento propio, tan imprescindible para aspirar a una formación transformadora. Y
maestra de virtudes que nos amarran a la realidad, al tiempo que nos liberan: el amor de unos
con otros que testifica nuestro amor a Dios, el desasimiento de todo lo criado, y la verdadera
humildad. Esenciales para ir “muy adelante en el servicio del Señor’ (CV 4,3), cimientos de la
vida en comunidad (“castillito…de buenos cristianos”, CV 3,2), y sin las cuales no seremos
nunca verdaderos orantes.
Nos transforma la oración cuando la vivimos con docilidad permanente al Espíritu, que
quiere configurar en nosotros el hombre nuevo, a la medida de Cristo, y que encuentra su
culmen en la celebración eucarística, escuela continua de entrega y disponibilidad para vivir
aquello que celebramos. La oración, lento fluir cotidiano de la vida en compañía amorosa de
Dios, al calor de la liturgia de las horas, de los tiempos litúrgicos que nos sumergen en el
misterio de Cristo, y en el testimonio de los santos. VIDA que quiere ‘asimilarse’ a nuestra
vida. La oración, escuela de humanidad y santidad, crisol que transfigura poco a poco la
existencia: “Pues juntaos cabe este buen Maestro, muy determinadas a deprender lo que os
enseña, y Su Majestad hará que no dejéis de salir buenas discípulas, ni os dejará si no le dejáis.
Mirad las palabras que dice aquella boca divina, que en la primera entenderéis luego el amor que
os tiene, que no es pequeño bien y regalo del discípulo ver que su maestro le ama” (CV 26,10).
No siempre cuidamos con delicadeza nuestros espacios de oración comunitaria. A veces
dedicamos muy poco tiempo a la oración silenciosa en comunidad. Necesitamos propiciar el
diálogo y la confianza para compartir nuestra experiencia de Dios (en la oración y en la vida),
testimonio de hermanos que siempre despierta a una mayor fidelidad y amor. Juntarnos, como
quería Teresa, “para desengañarnos unos a otros, y decir en lo que podríamos enmendarnos y
contentar más a Dios; que no hay quien tan bien se conozca a sí como conocen los que nos miran,
si es con amor y cuidado de aprovecharnos” (V 16,7) 20 .
Y finalmente la misión, que nos introduce en la escuela de los “siervos del amor” (V
11,1), aquellos que, marcados con el hierro de la cruz pueden ser vendidos como esclavos de
todo el mundo (cf. 7M 4,8), definición teresiana de la caridad pastoral, del espíritu de entrega
que anima al evangelizador. Porque “¿qué amor es ese que no siente la necesidad de hablar del
ser amado, de mostrarlo, de hacerlo conocer? […] Unidos a Jesús, buscamos lo que él busca,
amamos lo que Él ama” 21 . En palabras de Teresa: “Para eso nos juntó aquí; éste es nuestro
llamamiento, éstos han de ser nuestros negocios, éstos han de ser nuestros deseos, aquí nuestras
lágrimas, éstas nuestras peticiones; […] estáse ardiendo el mundo […] no es tiempo de tratar con
Dios negocios de poca importancia” (CV 1,5).
hallaréis descanso, aunque sean de mucho trabajo, con esperanza de tornar a él, y que no os lo puede quitar nadie” (M.
20 “Este tener verdadera luz para guardar la ley de Dios con perfección es todo nuestro bien; sobre ésta asienta bien la
oración; sin este cimiento fuerte, todo el edificio va falso” (CV 5,4).
21 Evangelii Gaudium, 264.267.
Llamados particularmente a compartir con otros el carisma teresiano, buscamos
transmitir una doctrina que se ha hecho experiencia, que atraviesa continuamente nuestra vida,
la constituye y la transforma. El mundo necesita este testimonio. Y creo que nos hace falta
articular de forma más visible, concreta y comprometida, nuestra participación en la pastoral de
la Orden, especialmente en la pastoral de la espiritualidad y de la oración teresiana. Esta escuela
es imprescindible para nosotros. Llamados a compartir, recibimos mucho más de lo que
ofrecemos. Y aprendemos comunicando, asumiendo el gozo del anuncio y las decepciones de la
misión, perseverando como ‘siervos inútiles’ que no esperan gratitudes, porque hacen lo que
Se aprende en la misión cuando descubrimos que la gracia de Dios se comunica a los
otros y se multiplica sin proporción a nuestras pobres obras. Nos forma la misión compartida
con los hermanos cuando somos siervos los unos de los otros, sin buscar protagonismos,
dejando que el don crezca y madure sin querer controlar sus frutos, que son pura gratuidad.
Siempre al servicio, sin aferrarnos a nada, dejándonos purificar de toda expectativa y pretensión
humana que siempre acompaña a las obras que hacemos por Dios…
Nos forma también la tarea apostólica que nos encomiendan y no hubiéramos elegido, la
que se asume por amor de Dios y de los otros, abrazando la cruz, con disponibilidad interior
para vivir la misión en comunidad, acompasándonos los unos a los otros, sumando energías,
aunando criterios, aprendiendo a trabajar en grupo, a delegar responsabilidades, a hacer crecer a
los otros en desafíos compartidos, cediendo el paso, pero sin retroceder ni menguar nunca en
nuestra entrega generosa.
Tenemos a nuestra disposición un tesoro incalculable para vivir con ilusión y osadía el
desafío de la formación. La formación es un ámbito y un tiempo privilegiado para 'regustar' -
'conmemorar' (actualizar) la herencia recibida y volver a 'dar a luz' el espíritu que anima al
Carmelo, para 'engendrarnos unos a otros' contagiándonos el ideal, para hacerlo vida de forma
concreta, para acompañar procesos y acompasarnos unos a otros en el camino, para renovar el
fuego y la pasión por la vocación que nos une. Cuando este proceso se vive con verdadera 'sed',
se convierte indefectiblemente en un camino que transfigura.
La formación es un itinerario de por vida que camina en 'simbiosis' con la oración, la
comunidad, la misión. Cada una de ellas es ‘fuego y fragua’ a la vez. Y remite a las otras en un
único proceso vital, personal y comunitario. Parafraseando a un poeta y místico franciscano del
siglo XVII, podemos decir que un carmelita seglar sin el fuego de la oración, de la
comunidad, de la misión y de la formación “es como huerto sin agua, //como sin fuego la
fragua, // como nave sin timón” 22 .
22 Fr. Antonio Panes, Escala mística y estímulo del amor divino, por Isabel Juan Vilagrasa, Valencia 1675, 212.
El Carmelo Seglar como fraternidad mística
contemplativa en el mundo.
Conferencia de Javier Sancho OCD AVILA V CONGRESO IBERICO
OCDS 2016
Muchas gracias por estar con vosotros y poder compartir esta
reflexión, y digo reflexión porque como bien sabéis en el programa no
era este servidor el que tenía la responsabilidad de llevar adelante esta
conferencia, sino que yo soy suplente de última hora, con todo lo que
ello comporta, por un lado pues, con mucho gusto, el compartir con
vosotros, pero también con la limitación del tiempo ,no es un tema que
haya podido yo reflexionar todo lo suficiente ,que posiblemente hubiera
sido necesario para pues para que esta reflexión que vamos a compartir
pues realmente pudiese ser quizás mucho más profunda mucho más
completa y mucho más radical en sus planteamientos.
No obstante hablar de la Comunidad es un tema fascinante, es un reto
siempre constante, para todos los que nos llamamos cristianos en las
diversas modalidades de vida que nos toca llevar adelante a cada uno,
bien como laicos, como religiosos dentro de una vida de comunidad
como religiosas etc lo cierto es que la comunidad sin duda alguna forma
parte fundamental y esencial de nuestro vivir. Creo que ha ido quedando
también en evidencia en las anteriores presentaciones y conferencias.
¿Cómo voy a enfocar yo este tema? Pues yo quisiera centrarme en lo
esencial, centrarme en aquello que realmente nos constituye como
comunidad, y como reza el título de esta ponencia, como una fraternidad
mística contemplativa en el mundo. Palabras que quizás puedan sonar
un poco extrañas, un poco quizás más apropiadas para una vida
monacal o conventual, pero que sin embargo tomo, he tomado
directamente de unas afirmaciones que hace el papa Francisco, donde a
todos los cristianos nos coloca frente a este reto: de ser en el mundo
fraternidades místicas contemplativas.
Vamos a tratar de ver cuál es el sentido que el mismo papa le da a
estas palabras que no tiene nada que ver con el intimismo con una vida
cerrada, con una necesaria comunidad que pase mucho tiempo junto, si
no que realmente el papa Francisco y por eso he tomado estas
palabras, hace referencia a los valores que constituyen
fundamentalmente nuestro ser comunidad.
Os voy a leer este texto que está tomado de la evangelii gaudium
nº92 y donde el Papa Francisco que nos dice estas palabras aquí está la
verdadera sanación ya que el modo de relacionarnos con los demás
,que realmente nos sana, en lugar de enfermarnos, es una fraternidad
mística contemplativa. Que sabe mirar la grandeza sagrada del prójimo,
que sabe descubrir a Dios en cada ser humano, que sabe tolerar las
molestias de la convivencia aferrándose al amor de Dios, que sabe abrir
el corazón al amor divino, para buscar la felicidad de los demás como lo
busca su padre bueno. Precisamente en esta época y también allí donde
son un pequeño rebaño, los discípulos del Señor son llamados a vivir
como comunidad, que sean sal de la tierra y luz del mundo.
Son llamados a dar testimonio de una pertenencia evangelizadora de
manera siempre nueva no nos dejemos robar la comunidad. Este texto
ya desde que publicase el Papa la Evageli Gaudium me ha llamado
profundamente siempre la atención, porque, en muy pocas palabras,
creo que sabe condesar la dimensión esencial de lo que significa la
comunidad cristiana, con todo lo que nos constituye como comunidad y
con todo lo que nos enriquece ser comunidades y con todo lo que
comporta la dimensión testimonial apostólica de nuestro ser comunidad.
No somos simplemente un grupo de laicos que les gusta una
espiritualidad sino que sabemos muy bien que detrás de esa realidad,
hay un llamada que nos constituye en comunidad y que como veremos
es uno de los grandes dones que ha sido depositado en nuestras manos
como un regalo pero también como una gran responsabilidad y con una
gran urgencia dentro de la realidad social que nos envuelve.
Por otro lado a parte de todos los elementos, esenciales que subraya
aquí el Papa, y que creo que nos explican muy bien en qué sentido
hablamos de una fraternidad mística y contemplativa, es decir en una
fraternidad que tiene su origen en una llamada, en una elección, en un
encuentro personal con El; pero que al mismo tiempo sabe transmitir
esos valores a los demás
Y algo que me ha parecido todavía más curioso en este párrafo del
Papa que yo creo que define muy bien lo que es la dimensión o lo propio
y característico de la comunidad seglar carmelita: abrir el corazón al
amor divino para buscar la felicidad de los demás.
¿Por qué he subrayado estas palabras? Porque me parece que en el
fondo, es el gran proyecto de Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, y de
todos los grandes santos del Carmelo, y que constituye en nuestras
comunidades en unas comunidades que tienen un modo de ser, y de
estar en el mundo, propio y especifico y característico y que por lo
tanto, se convierten en comunidades no solo necesarias, sino estoy
convencido, que la labor del Carmelo en el mundo, es fundamental y
urgente, en el mundo y en la sociedad de hoy. Precisamente, para
revitalizar aquello que nos constituye y que es lo fundamental de nuestra
vida de fe. Abrir el corazón al amor divino.
Todo esto nos puede servir un poco como de contexto para situarnos
frente a este maravilloso don de ser comunidad que se nos regala, aun
cuando en la mayoría de las ocasiones y a lo largo de la vida, lo
sentimos muchas veces como un reto y como una dificultad. Siempre
tenemos problemas, no es fácil siempre la relación, cada uno pensamos
de una manera, cada uno es hijo de su madre, cada uno etc etc todo lo
que son los problemas de la convivencia humana y que forman parte
también de esa realidad comunitaria.
Pero por eso precisamente, porque siempre es un reto, el ser
comunidad, porque siempre es una dificultad el crear comunidad, yo
creo que como comunidad de fe porque esa es la base, sobre la cual se
sienta nuestro ser Carmelo Seglar tenemos que mirar a lo que nos
constituye como tales. Y centrar nuestra mirada, nuestro corazón en
aquello que nos constituye como comunidad, no a las dificultades que
encontramos que siempre van a estar ahí, si no en aquello que hace que
seamos comunidad hoy mística contemplativa en medio de una realidad
siempre cambiante y siempre difícil y complicada.
¿Qué puntos podemos tomar como referencia y como reflexión?
Voy a centrar la mirada en 4 ASPECTOS que me parecen esenciales
para comprender nuestro SER COMUNIDAD de vida no tanto en lo que
tenemos que hacer como comunidad porque eso al final lo tendrá que
decidir cada Comunidad en la circunstancia y en la realidad en la que se
encuentren pero si tener al menos claro y evidente aquello que nos hace
ser comunidad, que, ciertamente, no es nuestra capacidad de
relacionarnos, sino sobre todo la Llamada que hemos recibido.
¿Qué puntos quiero reflexionar así brevemente y sintéticamente
con vosotros?
1-ENTENDER CUAL ES EL ORIGEN Y EL FIN DE NUESTRO SER
COMUNIDAD.QUE ES LO QUE NOS HACE SER COMUNIDAD ,y
comunidad de fe comunidad creyente. Eso nos llevara como veremos a
dar una mirada a todo lo que en definitiva es el proyecto de Dios para
con nosotros para con el hombre. Ese Dios que ha querido necesitar de
nosotros, que nos ha hecho sus manos y sus pies, para llevar a cabo
ese proyecto de salvación. Es decir, entender, porqué nuestras
comunidades son imprescindibles para Dios. Porqué Dios quiere que el
ser humano sea imprescindible en su tarea y por lo tanto esto con gran
evidencia: la grandeza del don que hemos recibido, pero al mismo
tiempo, nos pondrá en sintonía con la responsabilidad que se nos
encomienda y que no es poca.
2-OTRO ASPECTO que sin duda hemos de reflexionar de cara a
nuestro ser comunidad es que ES UN DON. Estamos frente a un don,
nuestro error generalmente en la comunidad eclesial, en las
comunidades laicales, en las comunidades religiosas, es pensar que
somos nosotros los protagonistas, y ahí es cuando surgen los
problemas. Porque condicionamos nuestra capacidad de ser comunidad
a nuestras capacidades humanas.
Pero la comunidad en esta dinámica de fe es otra cosa. Y desde ahí voy
a tratar de presentar algunos aspectos que podríamos denominar de
carácter TEOLOGICO y eclesial que nos ayudan a centrar la mirada en
aquello que nos constituye.
3-UN TERCER ASPECTO quiero reflexionar también con vosotros es
LA DIMENSION TESTIMONIAL. La comunidad no es un simple grupo
de personas que piensan parecido o que les gusta una serie de cosas
sino que al mismo tiempo, se constituye en nuestro verdadero y principal
APOSTOLADO. No hablo del apostolado de la comunidad si no de que
la Comunidad es el principal apostolado. Y esto me parece como
veremos que es la Raiz Evangélica y apostólica de la Comunidad y de
nuestro SER COMUNIDAD.
4-Y UN ULTIMO ASPECTO que nos puede ayudar también a enriquecer
nuestra perspectiva y nuestra reflexión en torno a nuestro ser
comunidad, lo que podríamos denominar LA COMUNIDAD TERESIANA.
También muy sintéticamente, porque esto en si mismo ya nos daría para
unas cuantas charlas y reflexiones.
Es decir, nuestro modo característico de ser Apóstoles y Profetas. En la
perspectiva y en la dinámica que Teresa de Jesús nos presenta y nos
ofrece. Bueno tratare de decir unas palabras de cada uno de estos
elementos siendo muy consciente de que son temas muy amplios y
profundamente ricos cada uno de estos aspectos nos daría para otro
congreso cada uno de ellos.
ORIGEN Y FIN DE LA COMUNIDAD
Fijaos aquí se resuelve toda una cuestión que podríamos decir de
carácter ANTROPOLOGICA Y TEOLOGICA el ser humano no es un ser
aislado sino un ser relacional. La relación forma parte de nuestro ser, de
nuestra estructura e incluso como ahora dicen ya las neurociencias de
nuestras neuronas. El Ser humano necesita relacionarse y vivir la
relación y potenciar el Amor para que las neuronas cerebrales se
desarrollen correctamente. Hasta tenemos una base biológica a toda
esta dinámica, pero no me voy a detener en ello eso os lo dejo a los
biólogos y neurólogos, yo quiero ir mas al FONDO. Quiero ir a lo que
podríamos denominar la perspectiva ermitaña es decir es realmente a
nuestro ORIGEN, y nuestro origen no es otro que el Dios Trinidad.
Y esto ciertamente nos pone frente a muchos elementos de reflexión y
de profundización, y que nos dan la razón de ser de porque el ser
humano es así, del porque el ser humano necesita la Relación, para
desarrollarse para potenciarse, para vivir como persona.
En este sentido ciertamente un elemento de gran valor y que sintetiza lo
que es la visión teológica del ser humano desde la Sagrada Escritura es
nuestra condición de criaturas creadas a imagen y semejanza de Dios.
Si Dios es uno y trino nosotros no podemos ser otra cosa, es decir la
Dinámica Relacional constituye también nuestra IDENTIDAD
PERSONAL, es decir la comunidad es imprescindible al desarrollo
de nuestro ser. Y nuestro ser no se agota en este ente que soy yo, sino
que encuentra su desarrollo su razón de ser y su actividad en la
dinámica de la relación.
Y por eso la misma Escritura plantea la vida del ser humano como un
proceso de desarrollo de aquello que somos de eso que diría San Pablo
“lleguéis a ser aquello que sois” es decir que desarrolléis en plenitud
vuestro ser imagen y semejanza en el desarrollo de vuestra
individualidad pero siempre en relación siempre en DIMENSION
COMUNITARIA.
De hecho el hombre es creado la humanidad es creada como hombre y
mujer, como la necesidad del complemento en el otro, el hombre que no
se agota, el ser humano que no se agota en sí mismo, sino que necesita
de la complementariedad ,y eso no es un factor teológico sino que entra
dentro de lo que es el proyecto de Dios para con nosotros. La dinámica
lo fundamenta.
Lo mismo podríamos decir desde LA PERSPECTIVA DE LA
HISTORIA DE LA SALVACION, si analizamos aunque sea brevemente,
superficialmente, todo lo que es la Historia de la Salvación , la historia
de la Salvación era un PUEBLO.
Y el empeño de Dios por ser el Dios de su Pueblo. No el Dios de
individuos aislados, no individuos aislados llamados o escogidos para su
propio interés, o su propio provecho. S no siempre Llamados y Elegidos
en favor de los otros, y aquí yo creo que la Sagrada Escritura nos ofrece
una perspectiva radical, que creo que no ha sido explotada, la hemos
explotado en el lado de las vocaciones sacerdotales o religiosas, pero
no en el lado de la perspectiva laical cuando realmente son laicos la
gran mayoría de los Escogidos y de los Elegidos en el contexto del
Antiguo Testamento.
Abraham y sigamos por todos los profetas y demás, por todas las
mujeres con una vocación especifica con una Llamada a favor de su
pueblo, dentro de lo que es su vida pensemos en la Reina Esther etc
etc…personajes que en su realización podríamos decir laical,
contribuyen a forjar la comunidad y el Pueblo de Dios.
Es decir el A. T es excluyente sino todo lo contrario y pone en
evidencia el valor del seglar el laico como Escogido a crear comunidad.
Eso me parece como digo un aspecto que tendría que estudiarse y
profundizarse más desde la perspectiva laical.
Así que en el ámbito vocacional religioso lo hemos estudiado mucho,
pero sin embargo, uno reflexiona y dice: si la mayoría son laicos,
hombres mujeres casados con sus misiones, con sus trabajos, con sus
tareas, dentro de la vida cotidiana y llega un momento determinado son
ELEGIDOS EN PRO DE LA SALVACION DE TODO EL PUEBLO.
Que lo mismo tendríamos que decir de otra realidad sobre la cual
todavía hay bastante confusión. ES LA DIMENSION DEL CARISMA.
Sí nosotros como Carmelo seglar Carmelitas Descalzos hemos recibido
un CARISMA, hemos recibido un DON, pero ese don nunca se entiende
como un don particular para vivirlo nosotros que sintonizamos con esta
espiritualidad eso es una castración del carisma, que hemos vivido por
desgracia durante siglos, sobre todo en los conventos, pensando que el
carisma era solo para nosotros. Y la misión de los Carismas es rescatar,
recuperar, vivenciar, profetizar, un valor fundamental para todos los
cristianos, no solo para el que es franciscano ,carmelita ,dominico, no.
Porque la pobreza que practica el franciscano que vive el franciscano
me atañe a mí, yo la necesito, pero el dinamismo profundo de la
experiencia de Dios como Centro y fundamento de la vida no atañe solo
al Carmelo ,si no que es fundamental a la vida cristiana.
Y ahí tenemos que es donde emerge esta dimensión profética y
testimonial de un carisma.
COMUNIDADES a favor de la Comunidad Humana, no comunidades
que se reúnen para vivir simplemente un valor sino para ser TESTIGOS
de un valor o de unos valores.
Con esto yo creo que entendemos muy bien como desde la
perspectiva de Dios, de lo que es el proyecto de Dios para con nosotros
para con el hombre, de esa intervención de ese acompañamiento que
Dios va haciendo en la historia a la historia de la humanidad emerge con
una radicalidad fundamental ese valor de la Comunidad.
Pero la Comunidad además de todo eso, no se nos presenta como un
don, un don que recibimos que nos hace, lo que nosotros somos es fruto
de la voluntad creadora de Dios ,y del proyecto de Dios, del proyecto de
Amor de Dios sobre nosotros, si Dios es Amor no puede ser otra cosa,
porque el amor solo se realiza en la relación. Y cuando no se amplia es
esa relación emerge con fuerza esa realidad.
La comunidad y sobre todo la comunidad cristiana, y las comunidades
cristianas del signo que sean, es ciertamente un don o una Llamada si
queremos y que contemplamos claramente expresado y realizado en la
persona de Cristo y en su voluntad de llevar a cabo un proyecto para
con nosotros.
En primer lugar porque CRISTO ENTREGA SU VIDA A FAVOR DE
TODOS, no se reduce a un grupo, no entrega su vida solo por sus
apóstoles, o por sus amigos, con cuando con ellos lleve una vida intima
comunitaria etc etc no, su vida es a favor de todos ,no es excluyente si
no incluyente absolutamente incluyente. Cristo en su caminar CREA
COMUNIDAD. ES El el que la crea. Y la comunidad la constituye la
Llamada que El hace a unos individuos, para que Le sigan.
No son los individuos los que vienen a crear Comunidad en torno a El,
sino y lo sabemos muy bien es Cristo quien nos ha Llamado, ES
CRISTO QUIEN NOS HA ELEGIDO.
Es Cristo el que nos constituye a través de una Llamada en SUS
COLABORADORES. Pero colaboradores que tienen como valor, sin
duda, fundamental, EL QUE CRISTO SEA EL CENTRO y que en Cristo,
emerja la dimensión y la realidad comunitaria.
Digamos que desde esta perspectiva las comunidades nuestra
comunidad nuestro ser comunidad emerge como un don, es decir no
somos comunidad porque nos llevemos muy bien, ni somos mejor
comunidad porque nos llevemos mejor o peor si no somos comunidad
PORQUE DIOS NOS HA LLAMADO CRISTO NOS HA ESCOGIDO
CRISTO NOS HA CONVOCADO ESO NOS HACE COMUNIDAD.
Dónde,–Y esto me parece un elemento fundamental- hay DOS
valores que ciertamente son el reflejo de la misma vida divina, UNION E
IDENTIDAD es decir unidad en medio de la pluralidad de las personas.
Donde Pedro es Pedro Juan es Juan Santiago es Santiago, Simón es
Simón, Judas es Judas, y no es el carácter lo que les une, sino El que
los convoca.
Aquí emerge además la gran fuerza de la comunidad y del dinamismo
comunitario, que en la medida en que va creciendo esa unión con el
Centro, se va fortaleciendo la dimensión de la Comunidad.
También para Jesús la Comunidad es semilla del Reino. Una
comunidad en la que hay valores, que la constituyen y la forman, de
pobreza y de servicio, pobreza como bien entendemos y bien
sabemos en ese sentido o en ese dinamismo de lo que implica y
significa el compartir fruto de una autentica pobreza de espíritu, que no
es que yo renuncie a mis bienes, si no que yo comienzo a percibir mis
bienes como un don, que ha sido puesto en mis manos a favor de… y es
cuando adquiere una dinámica diferente.
Pero también, desde lo que es, y desde lo que implica el mismo
Misterio de Cristo. Aquí podríamos ahondar y profundizar realmente
muchísimo, pero basta que nos fijemos en el MISTERIO DE LA
ENCARNACION, donde yo creo que es dónde se ratifica todavía con
más fuerza la vocación secular porque como bien subrayaba Severino
María Alonso La encarnación supone la secularización de Dios.
Dios se hace siglo, Dios se hace carne, Dios se hace presente en la
historia. Fíjense el Dios que viene a salvar haciéndose siglo, haciéndose
laico, secularizándose, lo cual pone todavía en evidencia por un lado, la
dinámica y el valor profundo de la vocación laical, como la inmersión en
el mundo para salvar al mundo para sanar al mundo y al mismo tiempo
,la dimensión comunitaria de unidad porque ese era el Misterio de la
Encarnación donde se establece la comunión más plena, entre Dios y
hombre, hasta tal punto que ya no dejan de ser uno. Una unidad
entrañable.
Yo creo que le Misterio de la Encarnación refleja muy bien por un lado
lo que es la dimensión laical secular, del cristiano ,y por otro lado el valor
de la comunidad ,cómo se hace siglo cómo se hace laico Dios,
uniéndose con la humanidad, encarnándose con la humanidad y dentro
de la humanidad salvar a la humanidad.
Yo creo que sin duda es una expresión magnifica por parte de Dios de
lo que es el gran Misterio y el gran valor de la comunidad laical, al
servicio precisamente de ese gran proyecto de Dios. Ese proyecto que
se hace IGLESIA,Y la Iglesia sabemos que no es otra cosa sino el
Cuerpo de Cristo.
Fijaos todavía tenemos muy metida la concepción institucional de
iglesia, pero es que la iglesia institución no es nada tiene un valor
funcional, lo que nos hace Iglesia es nuestra adhesión a Cristo, nuestra
adhesión personal a Cristo. Eso de que “Yo soy la vid y vosotros los
sarmientos” que resuena con tanta fuerza en los Evangelios, y que lo
que verdaderamente nos constituye en comunidad es nuestra adhesión
al Pueblo es decir a Cristo. Esto también encierra un misterio increíble,
del que quizás muchas veces no somos conscientes y que pone en
evidencia nuestra verdadera condición a los ojos de Dios y es que
nosotros ya somos Presencia de ese Reino.
Somos actualización de esas raíces somos Presencia De Cristo.
No somos simplemente cristianos somos presencia de Cristo porque
somos sus miembros a través de los cuales El actúa. Y no lo olvidemos.
Nosotros somos Sus Manos y Sus pies y no tiene más manos y más
pies que nosotros. Y es el modo de actuar de Dios. A través del cual, El
actualiza la Salvación, a través de cual, El va forjando esa realidad
testimonial que caracteriza la realidad comunitaria, un solo corazón y
una sola alma.
Eso que caracterizaba a las primeras comunidades cristianas que nos
narran los Hchos de los Apóstoles en su ideal, comunidades laicales
pero que viven conscientes de ese signo de pertenencia y de ese signo
de corresponsabilidad con el don que han recibido. Y que les hace vivir
lo único necesario: el Mandamiento del Amor, y aquí sí que habría
mucho que decir. Porque en definitiva, es el único distintivo que Cristo
nos ha dado a todos;”En esto conocerán que sois mis discípulos” En
esto…nada más y lo olvidamos frecuentemente. Buscamos otros signos
sustitutorios que están muy bien, pero que si no nacen de esa
pertenencia radical que se fundamenta en el Mandamiento del Amor,
esos signos permanecen vacios. Como decía Teresa a sus monjas:
cuando empiecen las criticas de unos con otros y murmuraciones y para
aquí para allá pensad que habéis echado a vuestro Esposo de la casa y
habréis de irle a buscar a otro sitio. Y habréis perdido la vida porque
deja de estar centrada en el valor primordial.
UN TERCER ELEMENTO COMUNIDAD QUE ES TESTIMONIO
PERO QUE ES TAMBIEN APOSTOLADO.-¿Qué quiero decir con
esto?.- En el fondo son las consecuencias que emergen de nuestra
verdadera condición, y de nuestro ser, es decir, aquello que realmente
nos constituye es esa comunión con Dios que nos viene como don y que
nosotros cultivamos y que se esparce o se extiende como consecuencia
en comunión con los hombres, esos que han sido convocados, que han
sido llamados a vivir con-migo ,con-nosotros ,un mismo espíritu ,un
mismo carisma, una misma realidad, un mismo proyecto. Porque es en
esto, como decía antes, en que conocerán que sois mis Discípulos. Y
fijémonos que esta es la verdadera consigna apostólica que nos ha dado
Cristo: El testimonio del amor fraterno de nuestro ser Comunidad es
lo que verdaderamente puede tener una incidencia en los demás “Mirad
cómo se aman” no mirar cuantas practicas hacen, o mirar cuantas obras
sociales llevan a cabo, ”mirad como se aman”.
Por eso digo que aun sabiendo que estamos frente a una realidad
difícil y complicada, se convierte en el verdadero desafío de nuestro ser
Comunidad. Un desafío urgente. El Papa Fco nos tiene unos textos
fantásticos en relación con esta realidad, porque el intuye y descubre la
importancia que tiene esta dinámica. Por ejemplo nos dice n 88 de la
Evangelii Gaudium “Porque así como algunos quisieran un Cristo
puramente espiritual sin carne y sin cruz, también se pretenden
relaciones interpersonales, solo mediadas por aparatos sofisticados por
pantallas y sistemas que se puedan encender y apagar a voluntad
mientras tanto el Evangelio nos invita siempre a correr el riesgo del
encuentro con el rostro del otro. Con su presencia física que interpela
con su dolor y su reclamo, con su alegría que contagia en un constante
cuerpo a cuerpo.
La verdadera fe en el Hijo de Dios echo carne es inseparable del don
de si, de la pertenencia a la comunidad, del servicio de la reconciliación
con la carne de los otros, el Hijo de Dios en su Encarnación nos invitó a
la Revolución de la Ternura. Nuestras comunidades no eran
revolucionarias por eso por la ternura no solo en gestos si no realmente
en la vida. Y ciertamente este testimonio parte de lo que podríamos
denominar EL DOBLE EJE DE LA REALIDAD COMUNITARIA .
El eje troncal que es el eje de la afiliación, el descubrirnos llamados, el
descubrirnos convocados, el ahondar cada día más en esa verdad
fundamental de un Dios que no deja de amarnos porque solo CUANDO
HACEMOS EXPERIENCIA de ese Amor, somos capaces de amar y de
amar a los demás y veremos que esto es una realidad que emerge con
gran fuerza con un carácter distintivo dentro de lo que es la perspectiva
teresiana. Donde se entronca y se fundamenta también el eje de la
fraternidad. Es decir no una fraternidad centrada única y exclusivamente
en intereses comunes, en afinidades, si no sobre todo en la afinidad
esencial que emerge única y exclusivamente en sabernos amados por
Yo creo que aquí tenemos una tarea y un testimonio muy hermoso y
fundamental que dar desde lo que es la dinámica y la perspectiva del
Carmelo. Y por eso nos dirá, y vuelvo a citaros al Papa Fco “el desafío
de descubrir y transmitir la mística de vivir juntos” Ese juntos no significa
que hemos de fundar comunidades conventuales laicales, no, es el vivir
en la conciencia de la unión y de la comunión.
Desde aquí es ya un poco en la perspectiva de concretizar algo mas,
en lo que es el desafío de la comunidad teresiana también quisiera
poner los ojos en Teresa, esa Teresa tan preocupada siempre por unir a
Marta y a María. Esa Marta María de andar juntas. Como un distintivo de
la vida pero también del ser del crear comunidad.
Y ciertamente en Teresa podríamos abordar esta realidad desde
diversas perspectivas: yo solamente me centro en 2 elementos
1)lo que es su Experiencia podríamos mencionar también la
experiencia negativa de Teresa, durante los años que estuvo por
ejemplo en La Encarnación , las comunidades masivas esas
comunidades impersonales la diferencia de clases en las que unas
tenían mucho para comer y otras se morían de hambre etc etc…sin
embargo en medio de esta experiencia sobre todo en la experiencia
interior de Teresa cuando ella comienza a hacer un camino de búsqueda
de Dios autentica, emerge con fuerza esa realidad que Ella dice: Mala
cosa es un alma sola. El saberse solo, en este camino el pensar que
uno es un “bicho raro”,el pensar que uno no es entendido o comprendido
y mas añadiendo una realidad social como la que hoy tenemos.
O esa otra realidad que se constituye sin duda en unos de los
distintivos y de las indicaciones de Teresa de forjarnos como “Amigos
fuertes de Dios” ese constatar por un lado que tengan muy pocos
amigos de Dios y por otro lado la necesidad de fortalecer esa amistad en
Dios siempre centrada en Cristo.
Pero quizás lo que emerge con más fuerza en la experiencia
comunitaria teresiana es que: Teresa comienza a Crear Comunidad y
a percibir el valor de la comunidad solo cuando comienza a hacer
experiencia de Dios. Hasta entonces la Comunidad de Teresa era la de
las amigas con las que se entendía muy bien, o con los señores y
señoras que venían a visitarla en el locutorio, pero en la medida en que
va creciendo en su cercanía con Dios va percibiendo la necesidad. Y no
solo la necesidad personal si no la necesidad de constituir comunidades
que sean transmisoras y testigos de una Experiencia.
Y aquí es donde yo creo que emerge a grandes rasgos, la propuesta
teresiana. El que las comunidades carmelitas masculinas femeninas
laicales se caracterizan por ese dinamismo de la oración y de la
fraternidad. ORACION ENTENDIDA ciertamente en clave teresiana, no
como una práctica sino como un modo o un estilo de vida “Aquí todas se
han de querer todas se han de amar” y con qué preocupación subraya
Teresa este elemento. Porque Teresa sabe que ese es el verdadero
testimonio y al mismo tiempo sabe que esa dimensión es la que
autentifica nuestra experiencia de Dios.
Si amamos a Dios no lo sabemos aunque dicen puede haber muchos
signos pero la autenticidad de nuestro amor a Dios está en el amor al
prójimo. Y lo insistirá Teresa constantemente desde las Primeras hasta
las Séptimas Moradas, ahí emerge como os decía la autenticidad del
seguimiento y de la oración.
Desde lo que para Teresa es el verdadero proyecto, esto a mí me
gusta mucho de Teresa: A Teresa no le interesa fundar conventos a
Teresa no le interesa que hagamos mucha oración, el objetivo de
Teresa es ayudar a Cristo. OTRA cosa es el modo.
Pero el objetivo de Ella que lo repite constantemente tanto en Vida
(libro) antes de fundar San José como en el Camino de Perfección, su
objetivo es ayudar a Cristo. Luego tendrá que decir cómo puedo yo
ayudar a Cristo y dirá bueno viviendo lo más auténticamente posible
viviendo lo más perfectamente posible los consejos Evangélicos. Pero
fíjense en la inteligencia de Teresa
¿Cómo ayudamos a Cristo?- Primero AUTENTICIDAD DE VIDA
poniendo en práctica los valores evangélicos Teresa ni siquiera habla de
votos habla de Consejos Evangélicos lo cual nos da una perspectiva de
mayor valor y de mayor universalidad para todos. Ayudar a Cristos ser
amigos de Cristo. Fijaos como Teresa centra el verdadero SENTIDO
DE LA COMUNIDAD. y Ella lo percibe desde s u propia experiencia
pero también desde la visión que Ella tiene de los discípulos de los
apóstoles, qué es lo que les hace a los Apóstoles Comunidad: el
seguimiento y el colaborar con Cristo ,en el desarrollo de su misión.
¿Qué nos constituye pues a nosotros como comunidad? EL
CRISTO AL CENTRO. Y que Teresa insistirá subrayará y pondrá en
evidencia siempre y constantemente a lo largo de toda su doctrina y de
todas sus enseñanzas , porque si Cristo es verdaderamente el Centro si
experimentamos la grandeza de su Amor si experimentamos la
grandeza de su Obra los retos las dificultades que nos pone la
cotidianidad serán siempre mucho más fáciles de superar y no
centraremos nuestra comunidad en los problemas que tenemos sino en
la posibilidad emerge de saber que Cristo está con nosotros que Cristo
acompaña nuestra debilidad que Cristo acompaña nuestro proceso de
crecimiento y de discernimiento en pro de constituirnos en el mundo
como colaboradores de este Señor.
Ahí van muchos elementos muchos aspectos que ciertamente son
todos para profundizar para reflexionar y que en la medida de lo posible
desde esa experiencia con Dios podamos también transformar en vida
en proyecto de vida donde los demás puedan decir: Mira cómo se aman
mira cómo se quieren. A pesar de que cada uno es como es y a pesar
de los condicionantes y limitaciones que tenemos cada uno en la vida.
Muchas gracias por vuestra paciencia
Javier Sancho OCD
(Dtor. Cites Avila 2016)
Comunidad y Misión.
Congreso OCDS – Ávila 2016
La comunidad perfecta… no existe, y ya es buena señal que ella misma, como grupo, lo reconozca.
Muchas veces, queriendo poner de ejemplo la forma de vida que debiéramos llevar como cristianos, recurrimos a las primeras comunidades y recordamos cómo vivían, cómo se ayudaban y cómo ponían todo en común.
Quizá “poner en común” y “comunidad” tengan algo que ver. Digo esto porque, a mí, estudiando, me hacían distinguir entre “vivir en comunidad” y “vida comunitaria”. Porque no es lo mismo.
Hablando de aquellas primeras comunidades cristianas, abandonemos la idea de que todo era maravilloso (si es que hemos olvidado las persecuciones y martirios). Y es que además había que convivir. Y. como siempre ha habido fuertes y débiles, el mismo san Pablo, en Romanos 14 recomienda procurar lo que favorece la paz y construye la vida común. Y en la Carta I a Corintios dirá “que no haya divisiones entre vosotros. Estad bien unidos en un mismo pensar y sentir”.
Nuestras comunidades, como carmelitas seglares, tienen características bien diferentes a las comunidades conventuales. Nosotros nos vemos unas horas a la semana… o al mes según los lugares y las circunstancias. Nuestros corazones se sienten hermanos cuando no nos vemos y se alegran y comparten sentimientos y experiencias cuando nos vemos.
Las dificultades, las “trampas” del mundo, los distintos trabajos, las complejas situaciones personales, familiares, laborales… hacen que, cuando nos reunimos en comunidad, podamos valorar todo eso como una enorme riqueza para ofrecer al Señor, o un cúmulo de infortunios dispuestos para la distancia y el desánimo. Dependerá de nosotros.
Para dar una idea de cómo “construir” esa vida común, se me ocurre que en cada comunidad deben darse tres cimientos que la sostengan.
1º La comunidad debe ser fraterna. Parece una tontería, porque nos llamamos tantas veces “hermanos” que se nos disuelve su significado. La idea de fraternidad, que por cierto era como se llamaba antes a la comunidad seglar, nos sitúa desde un primer momento en una de las claves de nuestra fe. Nos reunimos “juntos, como hermanos”.
Recuerdo el primer día que llegué al convento de los Padres Carmelitas para conocer a la comunidad seglar. Seguro que vosotros también. Tengo que decir que estaba un poco nervioso: conocía a alguna persona, pero sabía que era un grupo bastante numeroso y… que me estaban esperando (días antes alguien ya se había dicho que vendría una persona). Y recuerdo que me presenté, hablé sobre ciertas cosas (todo muy breve) y pocos minutos después ya estaba rezando vísperas con todos. Y pensé: “aquí estoy, como si fuera uno más, rezando en el Carmelo, con esta comunidad”. Así me sentí. Como uno más.
Unos años más tarde le he dado la vuelta a aquel recuerdo. Ahora, cuando alguna persona ha decidido venir y conocer nuestra comunidad, me pongo de esta otra parte y resulta que también me pongo nervioso, intranquilo… y me pregunto “¿se sentirá acogido?, ¿sabremos hablarle con acierto? Sí –digo tranquilizándome a mí mismo- lo que tenga que ser no está del todo en nuestra manos. Dejémosle algo a Dios.
Pero es cierto que la comunidad, como grupo cristiano debe respirar aires de fraternidad (acogida, comprensión, sencillez, servicio, disponibilidad) pensando en el hermano.
Sobre la idea de comunidad Fraterna, nuestras Constituciones, en el punto 24.c nos dicen:
“En las Comunidades más pequeñas[1] es posible establecer una verdadera y profunda relación de amistad humana y espiritual, de apoyo mutuo en la caridad y humildad.
Santa Teresa de Jesús valora la ayuda del otro en la vida espiritual: la caridad crece con un diálogo respetuoso, cuya finalidad es la de conocerse mejor para ser agradable a Dios[2]. Los encuentros de la Comunidad se desarrollan en un clima fraterno de diálogo y de intercambio[3].”
Y en la Ratio Institutionis, puntos 26 y 27, puede leerse:
“ P. 26. La vida fraterna se inspira inicialmente en la regla "primitiva" de los Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo dada por San Alberto, patriarca de Jerusalén y confirmada por Inocencio IV. Fieles a las enseñanzas de nuestra Madre Santa Teresa, los miembros son conscientes de que su compromiso no se puede realizar solamente de una manera individual; la vida fraterna es un lugar privilegiado donde profundizan, se forman y maduran.
P. 27 Es Cristo, en su misterio pascual, el modelo y constructor de la vida fraterna. Esta vida fraterna constituye una manera evangélica de conversión que requiere el valor de la renuncia a uno mismo, para aceptar y acoger al otro dentro de la comunidad. Tal manera de purificación se convierte en modo de vida, para vivir como Jesús vivió. “
2º. La comunidad debe ser formada. Somos personas, somos cristianos y somos carmelitas. Necesitamos formación humana, formación en la fe y formación desde el carisma que nos trajo a la Orden.
No sé si el formador (quizá el P. Asistente sí) pueda responder al perfil de cuanto se espera de él pero es indudable que su tarea es hermosa y llena de responsabilidad.
Es importante formarse por muchas razones: porque no se puede hablar de lo que no se conoce, y hoy es necesario conocer para hacer una defensa moderada pero firme a la vez, en determinadas situaciones. Y más con hechos que con palabras, como ha hecho siempre la Iglesia.
Y no se puede ser carmelita sin saber quién es tu familia, de dónde procede y cómo es la espiritualidad y el carisma al que te sientes llamado.
En este sentido las Constituciones hablan de “Formación para las comunidades”, y en concreto, en el punto 24-d se dice: “La responsabilidad formativa de la Comunidad y de cada cual[4] requiere que cada uno de los miembros se comprometa en la comunión fraterna, en la convicción de que la espiritualidad de la comunión[5] desempeña un papel esencial en la profundización de la vida espiritual y en el proceso educativo de los miembros.”
Y en la Ratio, leemos en el punto 87: “Las reuniones semanales/mensuales son una ayuda para la formación permanente. El estudio de la Escritura y la Lectio Divina ayudan a compartir con otros las riquezas de la Palabra de Dios. Asimismo, el estudio de las enseñanzas de la Iglesia y de la espiritualidad del Carmelo favorece la profundización en nuestra relación con Dios y aumentan nuestra capacidad de ser testigos del Reino.
Y 3º. La comunidad debe ser orante. Por muchas razones y da igual el orden en que se digan: porque buscamos a Dios, porque necesitamos confiarle nuestra vida, porque nos sentimos Iglesia, porque deseamos conocer la Palabra y meditarla, porque entendemos que el Señor está entre nosotros.
La oración está en la esencia de nuestro carisma y la comunidad debe encontrar momentos para compartir la oración, con frecuencia, con recogimiento, en silencio… El silencio llega a ser piedra angular en la vida orante del carmelita seglar. La comunidad, que por naturaleza en general suele ser grupo conversador y festivo, está vocacionalmente llamada a la oración y al silencio orante.
Y encuentra agrado estando ante Nuestro Señor, que, como dice Santa Teresa, se muestra “tratable” en el sacramento. Allí, la comunidad orante se sumerge en silenciosa conversación de paz. Allí se vuelve a descubrir que “sólo Dios basta”.
………..
Hemos marcado en el suelo los tres cimientos. Formamos una comunidad de hermanos, que reciben en grupo una formación y necesita ser comunidad orante.
Pero todo esto cobra fuerza desde lo auténtico, es decir, desde el empeño individual. Ya sabemos que somos distintos, que cada uno procede de una familia, ambiente o educación diferentes. Aquí la variedad parece disfrazarse de dificultad y sin embargo es signo de riqueza: la comunidad se enriquece con nuestras diferencias (¡incluso las buenas!) Lo que importa es la aportación sincera de cada uno, de forma que la comunidad sea esa suma de sinceridades. La honestidad no puede ser una pose. Los protagonismos no requeridos son innecesarios y distanciadores.
Si estando en comunidad nos llamamos “hermanos” y no nos conocemos realmente… ¿en qué momento vamos a utilizar el verbo “comprender”? ¿Cuándo sabremos emplear el concepto “ayuda”?
Si estando en comunidad hemos puesto todo el afán en conocer la amplia “geografía” de nuestros santos, sus teorías, sus pensamientos… y no hemos dedicado un rato a entender de verdad el sentido del desasimiento o la prudencia en una opinión o el significado de la caridad cuando me lleno de razones y me valen todas…
Si estando en comunidad nos ponemos en oración “de puntillas”, navegando en superficie en lugar de buscar el refugio interior, si no acabamos de abandonarnos en el Jesús que nos ama, porque andamos midiendo el tiempo y estamos atentos a todas las otras cosas… terminamos por hacer novillos en las clases de nuestra maestra de oración, la santa madre Teresa.
Los tres cimientos son base de las tres columnas de la comunidad. Y las tres hacen falta, indistintamente:
- Saber encontrarse y orar. Pero no ignorar quiénes somos, como cristianos y carmelitas. ¿Cómo enfrentarnos a los planteamientos de los no creyentes? ¿Cómo ser comunicadores de nuestra alegría ante quienes se acerquen al Carmelo?
- Saber orar y estar muy formados… no tiene mucho sentido si no sabemos quién está a nuestro lado, quién éste al que llamo “hermano”.
- Saber encontrarnos, reunirnos y aprender muchas cosas, ¡de qué nos sirve si no lo ponemos en la presencia de Dios, si no lo llevamos a la oración para desde ahí saber actuar?
En todo -estamos de acuerdo- el camino a seguir es desde lo auténtico. Buscamos a Dios y queremos hacerlo desde Jesucristo, que es la Verdad. Y queremos que esta Verdad inunde nuestras vidas, dentro y fuera de la comunidad.
Como dice el salmo 23: “Éste es el grupo que busca al Señor, que viene a tu presencia, Dios de Jacob”.
………..
Pero encontrarnos, orar y ser formados deben servir en la comunidad para proyectarnos hacia una misión que también está dentro y fuera de la comunidad misma.
Desde la disponibilidad y el servicio a los hermanos, atendiendo a las necesidades que surgen en el día a día, la comunidad se ofrece para estar presente en las celebraciones, para atender e informar sobre los hermanos enfermos, para ayudar en los trabajos de cada encuentro… Misión de la comunidad es darse.
Darse, como debe hacerse siendo cristiano: sintiéndose enviado.
Teresa de Jesús quiso carmelitas contemplativos y activos, orantes con quien nos ama y andariegos por los caminos de la pastoral urgente de nuestra parroquia, de nuestra diócesis, de nuestro mundo.
Misión de la comunidad es actuar ofreciendo un testimonio de fe. No tiene sentido llenarnos de teoría y después discrepar en el grupo sin ser tolerantes, dejar ver algunos favoritismos, evitar responsabilidades si realmente podemos aceptarlas…
La comunidad, en un ambiente fraterno, se muestra como una familia antes los ojos de cada uno y especialmente ante los del recién llegado, y del que se está formando, del que sueña con sus promesas definitivas.
Se ha dicho que la familia es “Iglesia doméstica”, lugar donde comienza a vivirse la fe con el amor y el ejemplo de los padres para sus hijos.
La comunidad puede considerarse también una Iglesia “doméstica”, llamada a crecer en la fe de Jesús, al amor de María y Teresa.
Y ese darse, es también hacia afuera.
Cargada de fuerza y entusiasmo, la comunidad programa actuaciones que ayuden en la pastoral de su entorno: liturgia, catequesis, caritas, enfermos… donde se pueda, como se pueda.
Sobre estas dimensiones de ayuda y proyección pastoral, en el Capítulo 2 de Christifideles Laici, de San Juan Pablo II, se puede leer: “El fiel laico «no puede jamás cerrarse sobre sí mismo, aislándose espiritualmente de la comunidad; sino que debe vivir en un continuo intercambio con los demás, con un vivo sentido de fraternidad, en el gozo de una igual dignidad y en el empeño por hacer fructificar, junto con los demás, el inmenso tesoro recibido en herencia. El Espíritu del Señor le confiere, como también a los demás, múltiples carismas; le invita a tomar parte en diferentes ministerios y encargos; le recuerda, como también recuerda a los otros en relación con él, que todo aquello que le distingue no significa una mayor dignidad, sino una especial y complementaria habilitación al servicio (...).”
Si es posible, si los recursos lo permiten, la comunidad puede llevar la vista a actuaciones más lejanas -geográficamente- apoyando proyectos misionales, apadrinando niños, recibiendo revistas de la Orden, perteneciendo a Ong’s carmelitanas donde un poco de lo nuestro es mucho donde lo reciben.
La comunidad se da dentro y fuera de ella. Y todos sus miembros deben sentirse igualmente enviados- Todos, porque, ya sean jóvenes o mayores, con dificultades para muchas cosas o con muchos compromisos en otras, todos nuestros hermanos son válidos.
Yo recuerdo hace unos años, y quizá sea la experiencia de alguno de vosotros, el tiempo en el que fui voluntario en la Hospitalidad de Lourdes, de Santander. Allí todo el mundo atendía enfermos: en los comedores, en las habitaciones, en el aseo personal, en los actos marianos, en las eucaristías, en los autobuses…
Estuve 15 años entre esos voluntarios. Teníamos nuestros partes de trabajo para cada momento y lugar: unos iban a la Gruta, otros a piscinas, otros al hospital…
Y siempre vi voluntarios de avanzada edad que vestían el uniforme de la Hospitalidad con alegría olvidándose de los propios achaques. Éstos prestaban, y siguen prestando, un enorme servicio a la Peregrinación. En su parte de trabajo tienen un único destino: el equipo de oración. Piden al Señor por el trabajo de los voluntarios, por cuanto puedan aprender de los enfermos, por tratar de entender el dolor en tantas personas, por la esperanza y la fe de muchos. Y ésta, he llegado a pensar, es la forma más grande de envío, porque es el Señor el que construye la casa y debemos pedirle que no se cansen en vano los albañiles.
Estamos llamados, como comunidad, a ser formados para el envío y aceptarlo con una actitud de servicio y entrega. Como comunidad estamos llamados a ser familia dentro de la gran familia del Carmelo. Comunidad: como una unidad doblemente dispuesta. Orante y activa.
Llamados a meditar la Palabra, reunidos “en el nombre del Señor”, y anunciarla en medio de nuestro mundo, quizá con gestos sencillos, pero decididos, sin miedo. Porque, finalmente, allí donde estemos debemos ser fieles a lo que constituye la esencia de nuestras promesas: ser siempre obsequio de Jesucristo.
La palabra “obsequio” tiene acepciones como “donación” o “entrega”, y esto, claro, desde una voluntad y libertad interior.
En torno a esta forma de libertad, nuestro hermano en la Orden, el P. Juan Antonio Marcos, cuando describe el gozo que manifiesta San Juan de la Cruz en ´Cántico´, subraya que esa libertad interior tiene riesgos, tres formas de “ego”: el narcisista, el de conocimiento y el espiritual, que dificultan esa forma de libertad y, en definitiva, el gesto de “darse”. Así que –nos recuerda- que los antídotos propuestos por el santo son: olvido de sí, abandono confiado y amor espiritual. Terapia frente a las enfermedades del alma.
Cada uno de nosotros desea y está llamado a ser un regalo para el Señor. También la comunidad debe ser un regalo para el Señor y más en la medida en que cada uno es consciente de esa pertenencia.
Hemos venido al Carmelo atraídos por un carisma, una opción de vida cristiana manifestada en el seno de una hermosa familia.
Mi comunidad es una pequeña expresión de lo que es la gran familia de Nuestra Madre del Carmen.
En el abandono de mi “yo” voy encontrando el abrazo de mis hermanos, a los cuales escucho, en comunidad, y muchas veces y especialmente por la edad y años en la Orden, también admiro.
Mi comunidad me prepara y dispone para la misión: en el consejo y dirección del Padre Asistente, en las palabras del Formador, en las meditaciones de la oración, en las reflexiones personales de cada uno. Somos comunidad.
Así parece decirlo el himno del sábado de la II Semana:
“Allí donde va un cristiano
No hay soledad, sino amor
Pues lleva a toda la Iglesia
Dentro de su corazón.
Y dice siempre “nosotros”
Incluso si dice”yo”.
Evaristo Arroyo, ocds
S. Joaquín de Navarra
[1] Cf. Constituciones OCDS, 58g y los Estatutos particulares sobre el número máximo de los miembros de una Comunidad.
[2] Cf.: S. Teresa, Vida, 7,22; 16,7.
[3] Cf.: Constituciones OCDS, 18.
[4] Cf. Ratio OCDS, 28.
[5] Juan Pablo II, Novo millennio ineunte, 43.
LA MISIÓN EN EL
CARMELO SEGLAR. MARCO ECLESIAL
Nieves
Calvo. OCDS
Secretaria
de la Comunidad de Ávila
Los
Carmelitas Seglares formamos parte del laicado de la Iglesia.
Y ¿Quiénes han sido los laicos a lo
largo de la historia de la Iglesia?
UN
POCO DE HISTORIA
En
el Antiguo Testamento, dentro de la Antigua Alianza el pueblo de Dios es el
elegido, contrapuesto a los pueblos paganos. Es el pueblo propiedad de
Dios.
Con
la Nueva Alianza, con el Nuevo Testamento aparece el pueblo consagrado a
Dios, elegido por la acción del Espíritu Santo, que reúne a los creyentes en
Cristo, con variedad de carismas y misiones. Pueblo de Dios, nación santa, incorporado a Cristo por medio del Bautismo.
·
En
la Iglesia primitiva.
Toda ella era cristiana. Era una Iglesia
misionera, Iglesia de mártires. Todo era pueblo de Dios en la Nueva alianza. La
Iglesia, más que mirar a las diferenciaciones internas entre jerarquías, que
siempre han existido, se miraba, sobre
todo, en su relación con el resto del mundo. Lo importante era ser cristiano
que diferenciaba del mundo pagano. Todo cristiano, por el hecho de serlo, tenía
la obligación de misionar y todos se sentían responsables de su propia fe, que
engendraba Hijos de Dios, por medio de la predicación de la gracia. La Iglesia era madre que abarcaba a todos los
bautizados. Estirpe elegida, sacerdocio real, nación santa. Era un pueblo
consagrado por la acción del Espíritu Santo
Era
este un tiempo muy distinto al del
·
Monacato
y Edad media. Época
en que prácticamente todo el mundo conocido era cristiano o había sido
evangelizado en mayor o menor grado. Hay distinción interna entre monjes y
clérigos y resto de creyentes. La Iglesia era mucho menos misionera y está más
preocupada por ella misma. Una Iglesia,
donde ser seglar era ser cristiano de segunda línea. Lo importante era ser monje o clérigo, y el
laicado era casi un estado de rango inferior, elemento pasivo, personas que
solo podían dedicarse a asuntos temporales y no tenían capacidades eclesiales.
El cristiano prototipo era el clérigo, con lo que básicamente había dos tipos
de cristianos: uno entregado al servicio divino y otro, los laicos, los de menor
nivel, dedicados a cosas terrenales..
·
En
la época moderna: Se despega con la autonomía de la ciencia. Se comienza
con la Ilustración, (Copérnico, Kepler…) Nace una revolución cultural que
plantea una serie de desafíos a la Iglesia, es la verdadera revolución europea.
Hay pretensión de una autonomía absoluta de lo temporal con respecto a Dios.
Dios no interviene en el mundo, no fundamenta los valores éticos y morales y la ética es social. No es
que se niegue a Dios, pero Dios parece que crea el mundo y se desentiende de
él. Se pretende que la sociedad no
represente a Dios explícitamente. En la concepción del hombre, este se queda
“solo” para resolver los problemas temporales. La pregunta es si se puede
representar al hombre al margen de Dios con valores al margen de Dios incluso
en la moral, en la ética, o en la vida pública como si estos valores fueran
autónomos.
La moral
en este tiempo, nace de la “sacrosanta”
razón.
De este pensamiento nace el liberalismo
europeo para el que Dios resulta peligroso.
Hoy día, la
filosofía que funciona es la liberal. No se admite otro principio de
conocimiento que la experiencia, el método experimental. No solo las ciencias
experimentales son autónomas, sino que Dios no fundamenta el orden moral, el
orden ético ni el orden social.
Pero en la concepción de la cultura, de la
sociología ¿puede concebirse la sociedad sin Dios?, ¿La vida pública al margen
de Dios? Se pretende que hasta la moral esté al margen de Dios, que las
realidades temporales sean autónomas, que todas las religiones son iguales y
nacen de la necesidad romántica del hombre de tener un principio sobrenatural.
Hay pues una concepción del mundo que no
admite la religión, que se configura en sí mismo y toma al hombre como centro,
y la religión solo se ha de vivir, en todo caso, en la interioridad de cada
cual. Tú puedes ser cristiano, pero sin molestar.
Tu cristianismo ha de ser sentimental y
personal. Se puede hablar de los derechos humanos, pero no de Dios.
Se
llega a una concepción del mundo fuera de Dios. No se pueden presentar
razones de la existencia de Dios. Por eso hay alergia hacia los que
presentan certezas de su fe.
Se
dice “Dios existe pero no tiene nada que ver con la vida normal”. (Del fundador
de comunión y Liberación expresando la realidad actual)
Y en la Iglesia actual:. ¿qué
es un laico?
Todos los fieles cristianos menos
los consagrados, Los laicos son los que no
han recibido un orden sagrado.
DIMENSIONES DE LA FUNCIÓN LAICAL
Los laicos
ejercen la misión de Cristo con tres dimensiones. :
1ª
Dimensión: Una relación con Cristo,
ungido por razón del bautismo, del Espíritu Santo. Es aquel que pertenece a
Cristo. Es una persona consagrada a Cristo, definición positiva y
anterior a la división por carismas. Por eso es pueblo de Dios
En el Vaticano II, se dice que el seglar
forma el pueblo de Dios. El laico por tanto, no es solamente el que no es clérigo y es una definición
anterior a la de los carismas y ministerios. Es el pueblo consagrado, incorporado a Cristo y no tiene nada de profano
2ª
Dimensión: Relación con la comunidad:
el laico pertenece al Cuerpo de Cristo. El sacerdote representa a Cristo, tiene
función ministerial no con superioridad, sino como servicio al pueblo de Dios.
Pero la función ministerial de la jerarquía lo es en función del servicio al
pueblo de Dios. La jerarquía no tiene superioridad de poder, pero si de autoridad.
Los religiosos, en virtud de su estado, proporcionan
un preclaro e inestimable testimonio de que el mundo no puede ser transformado
ni ofrecido a Dios sin el espíritu de las Bienaventuranzas.
Así, lo
primero es ser pueblo de Cristo y luego, ministro de Cristo. La jerarquía
no tiene superioridad sino servicio,
con fidelidad a la palabra de Cristo. Lo primario es la incorporación a Cristo
y luego la función ministerial del clérigo. Así el Vaticano II, habla primero
de la unidad del pueblo de Dios,, y después
de su estructuración jerárquica
El
Vaticano II, después de hablar de la jerrquia y el estado, lo primero que habla
es del camino y vocación de Santidad. La vocación de santidad es la función,
la mas sagrada obligación, primordial del pueblo de Dios.
Sta. Teresa no ejerció el sacerdocio ministerial pero si la
santidad...
3ª
Dimensión: La condición secular.
A los laicos corresponde buscar el reino
de Dios en los asuntos temporales y ordenarlo según Dios. Tienen un sagrado
ministerio en función de su condición secular, es decir, dentro de la Iglesia
pero ordenando la función del mundo según Dios.
Y esto el
seglar lo hace con una triple función que el Vaticano II fundamenta en una
teología del laicado. El laico es un miembro del pueblo de Cristo que
ejerce una función regia, profética y
sacerdotal
·
Y se dice en Lumen Gentium. 31
Con el
nombre de laicos se designan aquí todos los fieles cristianos, a excepción de
los miembros del orden sagrado y los del estado religioso aprobado por la Iglesia. Es decir, los
fieles que, en cuanto incorporados a Cristo por el bautismo, integrados al
Pueblo de Dios y hechos partícipes, a su modo, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la
misión de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos corresponde. (Lumen
Gentium 31)
1-Función
sacerdotal por el bautismo.
No es sacerdocio ministerial, pero si se puede ofrecer y hacer de la vida algo
santo, llevar una vida santa. El laico intercede ante Dios por el mundo, misión
ofrecida en el altar de Dios, en una
función sacerdotal. Ofrece su vida para hacerla santa en la Eucaristía que es
el culmen, la fuente de la vida cristiana, ofrecida en el altar, por estar
marcada por el Bautismo como miembros del cuerpo Místico. De esa manera,
nuestra vida tiene un carácter sacerdotal.
2-Función
profética: (El
profeta habla en lugar de). Habla como portavoz de Dios. Anuncia salvación,
anuncia a Cristo. Esta función se participa por medio del bautismo..
El seglar ha de denunciar lo
que no es cristiano.: en el trabajo, en la sociedad, en el mundo, en cualquier
ámbito. El seglar ha de denunciar las injusticias que no están de acuerdo con
la palabra de Dios. Es función nuestra, no solo de los sacerdotes.
3-Función
real. Como hijos de
Dios, consagrando todo el mundo desde Cristo para restaurar el mundo del pecado
y transformarlo a una vida en Cristo, haciendo que el mundo responda a lo que
Cristo nos da. Es la inseparable unidad
entre la creación y la redención. . En esta función, la tarea del seglar
consiste en que el mundo se consagre a Dios. Esta vida no es un asunto privado,
es un asunto que abarca todo, para que el mundo responda a los planes que Dios,
nuestro padre, ha tenido para el hombre
Para ello
están los carismas, gracias que Dios nos da en servicio de la Iglesia:
catequistas, lectores, acólitos, encargados de obras de caridad, o cualquier
trabajo al servicio de la Iglesia. Y también los carismas al servicio del
mundo, las gracias para ser un buen médico cristiano, un buen padre, un jefe de
empresa, un justo juez, un político cristiano (Este último carisma, es difícil
de encontrar, pero no perdamos la esperanza).
SECULARIDAD
Y SECULARIZACIÓN
Ahora, al hablar de la presencia del seglar
en el mundo, hay que distinguir entre
secularidad y secularización: El seglar ha de descubrir la condición
interna de las cosas para hacerlas como Dios las creó. La secularización no
tiene nada que ver con lo que dice el Vaticano.II. En la vida seglar, según la secularización,
las vidas de las personas, las realidades temporales, han de ser neutras y no
hablar de Dios. ¿Y las realidades temporales son neutras? En la ética, la
moral, las ciencias sociales, no se puede ser neutro. Estas realidades, no se
pueden fundamentar si no es en Dios. No se puede establecer una concepción del
hombre si no es teniendo a Dios como base de todo.
Porque ¿Qué es
la persona? ¿Quién le puede quitar su dignidad espiritual? El hombre es materia
más la dignidad que le da el alma, que no se puede transmitir por el hombre. Y
es que ese alma humana proviene de Dios
Sin Dios no hay una verdadera
concepción del hombre. No existe esa pretendida neutralidad de las realidades
temporales.
A
Dios no se le puede dejar a un lado. La secularidad se convierte en
secularización cuando se elimina a Dios totalmente. Y naturalmente, si quitamos
a Dios de nuestra vida, estamos quitando al hombre creado por Dios, porque si
Dios no existe, queda solo el animal.
El apostolado seglar pues, consiste sobre
todo, en fundamentarlo todo en Dios Cuando se habla de secularidad es
para hacer entender que no solo temas
morales o éticos, sino que la
dignidad del hombre se fundamenta en Dios, y sin ese fundamento no se
pueden vivir las exigencias de la moral natural. No existe la neutralidad de las
realidades temporales.
Juan
Pablo II le dijo a Europa en Santiago de Compostela: “Europa: se tu misma, no olvides tus raíces cristianas”.
LAICOS
CARMELITAS
Hasta
aquí, hemos hablado de los laicos, en
general. Y nosotros somos laicos, pero
con un carisma especial, somos carmelitas seglares, y ¿Cuál es nuestro ser,
nuestra identidad? Veamos qué dicen nuestras constituciones.
En el capítulo Iº, 1 se dice textualmente:
Los
Carmelitas Seglares, junto con los Frailes y las Monjas, son hijos e hijas de la orden de Nuestra Señora del Monte
Carmelo y de Santa Teresa de
Jesús. Por lo tanto comparten con los
religiosos el mismo carisma,
viviéndolo cada uno según su propio estado de vida. En una sola familia, con los mismos bienes
espirituales, de la misma vocación a la
santidad (cf. Ef. 1.4: 1 Pedro 1.15) y
la misma misión apostólica. Los seglares aportan a la Orden la riqueza de
su propia secularidad..
Y
para definir el carisma del carmelita descalzo,
iremos a los orígenes de la
orden: La Regla, el Profeta Elías, Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz
como reformadores. La ascética rigurosa vivida con suavidad y humanismo, el
silencio, la soledad, la práctica de las virtudes, la devoción a la Virgen Maria. En estos presupuestos nacen las
dos cosas fundamentales, la oración
contemplativa y el apostolado..
El
elemento primordial es la oración
contemplativa, es decir, la
llamada a la “misteriosa unión con Dios”,
y juntamente “el servicio apostólico de la Iglesia”.
Todos
los tipos de apostolado son “propios de la Orden”, pero algunos son mas
específicos, y la Iglesia, lo que pide a cada
institución, es que aporte lo mas
genuino al carisma originario.
¿Cual
sería el “apostolado propio” de la
Orden? Es claro que es la “promoción de
la vida espiritual”, consecuencia de una “vida orante y contemplativa”. La gran enseñanza del carmelita es propagar
su intensa vida espiritual que integra la vida activa y la contemplativa
Y
¿qué tienen los carmelitas de Santa Teresa que interese al mundo?
Pio XII, en el Congreso Carmelitano sobre la
educación de 1.955, recordó el “Tesoro doctrinal de la reforma teresiana que el
Espíritu Santo entregó a la Iglesia”, y animó a los estudiantes carmelitas
descalzos del Colegio Internacional de Roma a “ejercer el apostolado
específico de la Orden que es la difusión de la espiritualidad”.
Este
hecho, fue recogido y comentado por el P. Anastasio, General de la Orden en
aquel momento:
Los
presentes en la audiencia- escribe- transcribieron con la mayor fidelidad
posible las palabras del Vicario de Cristo que vino a decirles: “Vosotros sois
gente privilegiada por vuestra formación doctrinal, pues no tenéis sino que
permanecer fieles a la tradición de vuestra Orden. Seguid a Santa Teresa de
Ávila, a San Juan de la Cruz, Doctor de la Iglesia Universal, a Santa Teresa
del Niño Jesús. No tenéis necesidad de mendigar de nadie. Tenéis riquezas a
conocer y explotar. Sed ante todo fieles a vuestro ideal de vida y oración.
Pensad también en el apostolado de la dirección espiritual que es precisamente
el vuestro. Vuestro camino en el mundo moderno, queda así trazado enteramente
por vuestra misión.
Pablo
VI, en 1.966, incitaba a los estudiantes del Teresianum a “la acción apostólica
desde la vocación carmelitana”. Se refirió el Papa a la “vocación de una
familia religiosa tan exigente como la carmelitana
“tan
atrevida que tiene como fin la contemplación y el coloquio con Dios”. “La Iglesia os necesita- dijo- Tiene necesidad del que ora.
..Tiene necesidad todavía hoy de la vida
contemplativa. Tiene necesidad de quien
escucha las sublimes lecciones graves y difíciles de Santa Teresa y San Juan de la Cruz”.
Y
concluyó diciendo que:
“dar lo que se ha recibido es mucho mas
perfecto que solo recibir”.
Además
está el ejemplo de Jesús, que, como recordó el Papa
“fue
adorador del Padre y servidor y maestro de los hermanos”
También
el mismo Pablo VI, en el Capítulo General de1.967, dijo:
“Vosotros
sois guardianes de una escuela de espiritualidad que tuvo su origen prodigioso
y su maravillosa floración en el pasado; pero al mismo tiempo estáis
convencidos de llevar con vosotros valores que no envejecen y de perseverar en
la interpretación de la vocación cristiana que ninguna generación es capaz de
agotar”.
O
S. Juan Pablo II, en una audiencia a los capitulares del Capítulo General de
1.985 les dijo:
“El
rico patrimonio espiritual de que sois herederos, os lleva a destacar la figura
del religioso como maestro de contemplación, hombre de Dios y capaz de suscitar
en los demás la sed de Dios” Pero añadió que el carisma propio de los
carmelitas descalzos les exige ser “guías de la experiencia contemplativa”,
siendo además un carisma puesto “al servicio de la Iglesia entera y del mundo
que busca a Dios. …Vuestro don, amadísimos hermanos- siguió diciendo- es para toda la Iglesia. No lo olvidéis
jamás”
El
carmelita ha de enseñar que la vida espiritual consiste en la relación personal
del hombre con Dios por medio de la oración y la vida teologal del que vive en
su presencia.
Nuestra
Iglesia futura, deberá ser una Iglesia mística con puntos de luz en la noche
que da lugar al ejercicio de las virtudes, especialmente la
humildad-humillación, el reconocimiento de ser indignos de tales dones, la paz
interior, la búsqueda de la luz en la Sagrada Escritura y el sometimiento a la
obediencia de los letrados de la Iglesia Católica. Una Iglesia que está en
contacto íntimo con Dios, y como consecuencia está alegre porque sabe que la
vida actual, ya es un cielo en la tierra, y la futura, contando con la
misericordia de Dios, será de unión perpetua con El.
Porque
Santa Teresa, San Juan, y todos los místicos ya nos la han ofertado, ya nos han
dicho donde está la esencia de nuestra vida, donde está la alegría, la paz del
alma, del corazón, y eso es lo que justamente el carmelita puede ofertar, puede
hacer entender. Ese es el “secreto” que hay que sacar a la luz, ese es el gran
servicio que podemos hacer nosotros.
Hemos
recibido un tesoro y debemos compartirlo yendo al encuentro de las personas,
para decirles que Dios quiere emprender un camino de amistad en la oración con
cada ser humano amado por Él infinitamente. Partiendo de ese núcleo central de
nuestro carisma como llamados a colaborar activamente con la misión de la Orden
Hermanos:
no nos olvidemos de que el servicio profundo a la Iglesia, es comunicar nuestro
tesoro, ser misioneros de la herencia de Santa Teresa y San Juan.
Ellos
nos llevaban a Cristo y nosotros estamos alegres por que el Crucificado ha
resucitado.
Caminar
en la luz, creer en Jesús y seguirle. He ahí tres maneras distintas de decir lo
mismo. Es siguiendo a Jesús, en la Iglesia donde tendremos la luz de la vida.
Pegados al que es la Luz quedaremos transformados en luz para otros
Pidamos
a María, que al igual que la luna refleja la luz del Sol, nos transforme a
nosotros en auténticos testigos de la luz.
¿Qué
mandáis, pues, buen Señor,
que haga
tan vil criado?
¿Cuál
oficio le habéis dado
a este
esclavo pecador?
veisme
aquí, mi dulce amor,
amor
dulce veisme aquí:
¿Qué
mandáis hacer de mí?
LA MISION EN EL CARMELO SEGLAR
LA MISION A NIVEL PERSONAL
José Manuel Triano Rodríguez, ocds
1.
Introducción.
Un camino de vida
para vivir caminando.
Andariegos, activos, en permanente movimiento, como Teresa de
Jesús, nuestra Madre. Recorriendo el camino interior que supone una vida vivida
en oración, a la vez que recorremos el camino exterior que exige el desarrollo
de una actividad apostólica en la Iglesia, comunitaria en la Orden y de
servicio a los demás. En pocas palabras, sería éste quizás, un esbozo primario
del retrato de un carmelita descalzo seglar. Camino de perfección, que se
recorre en subida, hasta la cima de nuestro monte, que es Cristo. Camino que
planteo con un itinerario en tres etapas: la vocación al carmelo descalzo
seglar, la identificación carismática y, por último, el compromiso personal.
Porque el compromiso personal auténtico de un carmelita descalzo
seglar no puede reducirse a la práctica habitual de algún rezo y de alguna
actividad apostólica. A esa autenticidad sólo llegaremos cuando, después de
haber encontrado la vocación, nos identifiquemos plenamente como carmelitas
descalzos. Sin esa identificación, sin una interiorización de las claves de
vida y la esencia teresiana, no es posible alcanzar un compromiso personal que
nos envíe a desempeñar una verdadera misión dentro de la Iglesia, a través de
nuestra Orden.
No pensemos que este itinerario, del que ahora pasaré a
desarrollar brevemente cada una de sus partes, puede recorrerse en un sólo
sentido. Es obvio que, en un principio, es indispensable comenzar por el
discernimiento sobre la vocación al carmelo seglar y que, después de una
primera formación nos tendremos que identificar con el carisma para poder
desarrollar después un compromiso de acuerdo al mismo. Pero no puede quedarse ahí.
Para que esto sea eficaz, el carmelita seglar debe estar continua y
permanentemente revisando estas tres etapas, que deberán retroalimentarse entre
ellas. Sólo así, creceremos y perseveraremos en el camino.
Y todo esto, que debe ser vivido y desarrollado desde un punto de
vista personal, en función de las circunstancias y limitaciones de cada uno; en definitiva, de su propia realidad de
la que debe ser plenamente consciente, es primordial que sea fortalecido por la
comunidad, por el acompañamiento de todos con cada uno, en ese espíritu de
servicio permanente a los demás, de sentirnos siervos de nuestros hermanos,
especialmente de aquellos que mas lo necesitan desde un punto de vista no sólo
material, sino también afectivo-espiritual.
Por tanto, no puede vivirse nuestro carisma aisladamente, ha de
vivirse en comunidad necesariamente; como lo hicieron los primeros ermitaños
del Monte Carmelo y como nos lo enseñó Teresa.
2.
La vocación.
Al amor de María
y Teresa congregados en un corazón...
Sin duda alguna, el amor es el culmen de la vida humana, la cima
del hombre, que necesita amar y ser amado. Y no me refiero solamente a un
simple desarrollo de la afectividad en sus múltiples expresiones, sino del amor
como un proyecto integral de vida. Es decir, la vocación del carmelita descalzo
seglar no es otra que la vocación al amor. Un amor íntegro, que suponga la
plena disposición de la propia voluntad y de todo el ser, a pesar de las
dificultades. Un amor en libertad, que implica ser dueño de uno mismo para darse
a los otros y al Otro, a Dios. A ese Dios que nos habita y a ese Dios que se
refleja en nuestros hermanos.
Pero, ésta podría ser perfectamente la vocación de cualquier
cristiano, sea carmelita descalzo o no. La particularización propia de la
vivencia de este amor para nosotros la reflejó el P. Aloysius Deenney OCD en el
documento “Elementos para el Discernimeinto de la vocación a la Orden Seglar de
los Carmelitas Descalzos”. A la luz de este documento, ¡qué bonita revisión de
nuestra vida en el Carmelo podemos hacer cada año antes de renovar nuestras
promesas!. Es muy importante para nosotros que al hacerlo, renovemos también
nuestra determinación en la vocación de Carmelitas Seglares.
Pero si hay algo que defina nuestra vocación es el vivir en
obsequio de Jesucristo tal y como nos lo trasmite Teresa de Jesús: “Toda mi ansia era, y aún es que, pues tiene tantos
enemigos y tan pocos amigos, que ésos fuesen buenos. Que todas ocupadas en
oración ayudásemos en lo que pudiésemos a este Señor mío, que tan apretado lo
traen...” (Camino de Perfección 1,2). “Solo le dejaron en sus trabajos.
No le dejemos nosotros.” (Vida 22,10)
Nuestra vocación es, por tanto, convertirnos en regalos de
Jesucristo. Un regalo lo es porque se da por entero, sin esperar nada a cambio,
para siempre, siempre, siempre...Éstas por tanto, son las características de
nuestra vocación: utilidad para el Señor y la Iglesia, gratuidad, sin reservas
y para siempre. Sólo desde una vocación así, estaremos es disposición de
encontrarnos cara a cara con nuestro carisma teresiano y de abrazarlo de una
manera decidida y responsable.
La identidad carismática.
Ser tales
Impulsados por la vocación al carmelo descalzo
seglar, por el querer ser, es necesario pasar al ámbito del ser. Y ser
carmelitas descalzos, no de cualquier forma, sino “siendo tales”, como nos
quiere nuestra Santa Madre.
No es mi intención describir aquí los rasgos
fundamentales de la identidad del carmelita descalzo seglar, eso lo hacen
perfectísimamente nuestras Constituciones en su primer capítulo. Es muy
importante exponer su significado carismático y que, tan elevadamente, nos
transmiten nuestros santos. Por eso, al leer ese primer capítulo de nuestras
Constituciones, debemos leer el cuarto de Camino de Perfección, y dejar que
Teresa nos enseñe.
Ser tales. Esta expresión es el núcleo, el
kerigma de nuestra identidad trasmitido por Teresa de Jesús. En términos de hoy
en día, ser tales, sería la configuración de nuestro ser y nuestra vida a un
programa determinado, con unas características determinadas y con un fin
compartido por toda la Iglesia en general y nuestra orden en particular. Este
proceso de identificación con el carisma teresiano pienso que es trascendental
para poder vivir después nuestro compromiso personal como carmelitas descalzos.
Porque, no se nos puede olvidar, que nosotros vivimos la fe de una determinada
forma y dentro de un determinado ámbito: somos carmelitas descalzos y miembros
de una Orden. Somos hijos de Teresa de Jesús, con una firme y determinada
determinación de vivir nuestra fe en Cristo, con amor infinito a la Iglesia, es
decir, con amor infinito a nuestra Orden y a todos los que nos rodean. Todo lo
que hagamos, por tanto, sea pues hecho por nuestra Orden, con ella y a través
de ella, pues es nuestra Orden la habitación que el Señor ha dispuesto para que
nosotros vivamos en su casa que es la Iglesia.
En este proceso de identificación personal con
nuestro carisma, nos alumbran el camino todos y cada uno de nuestros santos.
¡Que riqueza espiritual tan inmensa tenemos! Y con un ejemplo de vida
inmejorable y perfecto, el de María. Una hermana mayor que nos muestra
claramente qué y cómo hacer en cada momento, y que no es otra cosa que hacer lo
que El nos diga; es decir, vivir sencillamente en obsequio de El.
A partir de aquí, podemos seguir hablando del
trato de amistad permanente con quien sabemos nos ama, de tender a la
perfección evangélica según el espíritu de las bienaventuranzas y los consejos
evangélicos de pobreza, castidad y obediencia, del celo apostólico, etc. Es
decir, sólo desde esta base firme: nuestra vocación y la identificación
carismática, podremos tener y desarrollar un compromiso personal verdadero como
carmelitas descalzos seglares.
Veremos ahora cómo es ese compromiso personal.
4.
El compromiso personal.
La subida
al Monte Carmelo
Como dije en la primera parte de mi intervención, el compromiso
personal de un carmelita descalzo debe desarrollarse a la vez en dos ámbitos
distintos: el interior (de cada uno) y el exterior (hacia los demás).
4.1.El ámbito interior.
Este compromiso está ocupado por ese trato de amistad estando
muchas veces a solas con quien sabemos nos ama. Es decir, es un compromiso
directo con el Señor, entre El y cada uno de nosotros. No hay mas
intervinientes, no existe nadie mas: cada uno a solas con el Amado. Este es el
hogar de nuestra vida como carmelitas descalzos. Aquí es donde se produce el
calor que nos abrasará el corazón de amor para entregarlo a Dios en los demás.
Un hogar que sólo puede ser alimentado con la oración, verdadero combustible
del amor.
En una sociedad como la que vivimos, una sociedad y una iglesia
muchas veces obsesionada por el hacer, es indispensable pararse. Tener tiempo
para contemplar al Señor, tener tiempo para analizar qué hacemos en cada
momento y cómo lo estamos haciendo. No se trata de hacer mucho, sino de hacerlo
bien. Para que esto sea una realidad eficaz, debemos dar tiempo en nuestra vida
cotidiana a nuestro encuentro con Jesús en la oración personal. Creo que esto
nos suena de algo, está así reflejado en nuestras constituciones.
Es determinante no romper ese equilibrio entre el hacer y el orar.
Es muy peligroso y dañino encerrarse en hacer, hacer y hacer, empleando todo tu
tiempo en ello; apartando el orar, orar y orar dejándolo para una mejor ocasión.
Nuestro primer y último hacer es la oración, sólo así seremos verdaderamente
útiles en nuestro compromiso.
4.2.El ámbito exterior
Lo expresado en el apartado anterior no puede ser nunca pretexto
que justifique un acomodamiento o pereza en nuestra actividad apostólica y en
nuestra meta diaria de ser siervos de los demás. “La fé sin obras está
muerta. Enséñame tu fe sin obras que yo por mis obras te mostraré mi fe”
(St 2, 17-18).
El carmelita seglar no puede ser un cristiano que viva de
rodillas, con los ojos cerrados, sumido en una profunda meditación permanente.
“El aprovechamiento del alma no está en
pensar mucho, sino en amar mucho” (F5,2) . No encontraremos al Señor en
nuestro corazón si no somos capaces de encontralo en todos los que nos rodean.
Sólo dándonos a los demás con nuestras obras, especialmente a los que mas lo
necesitan, adquiriremos ese amor. Tampoco es necesario grandes empresas que
superen nuestras fuerzas o capacidades. Esas, ya nos dijo San Pablo (1 Cor 10,
13) que no provienen de Dios. Las que provienen del Señor son aquellas que nos
enseña Teresa de Jesús: “determiné a hacer eso poquito que era en mí,
que es seguir los consejos evangélicos con toda la perfección que yo pudiese” (C 1, 2 ). Es decir, hacer aquello que sabemos que podemos y
debemos hacer, sin pretensiones, pero realizado con la mayor perfección
posible, en cada momento de nuestra vida y en todos los ámbitos de la misma
(familia, trabajo, nuestros grupos, comunidades, en nuestra Orden, etc.). Es
aquí, en este espacio del compromiso externo donde el espíritu de las
Bienaventuranzas cobra un especial sentido, pues nos indican el camino a seguir
en ese compromiso que nos debe llevar a realizar una acción apostólica concreta
y eficaz; y, sobre todo, a llevar un estilo de vida verdaderamente teresiano.
Estas dos partes de nuestro compromiso, el interior y el exterior,
deben ir siempre de la mano y en equilibrio. Medias partes inseparables de un
todo, de una misma esencia indispensable para recorrer el camino de un
carmelita descalzo seglar que nos lleve al final del camino: el encuentro con
el Amado, en la cima del Monte Carmelo, por el que vamos subiendo cada día, tal
y como nos lo enseñó San Juan de la Cruz con su vida. Un hombre cuya alma voló
tan alto, tan alto..., como sus manos trabajaron y trabajaron.
5.
Conclusión.
A modo de conclusión quiero resaltar algunos aspectos que me
parecen de vital importancia:
1. No podemos vivir en obsequio de Jesucristo si antes no somos
conscientes del regalo que Jesucristo nos ha hecho con nuestra vocación.
Sintámonos regalados por El para poder regalarnos a El. Nuestra vocación,
nuestro carisma, debe ser aquello que estructure toda nuestra vida, todo
nuestro ser.
2. Debemos ser conscientes de nuestro papel en la Orden y en la
Iglesia según nuestro estado. No somos ni frailes ni monjas de clausura. Pero
sí somos tan hijos de Teresa y Juan de la Cruz como ellos, con toda la
responsabilidad que ello conlleva. Responsabilidad en cuanto a la formación
como tales hijos, en cuanto al testimonio que debemos dar continuamente en el
mundo, y en cuanto a nuestro compromiso y disponibilidad, especialmente con
nuestra Orden, y con la Iglesia en general.
3. Debemos, en definitiva, “ser tales”: convencidos de nuestra
vocación, identificados con nuestro carisma y determinadamente determinados en
nuestro compromiso interior y exterior. En equilibrio permanente entre el
orar y el actuar. Pero siempre tendiendo
a la mayor perfección posible en todo lo que hagamos, con total disponibilidad
y alegría, prudencia y discreción. Sin duda, los signos externos de nuestro
carisma.
4. Y lo más importante, con nuestro ojos clavados siempre en quién
es nuestro modelo, nuestra Madre y nuestra Hermana, la Bienaventurada Virgen
María del Monte Carmelo que nos viste con su escapulario y nos protege bajo su
manto.
Somos hijos de Teresa de Jesús. Ella siempre tuvo estrecha
relación con los laicos, creía y confiaba en ellos, según nos explica tan
acertadamente Myrna Torbay en su texto sobre los laicos del último capítulo
general. Esto, unido a los tiempos que nos ha tocado vivir, hace que me plantee
dos cuestiones muy importantes para el compromiso personal de los laicos
carmelitas descalzos hoy: ¿estamos formados para asumir el mismo nivel de
responsabilidad en la Orden que Teresa de Jesús confirió a los laicos en sus
“negocios de gran importancia”?. Y más aún, ¿los carmelitas descalzos seglares
tenemos la disponibilidad personal, la entrega necesaria de nuestras vidas al
servicio de los demás y de nuestra Orden, para asumir estas responsabilidades
como lo hizo Teresa de Jesús en su vida?
Muchas gracias.